viernes, 9 de febrero de 2018
CAPITULO 82
Pedro se despertó bruscamente cuando oyó cómo alguien irrumpía en su minúsculo apartamento provocando un ruido ensordecedor al chocar con las pocas pertenencias que permanecían expuestas junto a la entrada.
Decidido a echar con cajas destempladas a cualquiera de los idiotas de sus amigos que hubiera acudido a su casa en busca de consuelo en esos momentos, Pedro encendió la luz dispuesto a reprender a alguien que lo necesitaba por primera vez en su vida. Pero sus furiosas palabras quedaron trabadas en su boca cuando ante él tuvo la visión más inaudita y excitante de su vida: Paula, con uno de sus austeros trajes negros, bastante ceñido; la falda estaba algo arrugada y la chaqueta, totalmente abierta, dejando ver un juego de ropa interior indudablemente creado para torturar a los hombres: un corpiño transparente color carne que se acoplaba a su cuerpo como una segunda piel, alzando y exponiendo sus turgentes pechos como un delicioso pecado.
Si eso lo llenó de asombro, los tambaleantes pasos de la mujer, que se dirigía hacia él con una botella de un caro champán en su mano derecha y sus insinuantes bragas de encaje en su mano izquierda, lo conmocionaron.
Y más aún cuando Paula se subió a su cama y empezó a gatear sobre ella hasta colocarse encima de él. Pedro, que en las noches más calurosas de verano dormía completamente desnudo, no tardó demasiado en mostrar su admiración por tan grata sorpresa con una poderosa erección de su rígido miembro, al que las finas sábanas poco hacían por ocultar.
—¡Vaya! Veo que te alegras de verme, Pedro Alfonso —murmuró emocionada Paula mientras se rozaba contra su erección.
—Princesa, yo siempre me alegro de verte. Y él más todavía —bromeó Pedro, intentando comportarse como todo un caballero y no aprovecharse de alguien que había tomado una copa de más, o casi toda una botella, como era el caso. De repente, el alegre rostro de Paula se tornó triste y, reteniendo los brazos de Pedro por encima de su cabeza con sus delicadas manos, se enfrentó con una confusa mirada a esos ojos azules que tanto la atraían.
—Pedro, ¿por qué no rechazaste mi dinero?, ¿tú también te quieres aprovechar de mí?, ¿sólo me quieres porque soy una Chaves? —preguntó decidida, mientras acorralaba a su presa en una posición en la que solamente pudiera enfrentarse a ella con la verdad de sus sentimientos.
—¿Quién narices ha metido todas esas dudas en tu cabeza, princesa? ¿O me estás diciendo que toda esa basura ronda siempre tu mente cuando estamos juntos? —quiso saber Pedro, molesto, deshaciéndose de su débil agarre y sentándola junto a él en su lecho para poder enfrentar con raciocinio cada uno de los miedos de la chica a la que amaba.
—¿Sabes? Hoy he cenado con mi exnovio... —
confesó Paula mientras lo abrazaba para aligerar su agravio, algo que únicamente sirvió para que del rostro de Pedro desapareciera esa entrañable sonrisa que siempre lo acompañaba y que, por el contrario, su mirada se volviera helada al enfrentarse a esa vil traición.
—Veo que él no tiene que insistirte demasiado para que le concedas una cita. En cambio, yo casi tengo que rogarte para que me acompañes a cualquier lado —expuso Pedro fríamente, a la espera de una respuesta que lo satisficiera y no convirtiera su apacible sueño en una pesadilla.
—Sólo fui con él porque necesitaba hablar de
Lorena, pero no me sirvió de nada —contestó
Paula, un tanto apenada.
—Ya, y como el tema de tu cliente no estaba
disponible, se dedicó a llenarte la cabeza con
mierdas sobre mí, ¿verdad? —adujo Pedro, bastante ofendido, mientras enrollaba la sábana en torno a su cuerpo e iba a la pequeña cocina en busca de algo que nunca le faltaba a un buen veterinario cuando tenía que hacer su ronda: café. Necesitaba un café espeso y bastante cargado que lo ayudara a enfrentarse a su dubitativa amante, que nunca parecía tenerlo en muy alta estima.
—Pedro, ¡al fin me enfrenté a él! ¡Y ya no me afecta en absoluto, no me dejé embaucar por ninguna de sus necias palabras! —explicó
Paula, bastante emocionada con su triunfo.
—No sé yo qué decirte si vienes a estas horas de la noche a despertarme sólo para preguntarme un montón de estupideces... En algo te habrá afectado el hablar con ese idiota.
—¡No son estupideces! Son dudas que... que necesito que me aclares —expresó Paula, un tanto azorada, tomando la taza de humeante café que Pedro le tendía.
—Tú necesitas que alguien responda a tus dudas... ¿Y qué hay de las mías?
—¿Tú tienes dudas sobre mí? ¿Por qué? —
preguntó Paula, sorprendida de que Pedro estuviera tan confuso como ella con esa relación que aún no sabía cómo definir.
—Sí, Paula, dudo constantemente en todo lo relacionado contigo. Pero lo más lamentable es que yo puedo responder a todas tus estúpidas preocupaciones sobre mí en un momento. En cambio, yo temo recibir tu respuesta porque sé que sólo va a herirme —declaró Pedro, pasando con frustración una de sus manos por sus enredados cabellos.
—Yo...
—¡No! Ahora vas a escucharme y tal vez luego deje que hables, y así, a lo mejor, llegaremos a aclarar finalmente nuestros sentimientos —cortó tajante, mostrando por una vez en su vida la seriedad de la que era capaz—. No rechacé tu dinero porque no me diste opción alguna a hacerlo. Me enfurecí por ello y luego simplemente abrí una cuenta en el banco, a tu nombre, donde voy dejando cada mes el dinero que le pagaba antes a ese usurero. No soy tan rico como para tirarte la pasta a la cara con un cheque firmado con una desorbitada suma, pero sí lo bastante orgulloso como para devolverte lo que te debo.
»En cuanto a lo de quererte solamente porque eres una Chaves... La verdad, princesa, es que me importa una mierda el apellido que vaya detrás de tu nombre, así como esa prestigiosa familia tuya...
Nada más pensarlo, ya me da dolor de cabeza
imaginar que alguna vez tendré que lidiar con alguien con los modales de tu tía o con los personajes que tiene a su alrededor. La única acusación que nunca podré negarte de las que me has hecho es que quiero aprovecharme de ti, princesa —finalizó Pedro, dejando caer la sábana que envolvía su cuerpo para que Paula no tuviera duda alguna de cómo quería aprovecharse de ella—, ya que quiero hacerlo contigo a todas horas. Y te puedo asegurar que no es porque tengas dinero a raudales o un famoso apellido, sino porque, desde que te conocí, me has vuelto loco con tu mera presencia y, sin saber cómo, me he acabado enamorando de ti —confesó firmemente decidido, mientras tumbaba a su asombrada mujer en su lecho tras dejar despreocupadamente la taza de café en el suelo.»¿Alguna pregunta más? —inquirió Pedro,
mientras dejaba un reguero de besos en el cuello de Paula que la hacían olvidarse de todo lo que no fuera la desbordante pasión que la embargaba cuando se hallaba en los brazos de su amante.
—No, ninguna —respondió Paula entre gemidos, rindiéndose al placer que le prodigaban sus besos.
—Perfecto. Entonces creo que tendré que asegurarme de responder a todas tus dudas y, como veo que mis palabras no te sirven de mucho, tendré que utilizar otros métodos —anunció Pedro, mientras besaba con dulzura el cuerpo de Paula, descendiendo desde su esbelto cuello hasta sus tentadores pechos, envueltos por esa delicada prenda, que tanto lo tentaba.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario