domingo, 14 de enero de 2018
CAPITULO 39
Paula observaba con atención a la nueva clienta que se aferraba a Pedro como una persistente garrapata. Se sintió tentada de rociarla con un espray matabichos, a ver si así conseguía despegarla, pero se lo pensó dos veces ante la idea de dañar al bello gato gris de hermoso pelaje que la acompañaba y que, sin duda y debido a la molesta mirada que le dirigía a su dueña, ya estaba más que harta de su insistente comportamiento.
—Fifí últimamente está muy inquieta. ¡Creo que puede tener algo grave, pues estornuda y tose a cada momento, tiene mocos y le cuesta respirar! Además, le lagrimean los ojos y no para de rascarse con mis muebles de una forma bastante molesta. ¿Crees que estará en celo? —cuestionó la afligida joven mientras no dejaba de refregar su delantera contra el fuerte brazo de Pedro, a quien tenía muy bien agarrado.
Paula y Nina se miraron preguntándose mutuamente y en silencio quién estaría en celo, si la dueña de ese hermoso animal que no cesaba de contonearse contra el cotizado soltero del lugar o la gata, que parecía dormitar en su sobrecargado transportín. Sin duda alguna, ambas llegaron a la misma conclusión: la dueña.
—No te preocupes, Tatiana. Lo más probable es que sea una simple alergia —comentó alegremente el amable veterinario conduciendo a su paciente hacia la consulta.
—¿Tú crees? ¿Y si es algo más grave? Como ves, Fifí está muy inquieta.
La gata miró a su dueña con gran pasividad desde su transportín, y le dirigió una cortante mirada que no podía ser interpretada de otra forma que no fuera «Te lo estás inventado todo», y luego, simplemente, estornudó de la manera más falsa posible, exigiendo poco después con sus maullidos la recompensa a la que sin duda estaba acostumbrada.
—No te preocupes, le haré una revisión con todo lujo de detalles para asegurarme de que no es nada grave.
—Creo que tal vez deberías venir a mi casa este fin de semana para asegurarte de su estado. Ya sabes que no tienes que temer nada de mí, Pedro. Después de todo, soy virgen y apenas sé tratar con los hombres, y mucho menos tentarlos —confesó dulce y desvergonzadamente la mujer mientras aparentaba una inocencia que sin duda no tenía, ya que, con el poco tiempo que Paula llevaba allí, ya había escuchado el despreocupado cotilleo de algún que otro hombre que aseguraba haber sido «el primero» en estar con esa tentadora mujer.
Paula no pudo resistir la ironía del momento y de sus labios escapó una insolente frase.
—Pero bueno, ¿cuántas vidas tiene ese gato?
—¡Miau! —contestó Nina, haciéndose eco de su impertinente broma.
Con ello, las dos se ganaron una mirada bastante furiosa de la ofendida joven y una regañina de su jefe, quien las mandó a ordenar los archivos. Pero, dado que los archivos estaban bastante ordenados, Nina y Paula simplemente se tomaron un café a la espera de observar con atención la actuación de la siguiente paciente ante el apuesto y soltero veterinario.
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