martes, 16 de enero de 2018
CAPITULO 46
Cuando las puertas de la comisaría de Rockdown se abrieron dando paso a una hermosa mujer con un caro traje de firma, una elegante manicura y un hermoso rostro, todos los anodinos hombres del lugar se quedaron con la boca abierta.
Algunos de ellos llegaron a darse de golpes por ver quién tenía el honor de atender finalmente a Paula.
Leon Griffin fue el ganador, ya que él había hecho la detención de esos sujetos que eran reclamados tan amablemente por esa educada y preciosa mujer. El agente de policía la condujo hasta su mesa y le hizo tomar asiento sin dejar de recorrer en ningún momento ese exuberante cuerpo con una de sus ávidas miradas.
—Bueno, señorita, lamento mucho haberle hecho venir hasta aquí, pero esos hombres fueron detenidos por escándalo público. Estábamos dispuestos a retenerlos unas cuantas horas en el calabozo hasta que se les pasara la borrachera, pero uno de ellos tenía un artefacto sospechoso en su poder. Además, fueron hallados en una zona un tanto problemática del pueblo.
—¿Dónde fueron detenidos concretamente? — preguntó impasible la elegante abogada.
—En el exterior de un bar de estriptis llamado Tetas.
—Ajá, ¿me podría explicar qué es lo que estaba haciendo mi cliente exactamente cuando fue detenido? ¿Y podría mostrarme, de paso, el artefacto sospechoso que ha mencionado? Creo que, si hablo con él en estos momentos, no obtendré ninguna información de utilidad —pidió con amabilidad la hermosa mujer sin inmutarse en absoluto por la información sobre el lugar en el que esos hombres habían sido encontrados.
Esa actitud de Paula hizo que Leon atendiera con más cortesía a esa hermosa señorita, porque, o bien se trataba de una persona muy fría, o bien ese gesto sólo podía significar que ninguno de los hombres de esa celda le importaba un comino, por lo cual él tendría una oportunidad a la hora de atraer la atención de esa belleza.
—Verá, señorita...
—Chaves, Paula Chaves.
—Pues verá, señorita Chaves, esos tres individuos estaban armando un tremendo escándalo y perturbando la paz del lugar. Cuando la policía acudió a la llamada de los vecinos, los encontró cantando junto a una farola, y en la bolsa de uno de los sujetos encontramos esto —contestó Leon, sosteniendo un raro tubo transparente de cincuenta centímetros de longitud compuesto de alguna clase de material acrílico—. Nosotros sospechamos que es algún tipo de artefacto para el consumo de crack, pero el llamado Pedro Alfonso lo niega rotundamente, alegando que es veterinario.
—Bien... —sonrió amablemente la chica antes de comenzar a fustigarlo con su lengua, justo como había pronosticado su detenido que ella haría—. ¿Me está diciendo que, junto a un local de estriptis llamado Tetas, no había más escándalo que el que se debía a mis clientes? ¿Me está usted asegurando, respecto a la acusación de tenencia y consumo de drogas, que únicamente han encontrado un artefacto sospechoso y que no han verificado las credenciales de mi cliente como veterinario antes de su detención? ¿Y me está usted diciendo que todos ellos fueron detenidos por causa de una llamada? ¿Llamada de quién, si puede saberse?
—Era una llamada anónima, señorita. Y sí, junto al local de estriptis siempre suele haber alguna que otra pelea o escándalo, pero esta vez ellos eran los únicos que se encontraban fuera. Y en cuanto a ese artefacto...
—¿No será éste, por casualidad? —inquirió Paula, mostrando en su teléfono móvil una fotografía publicada en un manual de veterinaria que explicaba cómo retener serpientes. En ella aparecía el mismo objeto que el asombrado policía sostenía en sus manos.
—Vamos a suponer que el señor anónimo que llamó a la policía lo hizo por otros impresentables que estaban montando jaleo por esa zona, que éstos huyeron ante el sonido de la sirena del coche de policía, cosa que no llegaron a hacer mis representados por hallarse en un estado... digamos que delicado, y que usted, como es habitual, hizo una detención de los únicos individuos que se encontraban en las inmediaciones sin realizar ninguna otra indagación ulterior —manifestó Paula con contundencia y arrogancia—.¿Verdaderamente, señor Griffin, quiere ser usted conocido por detener a unos hombres cuyo único delito ha sido cantarle a una farola, por muy mal que lo hayan hecho? Háganos un favor a los dos y suelte a esos ineptos para que yo pueda volver a mi cama, y usted, a su serio trabajo —propuso finalmente la abogada, harta de la cruz que era tratar con esos conflictivos sujetos.
Leon Griffin, que ya de por sí estaba teniendo dificultades para realizar el informe de la detención, no se lo pensó dos veces a la hora de dejar a los sospechosos en libertad. Y más después de ver cómo se las gastaba esa elegante abogada que en unos minutos había reducido su seria detención a una burla que podría llegar a perseguirlo eternamente en su carrera.
—Que esta noche os sirva de lección, chicos —reprendió severamente el agente ante la alegría de los tres individuos al verse al fin en libertad.
—¡Oh, no se preocupe! De eso ya me encargaré yo... —La fría mujer sonrió perversamente, haciendo pensar a los acusados que la celda podría ser una opción mil veces mejor que lo que se les avecinaba.
CAPITULO 45
—De un momento a otro, mi sexy abogada entrará por esa puerta y os vapuleará con su habitual mala leche. ¡Y entonces tendréis que pedirme perdón! ¡Os he dicho más de mil veces que ese tubo acrílico no es para fumar crack! ¡Es para el manejo de una serpiente que llevo en el maletero, y que en estos momentos tiene que estar bastante cabreada por su encierro! —gritaba Pedro desde su celda, muy molesto con los policías de Rockdown, el pueblo vecino, con el que todos los habitantes de Whiterlande chocaban una y otra vez debido a las duras cabezas de esos pueblerinos.
—¿Qué demonios hace con una serpiente en el maletero? ¿Es que quiere matar a alguien? — preguntó el inepto policía, poniendo en tela de juicio cada una de las palabras de Pedro.
—No es una especie venenosa, aunque sí muy irascible. En cualquier caso, yo solamente la estoy cuidando.
—¿Tiene licencia para tener esa serpiente en su poder?
—¡Joder, pues claro que la tengo! ¡Es lo que llevo intentando decirle durante toda la noche! ¡Soy veterinario!
—Sí, ya... —replicó el policía, escéptico—. Uno de sus acompañantes me ha confesado que es Batman, y el otro, un sapo azul. Y ahora usted me dice que es veterinario.
—¡Joder! ¡Mis compañeros están borrachos!
—Claro, y usted no... Usted estaba totalmente sobrio... —contestó el agente con ironía—. Por eso, cuando lo detuvimos por escándalo público, le estaba confesando su amor a una farola, mientras sus dos compañeros le hacían los coros de una horrenda serenata. Alégrese de que fuéramos nosotros los que acudiéramos para acallarlos y no los vecinos del lugar, quienes ya estaban preparando sus armas reglamentarias para darles un final digno a esos animales moribundos que no les dejaban dormir.
—¡Mierda! Aún sigo cantando como el culo. Ése es un punto de la lista que todavía no he conseguido cumplir... —se quejó Alan, interrumpiendo la conversación con sus delirios de borracho.
—¡Cállate, Alan! ¿No ves que estoy intentando poner fin a nuestra lastimosa situación y tú, con tu gran bocaza, no ayudas en absoluto? —Pedro reprendió severamente a su hermano y cuñado mientras trataba de suavizar un poco su penoso encierro para no recibir la reprimenda de su severa abogada, que sin ningún género de duda le patearía el trasero en cuanto volviera a verlo, tanto por su absurda llamada como por su lamentable forma de comportarse el día anterior.
—¿Por qué mejor no hace uso de uno de sus derechos y guarda silencio? Lo digo por el bien de su abogada, que tendrá más trabajo si sigue usted empeorando su situación —lo amonestó duramente el policía, consiguiendo finalmente hacer callar a su detenido.
CAPITULO 44
A pesar de haberse dormido llorando por las frías palabras de un hombre que le había llegado a mostrar tanta ternura en cada una de sus caricias, su sueño había sido plácido y sereno, algo que indudablemente necesitaba para poder enfrentarse otra vez a ese individuo que se había convertido en un desconocido a sus ojos.
La llamada que recibió a las cuatro de la mañana cuando sólo faltaban dos horas para que su despertador sonara la molestó bastante, pero lo que llegó a ponerla realmente furiosa fueron los estúpidos desvaríos de un individuo que únicamente podía definirse como un estúpido carente de masa cerebral.
***
—¡Hola, Paula! ¡Soy yo, Pedro Alfonso! Te llamo para informarte de que he descubierto que me he enamorado de ti y, aunque no me agrade demasiado, estoy dispuesto a admitir lo nuestro.
—¿Qué es lo nuestro, Pedro? —preguntó Paula, un tanto confusa por la verborrea de borracho de ese sujeto que se atrevía a despertarla a esas horas sólo para corroborar su idiotez.
—Tú y yo, definitivamente, hemos caído en las redes del amor y, aunque seamos tan distintos, creo que nos merecemos una oportunidad.
—Ajá, ¿y me puedes revelar quién te ha iluminado con esa estúpida idea? —preguntó Paula, harta de ese absurdo.
—Mis amigos.
—Y otra pregunta, ¿estaban tan borrachos como tú cuando tuvieron esa estupenda inspiración?
—Sí, pero yo muestro todos los síntomas de un hombre enamorado, así que tiene que ser eso, aunque ¿tú crees que puede llegar a ser un parásito intestinal? —preguntó el beodo, un tanto preocupado en su desvarío.
—Más bien un parásito cerebral —anunció Paula, enojada con la idiotez de ese tipejo y la de su compañeros—. Ahora escúchame bien, Pedro Alfonso: lo más probable es que tu deseo hacia mí se deba a la novedad del momento. Y si has tenido la estúpida idea de que estás enamorado solamente
después de beberte medio bar, eso no es amor, sino una ilusión alentada por el alcohol.
—¡Chicos, buenas noticias! ¡No estoy enamorado, sólo trompa! —Paula oyó cómo Pedro notificaba alegremente a sus amigos las buenas nuevas.
Ella alejó el teléfono de su oído dispuesta a poner fin a esa absurda llamada, cuando oyó una pregunta llena de seriedad.
—Paula, ¿cómo puedo saber si realmente me he enamorado de ti? —preguntó Pedro sin ningún atisbo de risa en su voz.
—Cuando te enamores, no tendrás que preguntarlo, simplemente lo sabrás —contestó Paula mientras su corazón se encogía ante la verdad que intentaba ocultar: estaba comenzando a enamorarse de Pedro... aunque deseaba negarlo, porque sabía cómo acabaría esa relación. El único corazón que acabaría roto, la única alma que terminaría dañada, sería la suya y, a pesar de lo que pensaban todos, el dinero no apagaba ese dolor. Ni ahora ni nunca.
Paula estuvo a punto de colgarle el teléfono a ese alocado hombre que la molestaba a esas horas de la madrugada para expresarle sus quejas de borracho, cuando oyó de fondo cómo alguien lo reprendía con bastante autoridad.
—¿Quiere decirle de una maldita vez a su abogada que venga a por usted? ¡Se lo advierto! ¡Si sigue perdiendo el tiempo con vanas confesiones, se le acabará el período de quince minutos y volveré a acompañarlo a su celda, haya hecho usted su petición de asistencia legal o no!
—¿Se puede saber qué has hecho ahora, Pedro? —susurró Paula poco antes de que un servicial hombre de la ley se pusiera al teléfono para explicarle lo ocurrido y darle la dirección donde ese exasperante individuo era retenido junto a sus entrometidos amigos que, al parecer, no podían dejar en paz su vida amorosa.
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