jueves, 18 de enero de 2018
CAPITULO 54
Pedro Alfonso la sacaba de quicio.
Sobre todo cuando se hacía el gracioso con sus estúpidas bromas haciéndole perder la compostura, como en esos instantes, en los que no deseaba otra cosa que no fuera patear su trasero con sus finos tacones de aguja, ya que había enseñado a la vieja más entrometida y cotilla del pueblo las marcas que ella había dejado en su cuerpo cuando hicieron salvajemente el amor en su despacho.
No podía haber desmentido de otra manera el rumor sobre su supuesta ínfima masculinidad, ¡no!
Él tenía que abochornarla delante de... ¡de todos!
Y aunque todos significase una aburrida Nina y una curiosa señora y su gordo gato, eso era lo de menos. Porque en ese fastidioso pueblo muy pronto todos sabrían que ella y Pedro se habían acostado y, si la vida en ese insufrible lugar ya era molesta, no podía imaginarse cómo sería cuando se enteraran de que Paula había osado estar con el niño bonito de Whiterlande.
Los innumerable vejestorios que acudían allí únicamente para chismorrear se multiplicarían y ¡qué decir de las mujeres que buscaban llamar la atención de Pedro y de su amiguito! Sin duda más de una intentaría dejar también las marcas de sus uñas en esa firme espalda en la que ella parecía más que dispuesta a limar las suyas en más de una ocasión...
Aún recordaba esos apasionados besos y esas dulces caricias.
Más de una vez había tenido la tentación de aceptar una de sus citas solamente para poder repetir esa noche en la que Pedro la hizo sentirse amada. Pero luego recordaba cómo se había roto su corazón en mil pedazos ante la traición de Manuel, y pensó que, si lo que sentía por su ex era una milésima parte de lo que había empezado a sentir por ese idiota, lo mejor sería mantenerse alejada de él y de todos y cada uno de sus encantos.
Paula no quería volver a sufrir, y sin duda eso era lo que pasaría si le permitía a Pedro adentrarse en su corazón, porque los hombres tan encantadores como él nunca se quedaban con chicas tan ariscas como ella. Y, por desgracia para Paula, él últimamente era más insistente de lo habitual y la incitaba constantemente a darle una oportunidad.
Una de las cosas por las que había aceptado el absurdo viaje a ese pueblo perdido de la mano de Dios era para despejar su mente antes de trasladarse a vivir sola. No es que le importara demasiado soportar las excéntricas ideas de su tía, pero antes de tomar la decisión de marcharse definitivamente de casa de su querida tía Mirta,
ésta se dedicaba a invitar continuamente a algún que otro vejestorio amigo suyo a cenar en su mansión, que siempre iba acompañado por un joven apuesto que era o un hijo o un sobrino que casualmente siempre estaba soltero, divorciado o viudo. Gracias a Henry, muchas de esas noches fueron bastante entretenidas, ya que nadie que no fuera él podía acercarse a ella.
Ésa era una de las razones por las que había decidido abandonar su hogar. Otra era que quería centrarse en su trabajo y llegar a ser alguien importante en el bufete para que las burlas constantes terminaran y alguien la mirara en algún instante con la admiración que atesoraba su tío, quien llegó a ser un prestigioso abogado que no se dejaba avasallar por nada ni por nadie.
Ya hacía días que su tía no la llamaba y eso era bastante preocupante, porque sólo podía significar que Mirta Chaves estaba llevando a cabo uno de sus extravagantes planes. ¿Cuál sería en esa ocasión?
Bueno, como por suerte se encontraban a centenares de kilómetros, Paula pensaba que esa vez no le atañería... hasta que el primer hombre de una larga lista la sacó de su error.
CAPITULO 53
¡Bueno! ¡Un problema resuelto! Ahora sólo le quedaba conquistar a esa mujer que en esos instantes parecía estar muy furiosa con sus actos, aunque al parecer no lo bastante, ya que a su ordenador llegaron unos cuantos e-mails suyos.
El primero le informaba de que la página web había sido eliminada; el segundo, de que tenía una invitación a un importante acto en el que sin duda querría participar; el tercero y último de parte de Paula, le notificaba que había sido apuntado a una importante reunión. Un cuarto correo consistía en un agradecimiento por confirmar su asistencia perteneciente a los organizadores de dicha reunión y decía así:
Gracias por confirmar su asistencia a la duodécima reunión de hombres con pene pequeño. Esperamos con ansia su participación.
Pedro rio ante la ocurrente venganza de esa mujer. Luego le mandó un correo que la hiciera perder esa compostura de la que tanto se enorgullecía.
Si lo que querías era volver a ver a mi amiguito y comprobar su tamaño, no te hacía falta hacer eso para llamar su atención. Él siempre te espera dispuesto a todo. Eso sí, fuera la manicura francesa, cielo. No sé si esta vez mi espalda podría aguantar tus salvajes caricias.
Pedro esperó impaciente la respuesta de su agresiva gatita a lo largo de la mañana, respuesta que no se hizo de rogar: en cuanto Pedro salió de su despacho, Paula le mostró un tanto arisca sus largas y afiladas uñas. Y la de un insultante dedo en particular.
¡Qué pena que eso tan sólo lo excitara más a la hora de tratar de atrapar a tan salvaje mujer que lo volvía loco con cada uno de sus actos, y a la que no estaba dispuesto a dejar marchar ni por todo el oro del mundo, incluido el que parecía ofrecer su adinerada y excéntrica tía!
CAPITULO 52
Ese día de trabajo era una espantosa mañana lluviosa, por lo que la clientela de la clínica se reducía al gato gordo y arisco de una de las cotillas del pueblo. Como la mujer ya había sido debidamente atendida con las deliciosas pastitas que, por unos momentos, Paula se sintió tentada de mezclar con alguna que otra galleta para perros cuando esa insistente mujer le preguntó por décima vez si estaba saliendo con Pedro, la joven simplemente se dedicó a atender los consejos de Nina sobre cómo hacerse una hermosa manicura francesa hasta que un energúmeno la interrumpió bruscamente, haciéndola estropear la delicada creación de su dedo índice.
—¡Tú! —exclamó Pedro señalándola bruscamente antes de empezar a reprenderla por una cuestión que no era culpa suya, ya que ¿a quién narices se le ocurría llamar a una clínica veterinaria El Pequeño Pajarito?
A lo largo de la conversación, Paula tuvo más de una vez la tentación de mostrarle lo bien que le había quedado su manicura en el dedo corazón, pero, como eso ya le había traído algún que otro problema con anterioridad, desistió de ello y escuchó pacientemente todas las quejas de ese individuo.
—¡No me puedo creer que creyera en tu palabra cuando me dijiste que lo mejor para mi clínica era modernizarme y hacerme esa ridícula página web! ¡Ahora soy el hazmerreír del pueblo!
—¿Por qué? —inquirió Paula inocentemente intentando hacerse la tonta como Nina le había enseñado, a ver si así conseguía que la dejara en paz. Pero, por lo visto, si lo hacía ella, no daba resultado.
—¡Deja de hacerte la tonta! Seguro que en algún momento mientras estabas trabajando en ello te diste cuenta de lo que podía ocurrir con el nombre de mi clínica. ¿Por qué no me lo advertiste?
—Lo intenté, pero tú estabas ocupado atendiendo amorosamente a una de esas garrapatas que únicamente vienen aquí para mostrarte sus encantos.
—¡Por enésima vez: no insultes a mis clientes! Ellos son los que pagan mis facturas. Además, seguro que has tenido algún momento libre para advertirme de ello, ¡pero no lo has hecho simplemente porque no has querido!
—No he tenido nada de tiempo entre atender las quejas de mi tía, las del baboso de Henry y tus sublimes intentos de cortejo, bastante originales y nunca vistos, por cierto —ironizó Paula mientras deshojaba despreocupadamente una de las flores que ahora adornaban el mostrador, molesta con la situación en la que se encontraba.
—¡Di más bien que me has estado esquivando a mí y a todos mis intentos para tratar de convencerte de salir conmigo desde que nos volvimos a acostar!
—Es muy simple: no quiero volver a escuchar a mi tía dirigiéndome otro más de sus extensos sermones y, si para ello tengo que desterrarte de mi mente, considérate exiliado.
—¿Siempre haces lo que dice tu maldita tía?
—No, pero en cuestión de hombres me suelo equivocar con demasiada frecuencia para mi gusto —comentó Paula recorriéndolo con una de sus despectivas miradas.
—Creí que después de ese momento que pasamos juntos, me darías una oportunidad — reclamó Pedro, apoyando sus manos sobre el mostrador exigiendo al fin una respuesta.
—Y lo intenté —confesó Paula—. Hasta que empezaste a dedicarme esas falsas sonrisas que les diriges a todos los demás, y a hacerme esos estúpidos regalos que seguramente son los presentes que usas habitualmente a la hora de iniciar una nueva conquista. Así que me lo pensé mejor. Y ahora espero que tú y tu pequeño pajarito permanezcáis lejos de mí. Me comunicaré contigo como toda eficiente secretaria hace: te mandaré un correo electrónico o te dejaré una breve nota en tu escritorio.
—No me conoces en absoluto, pero está claro que tampoco quieres hacerlo —se lamentó un decepcionado Pedro, acercándose más a ella hasta que sus labios casi se tocaron—. Ahora bien, de una cosa puedes estar totalmente segura: el ridículo nombre de mi clínica no tiene nada que ver con mi persona, o yo no tendría la marca de tus uñas en mi espalda —declaró Pedro sensualmente junto a su oído, negándose el placer de volver a tomar esos labios que tanto deseaba, pero que lo rechazaban con bastante indiferencia.
—¡Eres un grosero! —exclamó Paula, tremendamente sonrojada, tratando de esconder lo nerviosa que la había puesto el escandaloso comportamiento de Pedro delante de la curiosa mirada de la cotilla del pueblo, que por poco se cae de la silla intentando meter su naricilla chismosa y la de su gordo gato en lo que no le concernía.
Ante el asombro de los presentes, Pedro se despojó de su bata, dejándola bien doblada en un lado del mostrador, para luego quitarse su camiseta, mostrando a Paula la verdad de sus palabras al exhibir las marcas de las uñas que todavía conservaba en su espalda.
—Pero nunca miento, princesa. Ahora me harías un gran favor al eliminar mi página web de la Red, aunque creo que muy pronto todos sabrán que ese ridículo nombre sólo puede referirse a mi clínica y no a mí. ¿Algo que objetar a mi humilde petición? —preguntó burlonamente Pedro
aprovechándose del momento en el que al fin Paula había perdido la habilidad de contestar con ágiles réplicas.
—¡Ponte la camiseta! ¡De acuerdo, lo haré! — chilló Paula, reprendiéndolo por su desvergonzado comportamiento.
—Eso no es lo que querías cuando estábamos solos... Pero, en fin, que no se diga que no sé complacer a las mujeres —suspiró Pedro jocosamente mientras volvía a vestirse ante la atenta y furiosa mirada de su eficiente ayudante—. Si quieres algo de mí, ya sabes dónde encontrarme, princesa —se despidió mientras le guiñaba un ojo a su furiosa gatita y observaba atentamente cómo Dora, la anciana más cotilla de Whiterlande, tomaba nota de todo lo ocurrido.
¡Menos mal que para demostrar su valía no había tenido que bajarse los pantalones! Aunque, si hubiera tenido que ser delante de Paula solamente, sin duda no le habría importado.
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