lunes, 8 de enero de 2018

CAPITULO 19





—¡Es increíble que ese juez no me dejara siquiera explicarme antes de dictar la sentencia! —se quejaba abiertamente Paula mientras seguía hacia la comisaría al, sin duda alguna, instigador de su rápida condena.


—¿De qué te quejas, princesa? ¡Soy yo el que tiene que aguantar tu presencia durante tres meses! ¿Se puede saber de qué narices me va a servir una ayudante que se desmaya a la vista de la sangre y un perro?


—¡No estaba hablando contigo, lo hacía con Henry! —informó despectivamente Paula, dirigiéndole una furiosa mirada a Pedro.


—Ésa es otra. ¡Bastantes problemas tengo ya en la clínica como para que me espantes a los pocos clientes con tu mal humor y tu lengua viperina! Así que, cuando empieces mañana a trabajar para mí, haz el favor de convertirte en miss Simpatía.


—Sí, claro. Eso es tan probable como que Henry pierda cinco kilos, que tú tengas un alto coeficiente intelectual o que los cerdos vuelen... Elige la que más te convenga y, cuando se cumpla, yo seré miss Felicidad para ti. Mientras tanto, deja de atosigarme. Bastantes problemas tengo en mi vida como para tener que perder mi preciado tiempo con alguien como tú.


—¡Se puede saber qué significa eso! — exclamó Pedro—. ¿Quién narices te crees que eres? ¡Yo he trabajado mucho y muy duro para llegar donde estoy! En cambio, tú...


—¿Insinúas que yo no me he esforzado para llegar donde estoy? —lo interrumpió Paula, indignada—. ¡Que tenga dinero no significa que todo me sea servido en bandeja de plata! ¡Tuve que ir a las más rígidas escuelas, mis vacaciones las pasaba con tutores estirados que no sabían tratar con una niña, así que para ellos solamente era un pequeño adulto! Y, para poder entrar en el bufete de mi tía, tuve que sacar las notas más altas de mi promoción, si no, no hubiera sido digna de ser una Chaves. Y tú, frívolo playboy, ¿sabes siquiera lo que es que decenas de personas se burlen continuamente de ti por hacer los trabajos más bajos de una vieja excéntrica?


—Si no te gusta, ¿por qué simplemente no lo dejas todo?


—Quiero demasiado a mi tía como para dejarla sola, por muy loca que esté. Además, ¿quién ha dicho que no me guste trabajar en el bufete? Si hubieras visto cómo corrían a
esconderse esos estúpidos condescendientes cuando mi tía insinuó que yo iba a abandonar mi puesto como abogada de Henry y que ella iba a designar uno nuevo de entre ellos... —Paula sonrió maliciosamente, recordando las múltiples excusas que había escuchado para alejarse de ella
en esos momentos y los malintencionados comentarios que había acallado con el simple recordatorio de la presencia de Henry.


—En verdad, eres una víbora —comentó Pedroasombrado ante el regocijo de Paula.


—No, señor Alfonso. Simplemente soy una abogada —replicó alegremente mientras entraba por la puerta de la comisaría seguida de cerca por el chucho sarnoso y su nuevo carcelero.


—Pero una víbora muy bonita —susurró Pedro mientras observaba desde lejos el sensual movimiento de las caderas de esa excitante mujer.


Paula Chaves era una tentación en la que no le convenía caer si no quería acabar convirtiéndose en el juguete de una niña mimada.


Tal vez lo mejor sería convencerla de que renunciara a ese trabajo y le suplicara otro al rígido juez que siempre era benévolo con los ruegos de las mujeres. Sin lugar a dudas, tendría que pedirle ayuda a su cuñado. Tras años de hostigar a su hermana desde la infancia hasta la adolescencia, Alan era el más idóneo para saber cómo hacer enfurecer a una fémina.



No hay comentarios:

Publicar un comentario