viernes, 9 de febrero de 2018
CAPITULO 81
Si finalmente había aceptado volver a salir con el idiota de Manuel Talred era sólo para hablar de los progresos del caso de Lorena sin la interrupción de su vieja y entrometida tía, del reprobador Hector, que la seguía hipnotizando con su magnética calva, y de Henry, que no hacía otra cosa que gruñirle a ese despreciable individuo cada vez que se acercaba a ella.
Como así no había forma alguna de comenzar una conversación coherente con nadie, al final le había comentado a Manuel que quería hablar sobre Lorena con él, y él, amablemente, la había invitado a cenar, cómo no, en un caro restaurante que seguramente acabaría pagando ella.
Se había acicalado sólo lo necesario para esa
insulsa cita y, como buena letrada, Paula se
había colocado uno de los regios trajes de firma
que su tía le había traído en su inmensa maleta,
preocupada por la escasa indumentaria digna de un Chaves que podría llegar a encontrar en ese
remoto pueblo.
Paula lucía un austero traje negro, se había
maquillado lo mínimo y el único y provocativo
detalle que se había permitido llevar era uno de
sus hermosos pares de tacones de aguja que tanto le gustaban, y que serían enormemente adecuados si tenía que pisotear a ese vil gusano para dejarle claro cuál era ahora su lugar en su vida.
Increíblemente, las despreocupadas palabras que Pedro dejó caer en su oído sobre las intenciones de ese hombre parecían ser ciertas, sobre todo cuando Manuel se preocupó de pedir un caro champán que acompañó con la bonita e innecesaria melodía de un violín. Pero, por más que ese sujeto intentara crear el momento idóneo para una velada romántica entre ellos, nunca habría la más mínima muestra de cariño, especialmente porque ella amaba a otro hombre y Manuel... Manuel sólo estaba enamorado del dinero.
—Bien, preciosa, ¿no te recuerda, esta agradable velada, a lo que teníamos cuando estábamos juntos? Seguro que con ese tal Pedro Alfonso no has podido entrar en sitios tan distinguidos como éste. Después de todo, en
algunos aspectos no creo que dé la talla.
—No, pero te puedo asegurar que, en otros, la
da de sobra. —Paula sonrió pícaramente
recordando la pecaminosa comida que Pedro le
había servido en cierta ocasión—. Además, esto
no es nada nuevo para mí. En cambio, Pedro Alfonso, sí —señaló Paula, despreciando sus vanos intentos de recordar algo que entre ellos nunca había existido, aunque en un tiempo ella
ingenuamente así lo creyó.
—¡Venga ya, Paula! ¡Seamos realistas! Ese veterinario de tres al cuarto sólo puede ser un entretenimiento para ti. Tu lugar está junto a un tipo como yo.
—¿Te refieres a un mentiroso embaucador que
a la mínima oportunidad me traicionará? Gracias, pero no: ya he aprendido la lección. Y, sin duda, me instruyó el más cerdo de todos —replicó Paula aún resentida con el doloroso recuerdo de aquel día, mientras brindaba por la vileza de ese sujeto que le había demostrado sin ningún género de dudas que Pedro Alfonso era mil veces mejor.
—Paula, aquello sólo fue un pequeño desliz.
Cuando me refiero a que debes estar con alguien que se encuentre a tu altura, me refiero a todo un triunfador, como soy yo, no a un pobre muerto de hambre como es ese veterinario casi arruinado — repuso Manuel, sin considerar en absoluto a Pedro como a un digno rival.
—Ese veterinario vale más que tú, Manuel. Él
pretendió rechazar mi dinero cuando pagué las
deudas de su clínica —indicó despreocupadamente Paula mientras daba vueltas a su cara copa de champán de importación.
—¿Ah, sí, preciosa? Respóndeme a una cuestión: si es tan bueno y digno como tú dices... ¿por qué finalmente lo aceptó? ¿O acaso vas a decirme que no lo hizo? —preguntó maliciosamente el abogado del diablo, haciéndola dudar de lo único de lo que en esos instantes estaba totalmente segura—. No es que sea mejor que yo o que te quiera más que ningún otro hombre, no te dejes engañar, cielo. ¡Ese hombre en lo único que me supera es a la hora de exponer sus mentiras ante ti! Y tú, como la incauta que eres, vuelves a caer en manos de un embaucador.
¿Acaso no te has dado cuenta de lo mucho que nos parecemos?
—No os parecéis en nada. Y, como veo que esta cena va a ser infructuosa y no nos llevará a ningún sitio, pues el único tema del que estoy interesada en discutir contigo en este momento es sobre mi cliente, Lorena, voy a dejarte solo para que disfrutes de la compañía con la que más te gusta deleitarte: tú mismo. Y, para variar, esta vez pagas tú —anunció decidida Paula mientras se llevaba con ella el caro champán, sin duda alguna una mejor compañía que la que había tenido durante esa insípida cena con un hombre por el que ya no sentía nada.
Ante el asombro de Manuel Talred, un tipo que
pocas veces había sido testigo de su osado carácter, Paula salió del exclusivo restaurante sin olvidarse de mandar al servicial jefe de sala a la mesa en la que el embaucador sujeto, tras serle presentada la cuenta, intentó explicar de mil y una formas distintas cómo había perdido su cartera. Al elegante maître no le agradaron sus pretextos y, para desgracia de Manuel, ninguno de los trabajadores era una hermosa mujer que pudiera camelar con sus encantos.
Paula recordó las veces que ella había caído
estúpidamente ante sus excusas y pagado sin
rechistar una abultada nota cuyo reembolso nunca le fue efectuado. Animada, Paula sonrió ante las dos opciones que tenía ahora ese tipejo: o bien llamaba a tía Mirta para que abonara su cuenta, lo cual constituía una temible elección porque nunca nadie sabía cómo podría reaccionar Mirta Chaves, o bien, por el contrario, se pasaba la noche fregando platos. Ésa, sin duda, sería la alternativa más sabia, pero una que el orgullo de Manuel nunca le permitiría elegir.
Como ella suponía, Manuel escogió la opción
más insensata; eso pensó Paula sonriendo
gratamente cuando vio cómo un camarero pasaba a su lado portando en una de sus impolutas bandejas un teléfono inalámbrico.
—Buena suerte —le deseó irónicamente la chica, sabiendo lo que le esperaba a ese sujeto tras una lastimera llamada a Mirta Chaves y, por primera vez en años, casi se compadeció de ese hombre... sólo casi, porque luego recordó todas y cada una de sus malas pasadas de las que había sido objeto y brindó porque al fin Manuel Talred recibiera lo que se merecía, aunque solamente fuera por una vez.
—Bueno, tú, yo y un veterinario de infarto tenemos una cita, pequeña —le dijo Paula, algo achispada, a la cara botella de champán mientras cogía un taxi hacia la clínica de Pedro, dispuesta a sacar de su mente cada una de las dudas que había dejado en ella ese despreciable tipo que ahora era nada más que un borroso recuerdo de su pasado.
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