lunes, 15 de enero de 2018
CAPITULO 42
Cuando Pedro se quedó solo en su clínica después de que la eficiente Paula cerrara el local, rememoró una y otra vez en su despacho la dureza de sus palabras, y por una vez deseó que alguien lo hubiera acallado como hacían en más de una ocasión sus hermanos para que no metiera la pata.
Su nerviosismo ante todos los cambios que se estaban produciendo en su vida, junto con el enfado por no poder asumir sus deudas, habían soltado su lengua de una forma horrenda y ahora no sabía qué hacer para que Paula lo perdonase.
Porque, sin duda alguna, tenía que conseguir su perdón. Él no podía ser el culpable de que esos hermosos ojos volvieran a nublarse.
Su corazón se encogía ante el distante comportamiento que ella había impuesto entre los dos, aun sin saber por qué necesitaba su perdón.
Una llamada a su móvil interrumpió sus apenados pensamientos, aunque de su mente no llegó a borrarse la imagen de Paula mientras respondía a tan inoportuna persona.
—¡Hola, Pedro! Es increíble que hayas contestado después del primer tono, estaba resignado a hacer como siempre y llamar miles de veces a tu móvil o al fijo hasta dar contigo. Veo que, al fin, tu ayudante se ha puesto las pilas, ya que ha conseguido que tengas tu teléfono al día...
—¿Qué quieres, Alan? —Pedro cortó bruscamente a su cuñado sin saber cómo hacerle entender que ese día no estaba para bromas, aunque eso nunca era propio de su temperamento.
—Pues verás: Eliana está pasando la noche en nuestra casa con algunas de sus antiguas compañeras del instituto, que han venido para esa estúpida reunión de exalumnos que se celebrará dentro de unos días, y ha tenido la maravillosa idea de introducir a mi hija en lo que ellas llaman «noche de chicas», algo que realmente no quiero volver a repetir en la vida: se han apropiado de la televisión con películas melosas, han hecho comida sana para la cena, todo demasiado verde para mí, y finalmente, cuando he logrado huir escandalizado, se estaban haciendo trencitas mientras escuchaban canciones antiguas de esos empalagosos grupos que yo odiaba en mi adolescencia.
»Así que me he dicho: o me hago una trencita lo suficientemente larga como para ahorcarme o reúno a mis amigos y hacemos una «noche de chicos». Como puedes imaginar, ganó la segunda opción. Por otra parte, Jose está libre y un tanto depre. Creo que ha vuelto a ver a Monica... Ya sabes que siempre que vuelven a verse, él se pone así. Y eso que en el instituto Jose apenas le prestaba atención: después de todo, ella sólo era una pequeña ratita de biblioteca...
—¿Monica? ¿La amiga de Eliana? No creí que viniera a esa reunión de exalumnos. A fin de cuentas, solamente pasó unos pocos años en el pueblo y ni siquiera llegó a graduarse aquí. Me pregunto qué narices pasa con esos dos siempre que se encuentran...
—¡Ni idea! Ya sabes que, para tu hermano, el «tema Monica» es tabú. Siempre se niega a hablar de ella. Bueno, ¿qué me dices? ¿Te apuntas a una «noche de chicos»?
—¿Por qué no? Definitivamente, hoy yo también necesito una noche con mis amigos. Tengo muchas cosas que contaros, tal vez podríais ofrecerme algún consejo...
—Si es sobre mujeres, te diré algo: nunca, pero nunca, las hagas enfadar. Y si las haces llorar, estás perdido.
—Entonces creo que acabo de meterme en un buen lío.
—No te preocupes, encontraremos un sitio tranquilo en el que hablar y nos contaremos nuestras desgracias sobre mujeres bebiendo como cosacos. Eso sí, que sea un local discreto o Eliana me matará. Ya sabes que tu hermana se entera de todo.
—No te preocupes, tengo en mente el lugar perfecto. Además, he de hacer una parada allí para visitar a una paciente —sonrió Pedro pérfidamente antes de indicarle la dirección.
Tal vez eso era lo que necesitaba para sacar de su cabeza esos oscuros pensamientos sobre Paula: una noche en la que volver a ser el despreocupado hombre que se reía de todo y al que nada le afectaba. Y muy especialmente los tristes ojos de una mujer que no podía apartar de su mente, y menos aún en esos momentos en los que el culpable de su dolor era él.
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