lunes, 12 de febrero de 2018

CAPITULO 91





—¿Por qué no estás fuera? —preguntó Víctor a Pedro mientras observaba como éste no alejaba sus ojos de Paula ni un solo momento.


—Necesitan estar solas —contestó seriamente el hombre que hasta hacía poco sólo había mostrado a todos sus estúpidas sonrisas.


Víctor, que en un principio lo había catalogado como «otro idiota igual al anterior que había pasado por la vida de Paula», ahora no sabía cómo clasificarlo. A decir verdad, cuando lo conoció ganó algún que otro punto ante él por golpear a ese idiota de Manuel Talred. Luego los perdió todos al abrir su enorme bocaza e insultar a los Chaves, aunque en esos momentos él no sabía que lo estaba viendo y tenía entre sus manos un caro libro de adiestramiento canino mientras se peleaba con ese perro que en algunos momentos podía llegar a volver loco a un santo. Parecía que ese tipo era serio en lo que se refería a su amiga.


En verdad, en esos instantes tenía toda la apariencia de un hombre enamorado.


—¿Y por qué no estás tú allí fuera, consolando a Lorena? —preguntó Pedro, interesado, mientras miraba suspicazmente a ese rudo hombre que, como él, nada podía hacer para ocultar sus sentimientos.


—Ése no es mi trabajo —respondió secamente Víctor, sin poder apartar sus ojos de la tierna escena que se desarrollaba fuera, deseando ser él mismo el consuelo de esa tierna muchacha que tanto lo temía.


Pedro bufó despectivamente ante sus palabras.


Luego volvió a llenar el incómodo silencio con una historia.


—Yo tenía una clienta que odiaba a los perros porque de pequeña uno le había mordido. Años más tarde, heredó de un tío suyo un perro descomunal, un dogo argentino. Prácticamente son tan grandes como un potrillo. Cuando ella quiso sacrificarlo, le fui dando largas y excusas, haciendo que conviviera con ese animal durante un mes. Tras ese tiempo, nadie pudo separarla nunca de ese noble ejemplar.


—¿Para qué narices me cuentas esa estupidez? —gritó Víctor, enfurecido con el tonto relato de ese necio veterinario.


—Si no te conoce, te seguirá teniendo miedo —indicó Pedro, señalando a la mujer que era su más grande anhelo desde que la conoció.


—Tú no lo comprendes... Lo tuyo es más fácil... Tú...


—Sí, es verdad, yo sólo tengo un exnovio estúpido que cada dos por tres intenta meterse en medio, una vieja loca que cree que voy tras el dinero de su sobrina, un perro que me odia y una mujer que se niega a decirme que me quiere —ironizó Pedro, haciéndole olvidar sus excusas y enfrentarse finalmente a su cobardía.


—¿Quieres una cerveza? —ofreció Víctor, resignado a tratar con ese alocado personaje que, después de todo, no daba tan malos consejos.


—¡Ya era hora de que alguien me ofreciera una bebida decente en esta casa! —Pedro sonrió, aceptando de buen grado la invitación que se le hacía.


Víctor se sentó junto a él sin saber aún si era un idiota redomado, un genio oculto, un diamante en bruto o, simplemente, un loco enamorado.


«Algo que todos los hombres llegan a ser en alguna ocasión», pensó Víctor mientras brindaba por la mujer que le había hecho darse cuenta de que al fin había llegado su hora de experimentar ese estúpido sentimiento que algunos llamaban «amor».


No hay comentarios:

Publicar un comentario