miércoles, 7 de febrero de 2018

CAPITULO 74




Sabedora de que su sobrina no era dada a las llamadas y que sólo la molestaría en caso de emergencia, Mirta atendió el teléfono un tanto alterada, esperando no haber llegado demasiado tarde al rescate de su pequeña.


—¿Sí? ¿Qué te ocurre, Paula? No es propio de ti llamarme a estas horas. De hecho, últimamente no es propio de ti llamarme en absoluto —recordó reprobadoramente, sin dejar de preocuparse por lo que hubiera podido suceder.


—Tía Mirta, necesito tu ayuda.


—No te preocupes, voy para allá. ¡Ya sabía yo que ese miserable te haría daño! ¡En cuanto llegue, voy a dejarlo en la más absoluta miseria y...!


—Tía Mirta, tranquila. Pedro no me ha hecho nada —la interrumpió Paula con la voz un tanto alterada, y eso sólo podía significar que alguien le había hecho daño, ya fuera con sus actos o sus palabras.


Mirta dudó ante la afirmación de su sobrina, pero, confiando en ella tan plenamente como siempre hacía, la animó a continuar con la conversación.


—¿Y bien? Te escucho.


—Tía Mirta, he aceptado el caso de una mujer maltratada por su marido y es algo complicado de llevar. Necesito al mejor abogado del bufete aquí, y sólo tú puedes hacer que venga.


—Sabes quién es el mejor abogado de mi bufete, ¿verdad? —preguntó Mirta, convencida de que ya era hora de que Paula se enfrentara cara a cara con sus miedos más profundos.


—Sí, para mi desgracia, lo sé —suspiró Paula con cansancio—. He hablado con él y se niega a ayudarme. Por eso te he llamado a ti, tía Mirta.


—Pues mañana nos tendrás a todos allí — aseguró Mirta con firmeza—. Dile al servicio que vaya preparando nuestras habitaciones.


—Tía, esto es un pueblo pequeño y sin encanto. La casa de Henry no es tan grande como la tuya y, definitivamente, no voy a contratar a nadie para hacer algo que puedo hacer yo misma. Con que me envíes a esa alimaña, bastará...


—Creo que aún no me has entendido, Paula Olivia Chaves... ¡Nada ni nadie me va a impedir ir a ese insufrible pueblo, y que Dios se apiade del que ose interponerse en mi camino, porque me lo llevaré por delante! —declaró con rotundidad la anciana antes de poner fin a la conversación y dirigirse a su chófer—. Víctor, antes de marcharnos tendremos que hacer una breve parada. Hemos de recoger a esa basura de Manuel Talred.


—No creo que esté muy contento de verte — comentó despreocupadamente Harry, acomodándose en el interior de la limusina—. Después de todo, cada mes lo sacas de su despacho de alto standing y le mandas alguna desagradable tarea, como revisar archivos mohosos o grapar expedientes antiguos.


—Eso no me preocupa demasiado, Harry. Ese arrogante individuo siempre ha tenido un precio y, para su desgracia, yo sé cuál es. Por eso Manuel Talred siempre bailará al son que yo le marque, y en estos instantes mis deseos son llevarlo conmigo a ese insufrible lugar.


—¿Y cuál es el hombre al que no has podido manejar? —inquirió irónicamente su amigo, sabiendo de lo que una Chaves era capaz.


—¡Pedro Alfonso! —susurró la anciana, molesta —. Pero no te preocupes: eso es algo que tengo toda la intención de cambiar. Además, con mi lastre de última hora seguro que le hago la vida un poquito más interesante. A ver quién tiene más encanto a la hora de la verdad, un elegante y ágil abogado o un pobre y voluble veterinario.


—Por cómo van las cosas hasta ahora, yo diría que el veterinario tiene todas las de ganar — apuntó Harry con una sonrisa.


—¡Oh, cállate, Harry! —ordenó Mirta, un tanto enfurruñada, negándose a reconocer la verdad: que su sobrina estaba enamorándose de nuevo, y esta vez el individuo tampoco era el adecuado para alguien tan tierna y dulce como en el fondo eran todos y cada uno de los Chaves.


«Muy en el fondo», pensaba Mirta mientras repasaba mentalmente todas las torturas que desearía poder infligirles a esos dos energúmenos que se habían mezclado en la apacible vida de su querida sobrina.



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