domingo, 14 de enero de 2018

CAPITULO 40




¡Al fin tenía un momento de descanso!


Dada la amplia lista de animales que fueron a visitarlo una y otra vez durante esa semana, tal vez los números esta vez cuadrasen y pudiera ponerse al día con alguna de sus facturas, así que Pedro se infundió valor antes de levantar el teléfono y llamar al banco dispuesto a suplicar una vez más unos días para aplazar el pago de sus atrasos.


En cuanto comenzó a hablar con el director de la entidad sobre la hipoteca, éste le informó, muy alegre, de que ésta había sido liquidada en su totalidad y de que su clínica, El Pequeño Pajarito, estaba libre de cualquier carga o deuda.


Pedro no tuvo ninguna duda sobre quién había sido la persona responsable de ese milagro, la única mujer que podía solucionarlo todo con un simple gesto de su billetera. 


Colgó el teléfono, bastante molesto con la idea de que alguien hubiera solucionado todos sus problemas en un solo día y de un modo tan simple, poco antes de que comenzaran a hablarle sobre los beneficios de una nueva tarjeta de crédito.


¿Quién narices se creía que era esa ricachona para refregarle su dinero por la cara? Si él no había pedido ayuda a sus más allegados para poner fin al lío de sus finanzas, ¿quién era ella para hacerlo sin su consentimiento? Que Paula pudiera gastarse mucho dinero despreocupadamente no significaba que él lo aceptara. ¡Ni él ni su clínica eran una maldita obra de caridad, y el que se hubieran acostado no le daba derecho alguno a entrometerse en su vida!


En cuanto pudiera, pensaba dejarle muy claro a esa mujer cuál era su posición, ¡y como que se llamaba Pedro Alfonso que le devolvería hasta el último centavo a esa remilgada princesita que únicamente sabía hacer ostentación de su alta posición y su cuantiosa cuenta corriente!


De hecho, ¿para qué esperar ni un segundo más por una tregua que sin duda alguna ella había roto al tratarlo atrevidamente como un caso de beneficencia? ¡Pedro Alfonso! nunca se dejaría manejar por ninguna mujer, por mucho dinero que ésta tuviera, ya que él no estaba en venta!






CAPITULO 39





Paula observaba con atención a la nueva clienta que se aferraba a Pedro como una persistente garrapata. Se sintió tentada de rociarla con un espray matabichos, a ver si así conseguía despegarla, pero se lo pensó dos veces ante la idea de dañar al bello gato gris de hermoso pelaje que la acompañaba y que, sin duda y debido a la molesta mirada que le dirigía a su dueña, ya estaba más que harta de su insistente comportamiento.


—Fifí últimamente está muy inquieta. ¡Creo que puede tener algo grave, pues estornuda y tose a cada momento, tiene mocos y le cuesta respirar! Además, le lagrimean los ojos y no para de rascarse con mis muebles de una forma bastante molesta. ¿Crees que estará en celo? —cuestionó la afligida joven mientras no dejaba de refregar su delantera contra el fuerte brazo de Pedro, a quien tenía muy bien agarrado.


Paula y Nina se miraron preguntándose mutuamente y en silencio quién estaría en celo, si la dueña de ese hermoso animal que no cesaba de contonearse contra el cotizado soltero del lugar o la gata, que parecía dormitar en su sobrecargado transportín. Sin duda alguna, ambas llegaron a la misma conclusión: la dueña.


—No te preocupes, Tatiana. Lo más probable es que sea una simple alergia —comentó alegremente el amable veterinario conduciendo a su paciente hacia la consulta.


—¿Tú crees? ¿Y si es algo más grave? Como ves, Fifí está muy inquieta.


La gata miró a su dueña con gran pasividad desde su transportín, y le dirigió una cortante mirada que no podía ser interpretada de otra forma que no fuera «Te lo estás inventado todo», y luego, simplemente, estornudó de la manera más falsa posible, exigiendo poco después con sus maullidos la recompensa a la que sin duda estaba acostumbrada.


—No te preocupes, le haré una revisión con todo lujo de detalles para asegurarme de que no es nada grave.


—Creo que tal vez deberías venir a mi casa este fin de semana para asegurarte de su estado. Ya sabes que no tienes que temer nada de mí, PedroDespués de todo, soy virgen y apenas sé tratar con los hombres, y mucho menos tentarlos —confesó dulce y desvergonzadamente la mujer mientras aparentaba una inocencia que sin duda no tenía, ya que, con el poco tiempo que Paula llevaba allí, ya había escuchado el despreocupado cotilleo de algún que otro hombre que aseguraba haber sido «el primero» en estar con esa tentadora mujer.


Paula no pudo resistir la ironía del momento y de sus labios escapó una insolente frase.


—Pero bueno, ¿cuántas vidas tiene ese gato?


—¡Miau! —contestó Nina, haciéndose eco de su impertinente broma.


Con ello, las dos se ganaron una mirada bastante furiosa de la ofendida joven y una regañina de su jefe, quien las mandó a ordenar los archivos. Pero, dado que los archivos estaban bastante ordenados, Nina y Paula simplemente se tomaron un café a la espera de observar con atención la actuación de la siguiente paciente ante el apuesto y soltero veterinario.





CAPITULO 38






Pedro apareció en su clínica una hora tarde, aunque su eficiente empleada había logrado entretener a los asiduos visitantes con una grata sonrisa. Esa mujer parecía saber cómo manejar a las ancianas chismosas sin ningún problema, así como a los solteros del lugar, que habían empezado a acudir a la clínica tanto por la bella Nina como por la arisca Paula, quien, a pesar de que en ocasiones los tratara con altivez, siempre parecía tener una sonrisa para ellos. Algo que muy pronto tendría que cortar por lo sano si no quería que Pedro comenzara a castrar a todo bicho viviente que se aproximara a ella.


Y es que, desde hacía un par de semanas, Pedro no aguantaba las miraditas que le dedicaban algunos de esos libidinosos solteros de Whiterlande a Paula, pero desde la pasada noche las cosas habían empeorado, ya que cualquier hombre que se acercara demasiado a ella era una potencial víctima para ser golpeada una y otra vez, desahogando así su frustración al haberse levantado solo y sin saber hacia dónde los llevaría esa imprudente noche que nunca podría borrar de su mente.


¿Serían celos la rabia que sentía cada vez que observaba a otro hombre arrimarse mínimamente a ella? No, eso no era posible: Pedro no era un tipo celoso. Por si acaso, preguntaría a su cuñado, Alan. Tal vez él tuviera una solución para los posesivos pensamientos que lo abordaban cada vez que la tenía cerca.


Esa mujer no era como las demás.


De sus labios no había salido ni una palabra sobre lo ocurrido. Por lo visto, para ella él había sido una simple aventura de una noche. Esa idea no le agradaba demasiado, pero Pedro guardó silencio dispuesto a que la tregua que se había instalado entre ellos permaneciera un poco más.


Finalmente, tras despejar su mente con un fuerte café hecho, cómo no, por la eficiente Paula, dio comienzo a la inmensa lista de pacientes que últimamente se había incrementado y que, en su mayoría, eran todas mujeres solteras un tanto paranoicas que creían que sus mascotas tenían las enfermedades más inusuales.


Ante la atenta mirada de Paula, Tatiana, una exuberante rubia de gran delantera, se agarró con desesperación a su brazo mientras le contaba con todo lujo de detalles los síntomas de su gata de angora, que lo miraba con bastante recelo desde su transportín.