sábado, 6 de enero de 2018

CAPITULO 13






Pedro Alfonso no se hallaba en el mejor día de su vida. Con tan sólo treinta y dos años, ya era el propietario de la única clínica veterinaria del pueblo. Hasta hacía un año, había estado dirigiendo el negocio junto al viejo y experimentado Eduardo Tyler, un amable anciano conocido por todos los lugareños, ya que había ejercido en esa clínica durante casi cuatro décadas. Pero, de un día para otro, Eduardo decidió
marcharse del pueblo para estar más cerca de su hija, que vivía en las afueras. Así que Pedro, un joven descuidado que únicamente se había preocupado hasta entonces de cuidar a los desvalidos animales del municipio, había pasado a hacerse cargo de las finanzas de la clínica, la compra de las medicinas, las citas de los clientes, las facturas, etc. Y no había parado de cometer errores, errores y más errores.


Tal vez fuera por su buen corazón o por su naturaleza despreocupada, pero la clínica veterinaria, que hasta hacía poco era un negocio rentable, comenzaba a tambalearse en dirección a la bancarrota. Y Pedro empezaba a desesperarse, entre facturas sin pagar y clientes a los que no sabía si cobrarles porque carecían de medios suficientes para ello.


Uno de sus mayores errores, y la peor pesadilla de todas, era haber contratado a Nina, su actual ayudante. Era una rubia despampanante con una talla cien de sujetador y el coeficiente intelectual de una piedra... bueno, al menos las piedras servían para algo, pero ella... Nina no sabía contestar al teléfono, confundía las citas y, cuando intentaba ordenar la clínica, ésta acababa peor que antes.


Pedro no era capaz de recordar por qué motivo llegó a contratar como ayudante a alguien tan poco cualificado. 


Bueno, tal vez fue porque le puso ojitos, le contó una historia lacrimógena y, por último, su profundo escote le mostró dos muy buenas y poderosas razones para hacerlo.


¡Maldita sea! ¡Seguro que, si las entrevistas las hubieran hecho su hermana Eliana o su hermano Jose, nunca hubiera acabado cargando con un lastre como Nina! Por lo menos últimamente recibía algunos ingresos extra debido a la gran cantidad de hombres solteros que visitaban la clínica para coquetear con su ayudante. En las últimas semanas podía jurar que había reconocido diez veces al mismo perro en un día, traído por un tipo distinto en cada ocasión.


Al menos esos clientes no habían tenido la horrible idea de adoptar un animal cada uno para después abandonarlo. No, en lugar de eso habían cogido al viejo Smochi, el labrador del señor Hilton, el antiguo profesor de música, y lo habían disfrazado de decenas de maneras diferentes para hacerlo pasar por un can distinto en cada ocasión.


¡Cómo si el viejo y gordo Smochi pudiera pasar desapercibido en algún lugar! Smochi siempre sería Smochi, aunque le pusieran rastas, mechas de colores o lo vistieran de cien formas distintas.


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