sábado, 10 de febrero de 2018
CAPITULO 85
Pedro lucía una feliz sonrisa en el semblante mientras recordaba cómo le había dado los buenos días Paula esa mañana. Ante una inaudita cola de clientes, Pedro y Paula llegaron dos horas tarde sin dar explicación alguna a nadie y, bajo la atenta mirada de las habituales cotillas, su dulce gatita ocupó con su típica eficiencia su lugar tras el mostrador, mientras él comenzaba a pasar consulta sin que nadie pudiera hacer nada para que desapareciera su buen humor.
Tras tratar con sus habituales citas de viejas entrometidas, jóvenes pesadas y algún que otro paciente real, Pedro había paseado de un lado al otro de la clínica sin poder dejar de observar a cada momento la incomodidad de su mujercita, que aún se sonrojaba cada vez que él le dedicaba una
de esa atrevidas miradas con las que desnudaba su
cuerpo.
Pedro, delante de un insulso bocadillo que era su único almuerzo, se preguntaba cuántas horas tendrían que pasar todavía para que pudiera acorralar nuevamente a Paula en su despacho y conseguir así escuchar esos gemidos con los que tanto le gustaba deleitarse cuando ella se derretía entre sus brazos.
Remoloneaba entre sus libros de cuentas, que de nuevo volvían a ser un dolor de cabeza, pero se negaba rotundamente a entregárselos a su eficiente ayudante para que admirara su incompetencia, cuando los extraños cuchicheos provenientes de su sala de espera lo hicieron salir antes de terminar con su pequeño descanso.
Pedro alfonso creía que iba a encontrar la recepción llena de expectantes clientas a la espera de que atendiera a sus amados animales mimados en exceso, pero lo que de ninguna manera pensaba que hallaría en su sala de espera era a Manuel Talred, apoyado despreocupadamente en el mostrador de la entrada mientras intentaba coquetear descaradamente con su amada Paula.
Pedro, como muchos animales, tuvo ganas de marcar su terreno ante esa empalagosa escena.
Pero, como la sociedad humana era sin duda mucho más racional, simplemente se acercó a él dispuesto a preguntar cuál era el inusual motivo de su visita.
Si lo que buscaba era una castración, sin duda alguna sería el primero en ser atendido.
—Perdón por interrumpiros —comentó ásperamente Pedro cuando de nuevo la mano de Manuel se acercaba a los cabellos de Paula para
apartarlos de su cara mientras susurraba algo en su
oído.
—No pasa nada. Paula y yo ya habíamos terminado de hablar —respondió despreocupadamente Manuel, alejándose del mostrador sin que los curiosos oídos de Pedro pudieran escuchar de qué hablaban.
—¿Me puedes explicar a qué se debe tu visita? —inquirió Pedro, un tanto molesto por su presencia, mientras lo alejaba lo más posible del lado de Paula y lo conducía amablemente hacia la salida.
—Lo siento, pero aún no he terminado con mi visita —contestó Manuel, negándose a seguir el camino al que era conducido tan ligeramente por el dueño del establecimiento.
—Pues, si ya has terminado de hablar con Paula y no te acompaña mascota alguna, no sé para qué quieres verme.
— En realidad, yo no quiero verte, pero mi trabajo me obliga a ello —replicó despectivamente Manuel, sin dejar de ojear cada uno de los movimientos de Paula, ignorando por completo a su interlocutor.
—O me explicas lo que estás haciendo aquí, o te vas —lo amenazó rudamente Pedro, haciendo que el hombre volviera a prestarle toda su atención al escuchar su furioso tono de voz acompañado de unos impaciente puños que Pedro mantenía fuertemente cerrados.
—¿Sabes que cené con ella anoche? — preguntó Manuel, exponiendo su triunfo ante su rival.
—Sí, lo sé. Y te agradezco mucho el excelente champán: era delicioso y lo disfruté como nunca —sonrió ladinamente, demostrándole que esa cena no le había supuesto Paula alguna para la conquista de la mujer que ambos se disputaban.
—¡Vaya! Veo que disfrutaste de la cena mucho más que yo. Pero recuerda una cosa: todo lo que tú hagas con Paula, yo ya lo he hecho antes — susurró maliciosamente Manuel al oído de Pedro mientras agarraba con fuerza su brazo, obligándolo a oír una verdad que, aunque no le gustaba escuchar, posiblemente fuese cierta.
Luego, Manuel enfiló hacia su despacho, dejando que Pedro lo siguiera como un perrito bien amaestrado mientras le comentaba al fin la cuestión que lo había llevado hasta su clínica.
—Tía Mirta quiere que revise tus cuentas y, ya que le debes bastante dinero a esa anciana, me ha enviado a mí a cerciorarme de que todo está en su sitio. Por tu bien espero que así sea, ya que esa mujer es un tanto rencorosa con los que le deben un solo centavo. En verdad no sé si lo ha hecho para fastidiarme a mí o para tocarte las narices a ti, pero, dado que yo no me puedo escapar y tú tampoco, lo mejor será que nos pongamos manos a la obra.
Pedro asintió mientras dejaba a Manuel Talred en la mesa de su despacho junto a sus alocados libros de cuentas. Después, simplemente dio un fuerte portazo mientras se dirigía a atender a sus pacientes.
—Tía Mirta, eres única jodiendo a la gente —murmuró Pedro bastante furioso, notando cómo la alegre sonrisa que lo había acompañado durante todo ese hermoso día finalmente desaparecía de su rostro.
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