lunes, 5 de febrero de 2018
CAPITULO 67
Pedro se había comportado como un idiota y su estúpida bocaza lo había vuelto a traicionar. Ahora le estaba resultando terriblemente difícil que esa irascible mujer volviera a dirigirle la palabra. Y todo por un comentario que hizo en el momento más inoportuno.
Después de que ese chucho endemoniado lo dejara con una sábana como única vestimenta, él intentó correr detrás de Paula para explicarse, pero un hombre desnudo no llega muy lejos detrás de un caro y elegante coche, ni siquiera usando su vieja furgoneta que se cae a pedazos.
Cuando Pedro finalmente pudo llegar a su pequeño apartamento, se encontró con algún que otro gracioso mensaje de voz en el estúpido contestador del teléfono a propósito de esa desagradable foto que, al parecer, ahora recorría todo el pueblo. Los más irritantes, cómo no, eran los de sus queridos cuñado y hermano, que parecían ponerse de acuerdo últimamente a la hora de tocarle las pelotas a más no poder.
Mientras su hermano le sugería un nuevo trabajo como estríper profesional y se inventaba imaginativos nombres, como Emperador Erectus Máximus, su cuñado había decidido que él sería el primero en apoyar su nueva carrera metiéndole la calderilla de su bolsillo en el tanga.
Tras borrar esos malditos mensajes mientras reflexionaba sobre el modo de fastidiar a esos dos imbéciles y dejarles definitivamente clara la idea de que no se metieran más en su vida privada, Pedro se dirigió hacia su nevera para sacar una fría cerveza y acabó derrumbándose en su maltrecho sofá pensando una vez más cómo deshacer el inmenso lío en el que lo había metido su bocaza.
Todo era tan perfecto hasta el momento en el que Paula tuvo que escuchar esas inoportunas palabras saliendo de su boca... Y ahora sólo le quedaban unas cuantas semanas para que ella se marchara para siempre, porque, si algo había dejado claro Paula desde el principio, era que, en cuanto cumpliera su condena, no volvería a aparecer por ese remoto lugar nunca más. Y eso Pedro no lo podía permitir, porque estaba seguro de que si esa mujer desaparecía de su vida, sin duda alguna se llevaría su corazón con ella.
Bien, de acuerdo. Era el momento de planear una elaborada estrategia para conquistar a una mujer como ella. Por lo menos sabía dónde vivía, dónde trabajaba y alguno que otro de sus deseos más profundos. Sólo tenía que acercarse a ella de una forma en la que nunca pudiera rechazarlo y que ablandara su tierno corazón.
Vale, no tenía ni puñetera idea de cómo hacerlo, y pedir ayuda a sus amigos estaba descartado por completo. Y más ahora, que sólo se burlarían de él por esa ridícula foto que seguramente muy pronto adornaría el gran tablón de anuncios del bar de Zoe. Además, tanto los consejos de sus amigos como los de sus familiares eran una auténtica porquería, así que se decantó por la opción más obvia: pedirle consejo a las dieciséis latas de cerveza que permanecían sin abrir en su nevera para ver si ellas le daban una buena solución a sus problemas o, por lo menos, le hacían olvidarse del ridículo que había hecho ese día intentando convencer a Paula de que él era el hombre que ella necesitaba. Aunque el final había sido bien distinto: lo único que le había demostrado era que él era un idiota redomado y que nunca tendría remedio.
Pedro brindó por su amada una vez más antes de acabar de un solo trago con lo que quedaba de su cerveza e ir a por las otras quince que le esperaban pacientemente en la nevera.
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