A pesar de haberse dormido llorando por las frías palabras de un hombre que le había llegado a mostrar tanta ternura en cada una de sus caricias, su sueño había sido plácido y sereno, algo que indudablemente necesitaba para poder enfrentarse otra vez a ese individuo que se había convertido en un desconocido a sus ojos.
La llamada que recibió a las cuatro de la mañana cuando sólo faltaban dos horas para que su despertador sonara la molestó bastante, pero lo que llegó a ponerla realmente furiosa fueron los estúpidos desvaríos de un individuo que únicamente podía definirse como un estúpido carente de masa cerebral.
***
—¡Hola, Paula! ¡Soy yo, Pedro Alfonso! Te llamo para informarte de que he descubierto que me he enamorado de ti y, aunque no me agrade demasiado, estoy dispuesto a admitir lo nuestro.
—¿Qué es lo nuestro, Pedro? —preguntó Paula, un tanto confusa por la verborrea de borracho de ese sujeto que se atrevía a despertarla a esas horas sólo para corroborar su idiotez.
—Tú y yo, definitivamente, hemos caído en las redes del amor y, aunque seamos tan distintos, creo que nos merecemos una oportunidad.
—Ajá, ¿y me puedes revelar quién te ha iluminado con esa estúpida idea? —preguntó Paula, harta de ese absurdo.
—Mis amigos.
—Y otra pregunta, ¿estaban tan borrachos como tú cuando tuvieron esa estupenda inspiración?
—Sí, pero yo muestro todos los síntomas de un hombre enamorado, así que tiene que ser eso, aunque ¿tú crees que puede llegar a ser un parásito intestinal? —preguntó el beodo, un tanto preocupado en su desvarío.
—Más bien un parásito cerebral —anunció Paula, enojada con la idiotez de ese tipejo y la de su compañeros—. Ahora escúchame bien, Pedro Alfonso: lo más probable es que tu deseo hacia mí se deba a la novedad del momento. Y si has tenido la estúpida idea de que estás enamorado solamente
después de beberte medio bar, eso no es amor, sino una ilusión alentada por el alcohol.
—¡Chicos, buenas noticias! ¡No estoy enamorado, sólo trompa! —Paula oyó cómo Pedro notificaba alegremente a sus amigos las buenas nuevas.
Ella alejó el teléfono de su oído dispuesta a poner fin a esa absurda llamada, cuando oyó una pregunta llena de seriedad.
—Paula, ¿cómo puedo saber si realmente me he enamorado de ti? —preguntó Pedro sin ningún atisbo de risa en su voz.
—Cuando te enamores, no tendrás que preguntarlo, simplemente lo sabrás —contestó Paula mientras su corazón se encogía ante la verdad que intentaba ocultar: estaba comenzando a enamorarse de Pedro... aunque deseaba negarlo, porque sabía cómo acabaría esa relación. El único corazón que acabaría roto, la única alma que terminaría dañada, sería la suya y, a pesar de lo que pensaban todos, el dinero no apagaba ese dolor. Ni ahora ni nunca.
Paula estuvo a punto de colgarle el teléfono a ese alocado hombre que la molestaba a esas horas de la madrugada para expresarle sus quejas de borracho, cuando oyó de fondo cómo alguien lo reprendía con bastante autoridad.
—¿Quiere decirle de una maldita vez a su abogada que venga a por usted? ¡Se lo advierto! ¡Si sigue perdiendo el tiempo con vanas confesiones, se le acabará el período de quince minutos y volveré a acompañarlo a su celda, haya hecho usted su petición de asistencia legal o no!
—¿Se puede saber qué has hecho ahora, Pedro? —susurró Paula poco antes de que un servicial hombre de la ley se pusiera al teléfono para explicarle lo ocurrido y darle la dirección donde ese exasperante individuo era retenido junto a sus entrometidos amigos que, al parecer, no podían dejar en paz su vida amorosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario