martes, 6 de febrero de 2018

CAPITULO 72





Observaba detenidamente a mi amada gatita, a la que al fin había podido confesar mi amor.


Tal vez no fuese el mejor momento o el mejor lugar para hacerlo, pero mi corazón me había dicho que era ahora o nunca, así que mis palabras salieron de mi boca tan impetuosamente como hacían a menudo, y dejaron expuestos mis sentimientos ante su asombrada mirada.


Ahora, mientras ella dormía entre mis brazos, cansada y confusa por mis impetuosas palabras, yo la observaba dispuesto a grabar en mi memoria cada uno de sus rasgos y esos preciados momentos por si su respuesta finalmente era alejarse de mi lado, ya que el miedo a ser herida todavía persistía en su corazón.


Ojalá nos hubiéramos conocido antes de que nadie la hubiese dañado para que sus dudas no me llenaran de miedo ante la idea de perderla. ¿Qué podía hacer yo por ella sino esperar a que dejara atrás el pasado y se adentrara junto a mí en un nuevo futuro que nos uniera?


La idea de la espera me mataba, y el saber que ese tipo que tanto dolor le había acarreado se acercaba al pueblo hacía hervir mi sangre. Podía haberle gritado como un irresponsable niño mimado que no quería que lo volviera a ver nunca, pero, aunque eso era lo que yo quería hacer, definitivamente no haría ningún bien a nuestra inestable relación, ya que el afligido rostro de Paula únicamente me mostró que ella tampoco deseaba ese encuentro. No sabía si alegrarme por ello o apenarme por mi suerte, ya que, si aún le dolía volverse a encontrar con ese idiota, sólo podía significar que todavía sentía algo por él y que no lo había olvidado.


De repente, Paula se movió inquieta contra mi cuerpo. Sin duda una pesadilla molestaba su plácido sueño, por lo que la acogí entre mis cariñosos brazos y besé con ternura sus labios como había hecho en otra ocasión. Sus vacilantes movimientos se calmaron, pero un lamentable susurro salió de su boca mientras una lágrima caía por su mejilla.


—¿Por qué, Manuel? ¿Por qué? —preguntó Paula inconscientemente al vago recuerdo de su pasado, haciéndome temer una vez más esa inminente visita.


Limpié con delicadeza su húmedo rostro y le susurré al oído.


—Ni una lágrima más, princesa. Nadie se merece el desperdicio de una sola de tus lágrimas.


Tras esto, simplemente la abracé con fuerza, rogando al destino que nadie la robara de mi lado, porque tal vez yo no fuera el hombre más adecuado para ella, pero no estaba dispuesto a dejarla en manos de un despreciable gusano que sólo la había hecho llorar.


Mientras la abrazaba, ella sonrió acurrucándose un poco más en busca del calor de mi cuerpo. 


Después, más calmada, sonrió feliz y susurró mi nombre. Mi pecho se hinchó de orgullo por ser yo quien conseguía infundir en su semblante tan bella sonrisa. Luego me dormí junto a ella pensando que para mi amor imposible aún había esperanzas de ver un mañana.



CAPITULO 71




En el momento en el que el beso finalizó y sus ojos volvieron a encontrarse, Pedro la arrastró hacia la habitación en la que juntos habían explorado sus más íntimos deseos, acalló sus protestas con profundos y apasionados besos y la dirigió hacia la cama, donde estaba decidido a mostrarle con su cuerpo cuánto la amaba.


Ella silenciaba siempre sus francas palabras, pero nunca podía hacer nada por contener las sinceras caricias que Pedro le prodigaba a su cuerpo y que gritaban la verdad de sus sentimientos con cada uno de sus besos: que él la amaba por encima de todo. Pero Paula sólo se permitía escuchar esas palabras cuando ambos caían bajo el aturdimiento de un abrumador deseo.


Pedro la tumbó entre las blancas sábanas de su lecho, y luego la desnudó con lentitud, besando con gran satisfacción cada una de las partes de su cuerpo que quedaba expuesta a su ávida mirada.


Empezó por sus pies, despojándolos de esas feas zapatillas de deporte que tanto le había asombrado ver adornando ese bonito cuerpo que sólo era merecedor de lo mejor. Continuó por los raídos vaqueros, que tan bien se amoldaban a sus interminables curvas, descubriendo con una grata sonrisa esa indecente ropa interior que siempre lo llevaba a la locura.


Pedro besó despacio sus piernas y sus muslos, rozando levemente con sus labios el minúsculo tanga que cubría su feminidad. Luego alzó su camiseta, prodigando dulces besos a su ombligo, y fue subiendo poco a poco por la cintura hacia sus tentadores pechos, que todavía permanecían ocultos bajo un sugerente y minúsculo sujetador de encaje.


La despojó a continuación de su camiseta negra y bajó, con suaves caricias, los tirantes de la pecaminosa ropa interior que ocultaba los jugosos pechos de Paula. Pedro no se molestó en quitar esa molesta prenda de su camino, simplemente la echó a un lado hasta dejar expuestos los senos que tanto lo tentaban, y los mimó con deleite hasta llegar a sus erguidos pezones, que torturó con su
juguetona lengua y sus viciosos dientes, obteniendo numerosos y satisfactorios gemidos de placer de sus labios.


Paula se retorcía invadida por la lujuria de las caricias que Pedro le prodigaba.


Las manos de su amante bajaron por todo su cuerpo hasta llegar a sus inquietos muslos, que abrió lánguidamente, y, tras arrancarle de un violento e impulsivo tirón el minúsculo y sexy tanga, Pedro acarició con ardor su clítoris, notando en su ahora húmeda mano la evidencia del deseo de Paula.


Mientras su boca no dejaba ni un instante de torturar sus pechos, la impetuosa mano de Pedro introdujo un dedo en su interior marcando el ritmo de su goce. Paula intentó moverse contra la mano de Pedro para llegar a la culminación de su placer, pero su malicioso amante se negó a darle lo que tanto anhelaba, pues impidió cada uno de sus movimientos con su fuerte agarre y detuvo sus caricias cuando tanto las necesitaba.


—Dime qué quieres, Paula —ronroneó ronca y maliciosamente Pedro, imposibilitando con sus fuertes manos que ella moviera sus caderas hacia el éxtasis.


—¡A ti, sólo a ti! —gritó finalmente Paula, rindiéndose a lo inevitable.


Tras escuchar estas palabras, Pedro se apartó por unos momentos de su amante para deshacerse rápidamente de su ropa y, mirando sus suplicantes ojos, se hundió con firmeza en su cuerpo de una fuerte embestida que reclamaba a esa mujer para sí y para toda la eternidad.


Pedro entrelazó sus poderosas manos con las de su pareja y, mirando con determinación esos bonitos ojos marrones, le expresó sus sentimientos adorando su cuerpo con el candor del suyo.


Paula se negó a mirar la verdad de esos ojos azules que tanto la tentaban, pero, cuando él le susurró dulcemente al oído esas palabras que ella tanto había intentado evitar, nada pudo hacer para que sus ojos no se enfrentaran finalmente a la verdad.


—Te quiero —confesó firmemente decidido Pedro a los oídos de esa excitante mujer sin dejar de adorar en ningún momento su cuerpo con cada uno de sus apasionados movimientos.


Paula volvió su rostro, sorprendiendo al hombre que había confesado tan censurables palabras a su roto corazón, y en ese instante comprendió que éste estaba comenzando a curarse, porque no le importó escucharlas de nuevo, aunque todavía no era capaz de decir en voz alta lo que sentía.


Él pareció percibir su dilema cuando simplemente besó sus labios e incrementó sus fuertes arremetidas para que de su boca sólo brotaran gemidos de placer, cuando finalmente su cuerpo se rindió llegando a la cúspide del éxtasis junto a ese necio que la amaba, aunque ella todavía no estuviera preparada para ello.



CAPITULO 70





Cuando Paula salió de la habitación de Lorena, se derrumbó contra la puerta.


Todavía le temblaban las manos de los nervios, la ira, la pura frustración... Un sinfín de sentimientos se agolpaban en ella y sólo deseaba que Lorena se alejara lo más rápido posible de ese animal que se hacía llamar su esposo.


Paula sabía que ella podía intentar defender a esa mujer en los tribunales y que su dinero y el prestigio de su apellido sin duda la ayudarían a la hora de enfrentarse a ese salvaje, pero, si quería ganar a toda costa, necesitaba al mejor abogado, al más rastrero e hipócrita. Necesitaría al que más victorias llevaba a sus espaldas y, para su desgracia, Paula conocía al hombre adecuado para ese trabajo. Lo había visto en acción en innumerables ocasiones y nunca nunca había dejado títere con cabeza en cualquiera de sus juicios. Se podía meter a toda la sala en el bolsillo en unos segundos; era falso y engañoso y, sin duda, el mejor.


Si Paula quería ayudar realmente a Lorena a escapar de las garras de ese maltratador, ya era hora de que dejara a un lado todos sus malos recuerdos. Si para ello tenía que enfrentarse a sus peores pesadillas, bienvenidos fueran los malos sueños, porque Paula nunca dudaría a la hora de ayudar a otros a salir de ese infierno, como una vez su tía la ayudó a ella a desterrar esos malos recuerdos en los que se sentía impotente e indefensa ante la brutalidad de otros.


Suspiró resignada y sacó su teléfono, dispuesta a hacer esa llamada que tanto temía. Tras unos cuantos tonos, ese ser despreciable al fin tuvo el detalle de atenderla y, aunque él era el culpable de su ruptura y de gran parte de todas las desgracias que le habían sucedido desde entonces, su rencor quedaba patente en cada una de sus palabras.


—Hola, preciosa... Veo que al fin, después de algunos años, te dignas hablar conmigo. ¿A qué se debe el gran honor de que una Chaves llame a mi puerta? ¿Podría ser que, por fin, te hayas arrepentido de rechazarme? —inquirió Manuel Talred, regodeándose en el momento.


—Te llamo por un caso que estoy llevando y para el que necesito tu consejo —contestó Paula, haciendo un enorme esfuerzo por comportarse civilizadamente.


—¡Oh, no me digas que al fin la pequeña Chaves ha crecido y le han otorgado una tarea más importante que sacudir las pulgas de ese sarnoso perro! 


—No me lo ha asignado el bufete, es un caso que he cogido por mi cuenta y necesito el consejo del mejor abogado en estos temas y, para mi desgracia, tú eres el mejor.


—Me halagas, preciosa, pero, después de que terminaras conmigo de una forma tan brusca, tu tía hizo lo indecible por hacer mi vida imposible en este lugar. ¿Por qué debería yo colaborar contigo?


—Si me ayudas con esto, hablaré con ella para que te deje en paz.


—Pero mi sufrimiento por tus falsas acusaciones merecen algún otro aliciente; después de todo, yo sólo soy un pobre trabajador que se dejó manejar por una niña mimada que únicamente jugaba conmigo —ironizó vilmente Manuel, recordándole los lamentables rumores que él mismo había llegado a esparcir en su beneficio en el bufete de tía Mirta para parecer inocente, algo que rápidamente había conseguido por la envidia y el rencor que muchos de ellos le guardaban a tan prestigioso apellido.


—Tú sabes que la única engañada fui siempre yo, por creer cada una de tus estúpidas palabras y promesas...


—¡Por Dios, Paula! ¿Cómo pudiste creer realmente que alguien como yo se enamorara de ti? Eres la mujer más insulsa y aburrida que he tenido la desgracia de conocer. Lo más emocionante que hicimos fue ir a comprar nuestra casa, y sólo porque gracias a ello conocí a Jennifer —recordó Manuel cruelmente, abriendo las profundas heridas de su alma, que llevaban tiempo cerradas.


—Me alegra mucho haber descubierto la clase de persona que eras antes de casarme contigo. Y espero sinceramente que Jennifer también lo haga... Ni siquiera una mujer como ella merece quedarse al lado de alguien como tú.


—Entonces, ¿aún no lo sabes? Creí que me llamabas para intentarlo de nuevo... Jennifer y yo rompimos hace unas semanas, así que estoy de libre nuevo. ¡Soy todo tuyo, preciosa! Ya sabes: para lo bueno y para lo malo, y etcétera...


—Yo sólo te quiero para una cosa en mi vida, y no es precisamente para que vuelvas a mi lado para hacer de mí una desgraciada. Te quiero como abogado porque eres el mejor; como hombre, sin embargo, dejas mucho que desear.


—¿Ah, sí? Dime un solo hombre que haya pasado por tu vida que sea mejor que yo —se regodeó Manuel, esperando no recibir contestación alguna a esa pregunta.


Pedro Alfonso—contestó Paula sin vacilar, mostrando una sonrisa en su rostro al recordar al hombre que poco a poco estaba curando su herido corazón.


—Vaya, me has despertado la curiosidad. ¡Quién sabe! Quizá, si me lo ruegas un poco, acepte tu petición.


—¡Se acabaron las buenas maneras, Manuel! He intentado pedirte ayuda de una forma razonable a pesar de no querer volver a tener trato alguno contigo, así que ahora simplemente haré una nueva llamada y te recordaré para quién trabajas — anunció con arrogancia Paula mientras ponía fin a esa conversación, una pesadilla que avivaba esos malos recuerdos que muy en el fondo todavía perduraban en ella.


Paula había tratado de ser prudente y conseguir que Manuel fuese a ayudarla por su propia voluntad, pero, al parecer, eso era algo que no funcionaba con ese sujeto. Lo peor era que ahora tendría que obligarlo a acudir a su llamada, y tener junto a ella a un Manuel Talred reticente era dar la bienvenida al desastre, porque toda la paz y tranquilidad que había obtenido en ese pueblo se volvería en su contra en unos instantes, exactamente como había ocurrido cuando lo dejó.


Y lo que más temía de todo eso era perder al hombre que comenzaba a querer con toda su alma.


Que su pasado y su presente se mezclaran nunca había sido buena idea. Ahora simplemente era pésima, pero Paula nunca sería tan egoísta como para no hacer lo que debía por una mujer que la necesitaba.


Tras reposar su cansado cuerpo contra la puerta de la habitación cerrando los ojos al pensar en el inevitable desastre que se le avecinaba, oyó unos pasos que se dirigían hacia ella. Se negó a abrir los ojos hasta que unas caricias en la cara, acompañadas por un dulce susurro en sus oídos, la hizo cambiar de opinión.


—¿Qué te ocurre, princesa? —preguntó Pedro, preocupado ante el apenado rostro de Paula.


—Necesito al mejor abogado para defender a Lorena, pero... —comenzó a decir Paula, esquivando su mirada.


—¿Pero? —la animó Pedro para que continuara con su palabras.


—El mejor es Manuel Talred, mi exprometido — contestó ella, percatándose de cómo se tensaba el cuerpo de Pedro ante estas palabras mientras sus fríos ojos azules la miraban con determinación.


—No me pidas que me aparte de ti, Paula, porque no lo haré —sentenció, acogiéndola en un fuerte abrazo y reclamando sus labios en un posesivo beso que le declaraba sus más profundos sentimientos, los cuales Paula aún no terminaba de aceptar.