martes, 16 de enero de 2018

CAPITULO 45





—De un momento a otro, mi sexy abogada entrará por esa puerta y os vapuleará con su habitual mala leche. ¡Y entonces tendréis que pedirme perdón! ¡Os he dicho más de mil veces que ese tubo acrílico no es para fumar crack! ¡Es para el manejo de una serpiente que llevo en el maletero, y que en estos momentos tiene que estar bastante cabreada por su encierro! —gritaba Pedro desde su celda, muy molesto con los policías de Rockdown, el pueblo vecino, con el que todos los habitantes de Whiterlande chocaban una y otra vez debido a las duras cabezas de esos pueblerinos.


—¿Qué demonios hace con una serpiente en el maletero? ¿Es que quiere matar a alguien? — preguntó el inepto policía, poniendo en tela de juicio cada una de las palabras de Pedro.


—No es una especie venenosa, aunque sí muy irascible. En cualquier caso, yo solamente la estoy cuidando.


—¿Tiene licencia para tener esa serpiente en su poder?


—¡Joder, pues claro que la tengo! ¡Es lo que llevo intentando decirle durante toda la noche! ¡Soy veterinario!


—Sí, ya... —replicó el policía, escéptico—. Uno de sus acompañantes me ha confesado que es Batman, y el otro, un sapo azul. Y ahora usted me dice que es veterinario.


—¡Joder! ¡Mis compañeros están borrachos!


—Claro, y usted no... Usted estaba totalmente sobrio... —contestó el agente con ironía—. Por eso, cuando lo detuvimos por escándalo público, le estaba confesando su amor a una farola, mientras sus dos compañeros le hacían los coros de una horrenda serenata. Alégrese de que fuéramos nosotros los que acudiéramos para acallarlos y no los vecinos del lugar, quienes ya estaban preparando sus armas reglamentarias para darles un final digno a esos animales moribundos que no les dejaban dormir.


—¡Mierda! Aún sigo cantando como el culo. Ése es un punto de la lista que todavía no he conseguido cumplir... —se quejó Alan, interrumpiendo la conversación con sus delirios de borracho.


—¡Cállate, Alan! ¿No ves que estoy intentando poner fin a nuestra lastimosa situación y tú, con tu gran bocaza, no ayudas en absoluto? —Pedro reprendió severamente a su hermano y cuñado mientras trataba de suavizar un poco su penoso encierro para no recibir la reprimenda de su severa abogada, que sin ningún género de duda le patearía el trasero en cuanto volviera a verlo, tanto por su absurda llamada como por su lamentable forma de comportarse el día anterior.


—¿Por qué mejor no hace uso de uno de sus derechos y guarda silencio? Lo digo por el bien de su abogada, que tendrá más trabajo si sigue usted empeorando su situación —lo amonestó duramente el policía, consiguiendo finalmente hacer callar a su detenido.





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