miércoles, 7 de febrero de 2018

CAPITULO 77




Paula estaba harta de la inesperada visita de su tía, que le había traído más de un quebradero de cabeza: desde tener que organizar cada una de las habitaciones para sus inesperados huéspedes hasta verse obligada a elaborar una lista de cada una de las necesidades de éstos. Poco a poco y sin proponérselo, se estaba convirtiendo en la criada de esa casa. Y todo porque había declinado el tener algún sirviente de los que muy formalmente le había recomendado su tía.


Paula nunca imaginó, cuando llamó a Mirta Chaves para pedirle su ayuda, que ésta se presentaría en ese pueblecito que apenas aparecía en el mapa, junto con un ejército de seguidores, cada cual más molesto que el anterior. Paula estaba comenzando a echar de menos las solitarias veladas con ese maloliente de Henry, y eso que a ese saco de pulgas no lo tenía en muy alta estima.


A pesar de que tía Mirta le advirtió por teléfono de su inminente llegada, Paula pensó que sólo se trataba de una más de sus vanas amenazas que nunca llegaba a cumplir... hasta que fue demasiado tarde y una anciana furiosa acompañada de un viejo, cuya calva definitivamente era hipnótica, y un joven chófer que podría hacer las veces de guardaespaldas gracias a su intimidatoria presencia aparecieron en su puerta invadiendo sin miramiento alguno su desprotegido hogar.


Hector se apropió del despacho y de una de las habitaciones. Víctor se hizo cargo de recorrer la casa, para asegurarse de la seguridad del lugar, y reclamó un pequeño cuarto para sus pertenencias y un extraño equipo lleno de cámaras y raros dispositivos de seguimiento. Finalmente, su mandona tía escogió la habitación más grande y ostentosa, y designó la última de ellas para el lastre que llevaba consigo y que se negaba a dejar marchar, ya que era esencial para ese caso.


Tía Mirta, mujer rencorosa y vengativa que aún no había perdonado la ofensa de Manuel a Paula, arrastró tras ella a su ex y, sin consideración alguna, lo obligó a acompañarla hasta Whiterlande. Luego, simplemente se divirtió encargándole las tareas más mundanas, como traer el equipaje, hasta que sus servicios fueran de utilidad y empezara a hacer su verdadero trabajo.


Paula intentaba prepararse para el enfrentamiento cara a cara con ese vil sujeto, cuando tía Mirta requirió nuevamente su presencia y ella, como la obediente niña educada que era, no tardó demasiado en llegar hasta donde la aguda voz de su tía la reclamaba.


—Tía, y ahora ¿qué quieres? Estoy demasiado ocupada enseñándoles a Víctor y a Hector sus nuevas dependencias como para atender a otra de tus quejas... —Su irritado discurso fue interrumpido cuando halló ante sí el silencioso enfrentamiento de esos dos colosos que formaban parte de su vida.


Tía Mirta la llamaba para que echara de allí a ese individuo que ella consideraba un peligro en la vida de Paula, y Pedro quería que Paula confirmara ante todos que él era alguien importante para ella.


Y Paula solamente tenía ganas de gritar, llena de frustración por la cabezonería de ambos, pues no hacían otra cosa que alterar una y otra vez su plácida vida. ¿Por qué no podía tener una vida normal con una familia amable y un novio al que le gustara agradar a sus seres queridos? ¡No! Ella tenía que tener una alterada tía sobreprotectora y un insistente amante que desconocía el significado de las advertencias que continuamente le hacía sobre los Chaves y su indomable carácter...


—Paula, dile a este señor que sus servicios ya no son necesarios... —exigió tía Mirta moviendo su mano despectivamente hacia Pedro.


—Cariño, dile a esta mujer que yo de aquí no me muevo —retó firmemente Pedro, mirando a Mirta con sus fríos ojos azules.


Los dos reclamaron su atención al mismo tiempo. Y Paula, sin saber qué hacer en esa extraña situación, puso los ojos en blanco ante el infantil comportamiento de esos dos. 


Finalmente respiró resignada y decidió ponerlos a ambos en su lugar cuando comenzaron a discutir por la posición que cada uno ocupaba en su vida en esos momentos.


—¡Yo soy su querida tía! —declaró altaneramente la anciana.


—¿Ah, sí? ¡Pues yo soy su aman...!


—¡Él es el amado entrenador de Henry! ¡Alguien totalmente necesario si quieres que ese chucho tenga los modales adecuados que debe tener todo Chaves! —interrumpió rápidamente Paula a Pedro, acallando con su mano la gran bocaza del veterinario, quien la miró molesto por haber sido silenciado con tan tremenda mentira.


—¿Sí? ¡Eso tendremos que verlo! —replicó irónicamente la anciana alzando su inquisitiva ceja —. Por lo pronto, como no queda ninguna habitación libre, tendrá que dormir en el sofá — anunció alegremente Mirta, con malignos deseos de ver a ese sujeto retorcerse en tan incómodo alojamiento.


—No se preocupe, señora, he dormido en lugares más penosos que ése. Y he enseñado a animales más malcriados que Henry los más correctos modales. Mi especialidad son las gatas salvajes con garras muy afiladas —dijo Pedrolanzándole a Paula una indirecta, bastante furioso con el lugar al que había sido relegada su presencia, y sin olvidarse de reprender a la causante de esa situación con un sutil mordisco en la mano que había osado silenciar su boca.


Tras esas palabras, Pedro pasó despreocupadamente hacia el interior de la casa junto a una anciana que lo fulminaba con la mirada y una joven que lo miraba un tanto inquieta por las atrevidas represalias que podía llevar a cabo tan alocado personaje.


El nuevo individuo que había irrumpido en su vida se apropió del sofá, tumbándose con gran despreocupación encima poco antes de dejar su maltrecho equipaje junto a él, en el suelo.


—¡Ese hombre no tiene modales! —acusó severamente la anciana, recriminando a su sobrina con su sombría mirada por su nefasta elección.


—Sí señora, en ocasiones carezco de ellos — repuso Pedro con ligereza, cubriendo su cansado rostro con una revista y procediendo a echarse una siesta delante de todos.


De repente, el hombre que tantas veces le había quitado el sueño a Paula irrumpió en la casa con una nariz muy magullada, taponada con unos pañuelos de papel y cargando dos pesadas maletas en las manos. Paula intentó resistir el mostrar la satisfecha sonrisa que su rostro quería revelar al ver que ese individuo había recibido parte de lo que merecía.


Luego se percató de que lo que había en esos sucios pañuelos que tapaban sus fosas nasales era sangre, y ella no podía ver la sangre... Paula esperaba sentir el duro suelo contra su cuerpo cuando se desvaneció, pero, por el contrario, sintió unos fuertes y conocidos brazos que la
acogieron con cariño. Antes de sumirse en un profundo desmayo, Paula escuchó una extraña conversación que solamente pudo hacerla sonreír.


—¡Eh, tú eres el loco que me ha golpeado! —acusó Manuel Talred, señalando a Pedro.


—¡Alégrate! Era eso o desparasitarte sin sutileza... Además, he espantado de tu rostro a un peligroso flebotomo que puede transmitirte la leishmaniosis, y gratis... —contestó falsamente Pedro, burlándose de su adversario.


—¡Y una mierda! Tú...


—Estoy segura de que el señor Alfonso sabe lo que se hace. Después de todo, es veterinario — interrumpió Mirta Chaves, bajando los humos de ese sujeto con una advertencia de su mirada.


—Sí claro, lo que usted diga, señora Chaves —contestó servicialmente el maltratado abogado, sin olvidarse de dirigir una furiosa mirada al que finalmente se había declarado su más acérrimo enemigo antes de desaparecer.


Mirta Chaves observó atentamente cómo ese hombre se sentaba en el sofá negándose en ningún momento a soltar su preciada carga, y cómo le susurraba con cariño a su sobrina palabras tiernas mientras intentaba hacerla reaccionar. Ese sujeto había llegado a coger a su pequeña entre sus brazos con gran celeridad, justo antes de que ésta cayera al suelo. Quizá, después de todo, se hubiera equivocado con Pedro Alfonso, ya que trataba a su
niña con dulzura y sin duda había hecho en el rostro de ese vil gusano de Manuel Talred lo que ella misma deseó hacer con sus quebradizas manos en el momento en el que se enteró de la traición que tanto dolor había provocado a su sobrina.


Asombrada, Mirta vio cómo ese hosco hombre dejaba tumbada a Paula en el sofá para ir con celeridad a la cocina a por un vaso de agua.


Sin duda intentaría despertarla con el cariño que había demostrado instantes antes hacia ella... por lo que grande fue la estupefacción de tía Mirta cuando vio a Pedro Alfonso arrojar directamente al rostro de Paula el contenido del vaso, haciendo que ésta despertara con brusquedad de su inconsciencia.


—¡Perfecto, princesa! Ahora que al fin has despertado, ¿por qué no desalojas el sofá? Mañana tengo que madrugar, ya que soy el entrenador de ese chucho de alto pedigrí, ¿recuerdas? —dijo un enfadado Pedro, recordándole a Paula cuánto le molestaban sus mentiras.


Tía Mirta volvió a cambiar de opinión rápidamente y, en unos segundos, ese sujeto que se atrevía a reprender tan severamente a una Chaves fue incluido de nuevo en la lista negra de la anciana y etiquetado como «el tipo de hombre que jamás sería digno» del tesoro que podía llegar a ser su querida sobrina.



CAPITULO 76





Pedro había dado el día libre a Paula para que atendiera a su maltrecha huésped de manera adecuada. Se había quedado más tranquilo al saber que Jose permanecería junto a ella realizando un informe médico de cada una de las lesiones y daños de Lorena para notificar a la policía de Whiterlande lo sucedido.


Mientras atendía a gatos con sobrepeso y viejos perros de compañía, Pedro se dio cuenta de que su clínica no era lo mismo sin su eficiente ayudante, que en ocasiones tanto lo distraía.


Recordó la noticia que le había dado Paula con bastante inquietud y manos temblorosas. Por lo visto, su desagradable exprometido se dirigía en esos momentos hacia Whiterlande, y su amada gatita tenía que volver a enfrentarse a él, algo para lo que no parecía estar preparada.


Pedro decidió darle todo su apoyo y no separarse de ella en ningún momento, sobre todo por si ese farsante de tres al cuarto intentaba engañarla de nuevo para que volviera a una vacía relación.


Por nada del mundo pensaba dejar marchar al amor de su vida. Aunque su pasado viniera a reclamarla, él estaba totalmente decidido a quedarse con ella y no la dejaría ir jamás... ¡Mala suerte para el estúpido que rechazó el tesoro que era Paula! Pedro pensaba luchar con todas sus armas por el amor de Paula, ya fuera con juego limpio o sucios trucos de embaucador. Todo valía en la lucha por el amor de su vida, y un presuntuoso hombre que sólo pensaba en la fortuna de Paula no le iba a hacer cambiar de opinión, por mucho prestigio que su nombre tuviera o por más que alardeara de sus billetes.


Pedro se preguntó cómo sería ese tipo para haber conseguido tentar a Paula con la idea del matrimonio que ahora tan rápidamente descartaba.


Luego, simplemente lo maldijo por haber hecho de ella una mujer recelosa, que aún tenía miedo de escuchar sus sinceras palabras de amor por temor a que nuevamente jugaran con su corazón.


Aunque ese tema ya había sido solucionado entre ellos, más concretamente el día anterior... cuando él, de forma impetuosa, le confesó sus sentimientos. Pero todavía quedaba entre ellos el vacío de una respuesta que aún no había sido expresada.


Pedro nunca antes había confesado a una mujer que la amaba, nunca había sentido por otra lo que sentía por su arisca gatita. Su mundo se volvió patas arriba desde el instante en que la conoció, pero ya no podría sobrevivir ni un solo segundo sin tenerla a su lado. Cada vez que pensaba que los días junto a ella se acababan, se le encogía el corazón y sólo deseaba parar el tiempo para que ambos tuvieran la oportunidad que sin duda se merecían y, así, él podría demostrarle que, aunque estaba lejos de ser el hombre adecuado para ella, podía llegar a aproximarse a ello sólo por el premio que sería permanecer junto a Paula.


Su día en la clínica fue bastante aburrido... sin ninguna de las molestas llamadas de ese chucho, sin los impertinentes insultos de Paula hacia sus clientes o sin esa distinguida naricilla que siempre permanecía altivamente elevada cuando discutía con él. Hasta Nina se lamentaba de la ausencia de su forzosa compañera mientras volvía a limar sus llamativas uñas, esta vez azules.


Cerró una hora antes de lo habitual y corrió a coger una bolsa de su apartamento con algunas mudas de ropa, porque si algo tenía claro era que por nada del mundo iba a dejar sola a Paula cuando el peligro de un hombre furioso, como podía ser el marido de Lorena, se cernía sobre su cabeza.


Tras meter despreocupadamente sus pertenencias en una vieja mochila, se marchó de su desastroso apartamento esperando que Paula tuviera en su frigorífico algo más que un bote de mayonesa caducado y unas lonchas de queso que comenzaban a tener un extraño color verdoso.


Después de recorrer rápidamente el camino que lo llevaba junto a su dulce gatita mientras pensaba en una decena de excusas para convencerla de que aceptara su presencia en la nueva casa, todas ellas un tanto escandalosas pero que sin duda los dejaría a ambos bastantes satisfechos, Pedro aparcó distraídamente en la
entrada sin dejar de percatarse de la lujosa limusina negra que permanecía estacionada junto a la propiedad.


Cuando bajó de su vieja furgoneta vio a un hombre muy próximo a su edad sacando el equipaje de ese ostentoso vehículo sin dejar de murmurar de paso mil y una protestas sobre tan denigrante tarea.


Pedro se acercó a él con una amable sonrisa, con la intención de ayudarlo y de averiguar por qué se encontraba allí, pero, en cuanto el hombre sacó su cabeza del maletero ofreciéndole una estúpida sonrisa muy similar a la suya, no tardó en reconocer su cara gracias al escandaloso artículo de una vieja noticia sobre los Chaves que había tenido el placer de ojear.


Sin pensar en lo que hacía, Pedro dirigió su rígido puño hacia el hermoso rostro de ese sujeto, haciéndolo impactar con violencia en su nariz. Ese niñato de ciudad se tambaleó inestablemente hacia atrás y luego, simplemente, se desmayó.


Como Pedro no tenía ganas de mancharse las manos con la basura, lo dejó ahí tumbado en mitad del camino mientras se dirigía con paso firme y decidido al encuentro de la mujer que más lo necesitaba en esos momentos, su amada Paula,
que aun en sus pesadillas seguía pronunciando el nombre de ese idiota que tanto daño había hecho a su corazón. Pero Pedro pensaba poner remedio a sus malos sueños de la única manera que sabía: haciendo que, desde ese instante, Paula sólo pudiera decir su nombre en todo momento.


Pedro tocó a la puerta de la nueva casa de los Alfonso, decidido a arrastrar a esa mujer hacia la habitación que tan gratos momentos les había proporcionado y a hacerle olvidar la presencia del estúpido de su pasado que había osado volver a su vida.


—¡Tú, yo y tu cama tenemos una cita! — pronunció apresuradamente Pedro antes de que la puerta de la casa se abriera por completo y pudiera ver muy de cerca a la persona que tantos quebraderos de cabeza le había traído últimamente ante su pretensión de conquistar a una Chaves.


—Para su desgracia, jovencito, los tríos nunca han sido lo mío —ironizó maliciosamente la anciana que abría la puerta en ese momento mientras repasaba de arriba abajo su persona, que, por lo visto, no se adaptaba a los estándares de los Chaves.


—La querida tía Mirta, supongo —comentó con atrevimiento Pedro, levantando una de sus acusadoras cejas en gesto sorprendido.


—El afamado Pedro Alfonso... —confirmó la anciana, sin dejar de recorrerlo con su inquisidora mirada—. Creo que por ahora no necesitaremos de sus servicios —lo rechazó firmemente la adinerada viejecita negándose a moverse de la entrada.


—Creo que eso tendrá que confirmármelo su sobrina —replicó igual de decidido Pedrodispuesto a no marcharse de allí hasta haber visto a Paula.


—¡Paula! —llamó la distinguida millonaria, visiblemente molesta, alzando su chillona voz con muy poca elegancia.




CAPITULO 75




Cuando una anciana despótica llegó al pueblo de Whiterlande, todos los cotillas no dudaron en hacer imaginativas elucubraciones sobre quién podía ser aquel adinerado personaje. Corrieron rumores de que esa mujer pertenecía a la mafia, de que era la antigua amante de algún viejo magnate y, por último, los que habían tratado con ella, aseguraron ver un brillo demoníaco en sus ojos que la relacionaba con el diablo.


En el momento en el que esa apabullante mujer comenzó a preguntar por Paula, pensaron que era un castigo que Dios les había mandado por molestar tanto a esa joven que no parecía ser tan mala como creyeron en un principio. Hasta que, tras escuchar los absurdos rumores, el agente Colt aclaró finalmente la verdadera identidad de esa
mujer: ella no era otra que la afamada tía Mirta...


Ése fue el instante en el que todos comenzaron a temblar y a compadecerse de esa joven que tenía la desgracia de tratar con ese insufrible carácter a diario. Tras ver el terrible comportamiento de la anciana, los habitantes de ese entrometido pueblo al fin entendieron el porqué del agrio carácter de Paula, y comenzaron a sentir pena de Pedro y su
loco enamoramiento, pues, sin duda, le acarrearía más de un gran dolor de cabeza, dado que esa beligerante viejecita había llegado al pueblo con ganas de presentar batalla al enemigo y había decidido que ése no era otro que el popular veterinario del lugar.


Las gentes de Whiterlande, al enterarse de tan temibles noticias, tuvieron dos opciones: o correr a contarle a Pedro quién acababa de llegar al pueblo, o dirigirse con rapidez al bar de Zoe para añadir la apuesta pertinente en su famosa pizarra.


Para desgracia de Pedro, el bote de las apuestas era cada vez más generoso, así que nadie lo avisó de la que se le venía encima hasta que fue demasiado tarde...