martes, 6 de febrero de 2018

CAPITULO 70





Cuando Paula salió de la habitación de Lorena, se derrumbó contra la puerta.


Todavía le temblaban las manos de los nervios, la ira, la pura frustración... Un sinfín de sentimientos se agolpaban en ella y sólo deseaba que Lorena se alejara lo más rápido posible de ese animal que se hacía llamar su esposo.


Paula sabía que ella podía intentar defender a esa mujer en los tribunales y que su dinero y el prestigio de su apellido sin duda la ayudarían a la hora de enfrentarse a ese salvaje, pero, si quería ganar a toda costa, necesitaba al mejor abogado, al más rastrero e hipócrita. Necesitaría al que más victorias llevaba a sus espaldas y, para su desgracia, Paula conocía al hombre adecuado para ese trabajo. Lo había visto en acción en innumerables ocasiones y nunca nunca había dejado títere con cabeza en cualquiera de sus juicios. Se podía meter a toda la sala en el bolsillo en unos segundos; era falso y engañoso y, sin duda, el mejor.


Si Paula quería ayudar realmente a Lorena a escapar de las garras de ese maltratador, ya era hora de que dejara a un lado todos sus malos recuerdos. Si para ello tenía que enfrentarse a sus peores pesadillas, bienvenidos fueran los malos sueños, porque Paula nunca dudaría a la hora de ayudar a otros a salir de ese infierno, como una vez su tía la ayudó a ella a desterrar esos malos recuerdos en los que se sentía impotente e indefensa ante la brutalidad de otros.


Suspiró resignada y sacó su teléfono, dispuesta a hacer esa llamada que tanto temía. Tras unos cuantos tonos, ese ser despreciable al fin tuvo el detalle de atenderla y, aunque él era el culpable de su ruptura y de gran parte de todas las desgracias que le habían sucedido desde entonces, su rencor quedaba patente en cada una de sus palabras.


—Hola, preciosa... Veo que al fin, después de algunos años, te dignas hablar conmigo. ¿A qué se debe el gran honor de que una Chaves llame a mi puerta? ¿Podría ser que, por fin, te hayas arrepentido de rechazarme? —inquirió Manuel Talred, regodeándose en el momento.


—Te llamo por un caso que estoy llevando y para el que necesito tu consejo —contestó Paula, haciendo un enorme esfuerzo por comportarse civilizadamente.


—¡Oh, no me digas que al fin la pequeña Chaves ha crecido y le han otorgado una tarea más importante que sacudir las pulgas de ese sarnoso perro! 


—No me lo ha asignado el bufete, es un caso que he cogido por mi cuenta y necesito el consejo del mejor abogado en estos temas y, para mi desgracia, tú eres el mejor.


—Me halagas, preciosa, pero, después de que terminaras conmigo de una forma tan brusca, tu tía hizo lo indecible por hacer mi vida imposible en este lugar. ¿Por qué debería yo colaborar contigo?


—Si me ayudas con esto, hablaré con ella para que te deje en paz.


—Pero mi sufrimiento por tus falsas acusaciones merecen algún otro aliciente; después de todo, yo sólo soy un pobre trabajador que se dejó manejar por una niña mimada que únicamente jugaba conmigo —ironizó vilmente Manuel, recordándole los lamentables rumores que él mismo había llegado a esparcir en su beneficio en el bufete de tía Mirta para parecer inocente, algo que rápidamente había conseguido por la envidia y el rencor que muchos de ellos le guardaban a tan prestigioso apellido.


—Tú sabes que la única engañada fui siempre yo, por creer cada una de tus estúpidas palabras y promesas...


—¡Por Dios, Paula! ¿Cómo pudiste creer realmente que alguien como yo se enamorara de ti? Eres la mujer más insulsa y aburrida que he tenido la desgracia de conocer. Lo más emocionante que hicimos fue ir a comprar nuestra casa, y sólo porque gracias a ello conocí a Jennifer —recordó Manuel cruelmente, abriendo las profundas heridas de su alma, que llevaban tiempo cerradas.


—Me alegra mucho haber descubierto la clase de persona que eras antes de casarme contigo. Y espero sinceramente que Jennifer también lo haga... Ni siquiera una mujer como ella merece quedarse al lado de alguien como tú.


—Entonces, ¿aún no lo sabes? Creí que me llamabas para intentarlo de nuevo... Jennifer y yo rompimos hace unas semanas, así que estoy de libre nuevo. ¡Soy todo tuyo, preciosa! Ya sabes: para lo bueno y para lo malo, y etcétera...


—Yo sólo te quiero para una cosa en mi vida, y no es precisamente para que vuelvas a mi lado para hacer de mí una desgraciada. Te quiero como abogado porque eres el mejor; como hombre, sin embargo, dejas mucho que desear.


—¿Ah, sí? Dime un solo hombre que haya pasado por tu vida que sea mejor que yo —se regodeó Manuel, esperando no recibir contestación alguna a esa pregunta.


Pedro Alfonso—contestó Paula sin vacilar, mostrando una sonrisa en su rostro al recordar al hombre que poco a poco estaba curando su herido corazón.


—Vaya, me has despertado la curiosidad. ¡Quién sabe! Quizá, si me lo ruegas un poco, acepte tu petición.


—¡Se acabaron las buenas maneras, Manuel! He intentado pedirte ayuda de una forma razonable a pesar de no querer volver a tener trato alguno contigo, así que ahora simplemente haré una nueva llamada y te recordaré para quién trabajas — anunció con arrogancia Paula mientras ponía fin a esa conversación, una pesadilla que avivaba esos malos recuerdos que muy en el fondo todavía perduraban en ella.


Paula había tratado de ser prudente y conseguir que Manuel fuese a ayudarla por su propia voluntad, pero, al parecer, eso era algo que no funcionaba con ese sujeto. Lo peor era que ahora tendría que obligarlo a acudir a su llamada, y tener junto a ella a un Manuel Talred reticente era dar la bienvenida al desastre, porque toda la paz y tranquilidad que había obtenido en ese pueblo se volvería en su contra en unos instantes, exactamente como había ocurrido cuando lo dejó.


Y lo que más temía de todo eso era perder al hombre que comenzaba a querer con toda su alma.


Que su pasado y su presente se mezclaran nunca había sido buena idea. Ahora simplemente era pésima, pero Paula nunca sería tan egoísta como para no hacer lo que debía por una mujer que la necesitaba.


Tras reposar su cansado cuerpo contra la puerta de la habitación cerrando los ojos al pensar en el inevitable desastre que se le avecinaba, oyó unos pasos que se dirigían hacia ella. Se negó a abrir los ojos hasta que unas caricias en la cara, acompañadas por un dulce susurro en sus oídos, la hizo cambiar de opinión.


—¿Qué te ocurre, princesa? —preguntó Pedro, preocupado ante el apenado rostro de Paula.


—Necesito al mejor abogado para defender a Lorena, pero... —comenzó a decir Paula, esquivando su mirada.


—¿Pero? —la animó Pedro para que continuara con su palabras.


—El mejor es Manuel Talred, mi exprometido — contestó ella, percatándose de cómo se tensaba el cuerpo de Pedro ante estas palabras mientras sus fríos ojos azules la miraban con determinación.


—No me pidas que me aparte de ti, Paula, porque no lo haré —sentenció, acogiéndola en un fuerte abrazo y reclamando sus labios en un posesivo beso que le declaraba sus más profundos sentimientos, los cuales Paula aún no terminaba de aceptar.



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