domingo, 21 de enero de 2018

CAPITULO 62





Finalmente, después de que el chucho sarnoso acabara con todo el bacón una hora antes de lo esperado, se adentró corriendo en su nueva casa irritado por la ausencia de su dueña. Henry abrió la puerta desvergonzadamente, empujándola con sus patas delanteras, y penetró en la habitación donde Paula dormía plácidamente entre los brazos de Pedro.


Pedro alzó el rostro, confuso cuando distinguió unos fastidiosos y retadores gruñidos muy próximos a su oído. Se incorporó muy molesto porque las babas de ese engorroso animal mancharan su cara, y se enfrentó a ese chucho con la mirada más fría que podían ofrecer sus hermosos ojos azules.


—¡Tú y yo tenemos que hablar! —señaló muy firme el decidido veterinario, queriendo poner finalmente a Henry en su lugar.


Henry aumentó el volumen de sus amenazas cuando vio cómo Pedro abrazaba gentilmente a Paula, intentando que ésta no despertara de su apacible sueño.


—Tienes que comprender que tú no puedes ser el único macho en su vida —intentó razonar Pedro con el perro, inútilmente—. Yo la quiero, y he decidido quedarme con ella para siempre. Además, yo voy a protegerla y no permitiré que nadie vuelva a hacerle daño jamás.


Henry pasó junto a él con algo de dificultad e, ignorando cada una de sus palabras, se tumbó justo en medio de la manta que los cubría, entre ambos, imponiendo un barrera entre Pedro y su dueña.


Luego se dedicó a gruñir a Pedro con intensa malicia, mientras a Paula simplemente le gemía al oído cada una de sus múltiples protestas por su vil abandono.


Pedro se rindió ante la cabezonería de ese cuadrúpedo y, decidido a alejarlo de Paula para aprovechar al máximo esos momentos con ella, sacrificó su almuerzo dejando un camino de comida hasta la puerta. Henry se resistió todo lo que pudo, pero el sabroso pollo al horno de su madre siempre había sido una tentación para los sentidos, así que, finalmente, Henry cayó ante el delicioso aroma de esa pecaminosa comida y, aun sabiendo que era una trampa, corrió gustoso, devorando cada uno de los trozos de ese delicioso almuerzo. En ese momento, Pedro le dio con la puerta en las narices a ese rencoroso perro sin dejar de advertirle.


—Lo siento, pero ahora Paula es mía.


Para su desgracia, aunque Henry no pudo volver a abrir la puerta después de que Pedro echara el pestillo, sí que fue capaz de aullar como un desquiciado mientras no cesaba de arañar el imperturbable obstáculo que Pedro había puesto entre él y su dueña.


—¡Cállate ya, saco de pulgas! —refunfuñó Paula, molesta con su incómodo despertar hasta que unos dulces besos de ensueño recorrieron su cuello hasta llegar a sus labios.


—Buenos días, princesa —saludó alegremente un desnudo adonis rubio sin avergonzarse demasiado al mostrar su cuerpo sin tapujo alguno.


—Buenos días —contestó tímidamente Paula, incorporándose del duro suelo con sus mejillas enrojecidas al recordar todos los pecaminosos juegos de los que habían disfrutado.


—Lo siento, princesa, pero no pude evitar los lamentos de tu enamorado canino. Por suerte pude desterrarlo de esta habitación, pero he tenido que sacrificar nuestro almuerzo, así que será mejor que nos vistamos y te invite a comer. Elige, que invito yo, por lo que tenemos una gran variedad de restaurantes para elegir —anunció burlonamente Pedro mientras se tumbaba despreocupadamente en el suelo colocando sus manos detrás de su cabeza.


—¿Ah, sí? ¿Y cuáles son las opciones? — bromeó Paula, siguiendo la indiferente manera que tenía Pedro de llevar cada uno de sus problemas.


—Pues verás: puedes elegir entre el Burguerpollo o Luigiʼs. Los dos son restaurantes de gran prestigio en el pueblo, y tengo que señalarte que cada uno tiene una estrella Michelin.


—¿En serio? —preguntó Paula, confusa por no haber oído nunca hablar de esos ilustres lugares que disfrutaban, según Pedro, de una alta opinión entre los restauradores de todo el mundo.


—Sí: tenemos al orondo Brutus, del Burger, y a Conney, de Luigi’s. Ambos son dos estrellas del pueblo, famosos por arramblar con todo lo que se les pone por delante y por sus grasientos michelines —se burló Pedro, consiguiendo una molesta mirada de la suspicaz abogada.


—Tus bromas apestan, Pedro—lo reprendió Paula mientras se dirigía altaneramente hacia el baño del que disponía esa habitación, con la manta liada en su cuerpo como si de la toga de un gran emperador se tratase. Pedro decidió concederle unos minutos antes de reunirse con ella bajo el agua de la ducha para comenzar con alguno de sus atrevidos juegos que, sin duda, la escandalizarían de nuevo.


Antes de decidirse a interrumpir a la sirena que cantaba como un pato mojado bajo el agua, pero que tenía un cuerpo de diosa, Pedro se apiadó del chucho sarnoso que se quejaba desconsoladamente junto a la puerta y abrió antes de que sus pezuñas acabaran con los relieves de la puerta de roble y su padre exigiera su cabeza.


Henry entró dignamente en la habitación fulminándolo con su agria mirada perruna y, sin más, se tumbó en el suelo junto a la puerta del baño. Pedro simplemente pasó por encima y cerró una nueva puerta en sus narices, haciéndole saber que su intelecto siempre sería superior al de un simple chucho malcriado.


Si a Pedro le extrañó que ese animal no los atosigara nuevamente con sus quejas y exigencias junto a la puerta del baño, poco pensó en ello, ya que tenía mejores cosas que hacer. La principal de ellas, enseñar a una arisca gatita cómo de divertido podía ser jugar bajo el agua.




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