martes, 13 de febrero de 2018

CAPITULO 93




—¡Tus consejos son una mierda, Pedro Alfonso—afirmaba Víctor, fastidiado, pero alegre por haber logrado que Lorena hubiera dejado por fin atrás su triste balanceo sobre ese viejo columpio.


—Eso es porque nunca has escuchado los de mi cuñado y mi hermano. Si lo hicieras, sabrías que los míos son los mejores. —Pedro sonrió alegremente, tendiéndole una cerveza.


—Recuérdame no seguir nunca los consejos de los Alfonso —reprochó Víctor, disfrutando de su bebida y de la compañía de ese tipo, que cada hora que pasaba le caía mejor, aunque no sabía si era debido a que lo estaba conociendo un poco o a que le estaba haciendo efecto el alcohol.


—Pues te diré una cosa: los Alfonso siempre conseguimos a las mujeres que amamos.


Definitivamente, que ese presumido sujeto le cayera mejor sólo podía ser por el efecto de la cerveza.


—Eso me lo creeré cuando lo vea —replicó Víctor alegremente, acabando con la sonrisa de Pedro cuando le señaló cómo su amada Paula se había encerrado de nuevo tras las puertas del despacho con ese despreciable individuo que una vez fue su prometido.


—Si me perdonas, creo que tengo que volver a marcar mi terreno —manifestó Pedro, decidido a demostrar una vez más a Manuel Talred que él era el único hombre en la vida de Paula y que, por mucho que éste intentara apartarlo de ella, eso nunca ocurriría.


Cuando Pedro llegó a la puerta del despacho, la halló entreabierta. Por unos instantes dudó si adentrarse o no en la estancia e interrumpir la conversación entre Paula y Manuel, que en esos momentos parecía de lo más aburrida, ya que estaba llena de términos legales que él desconocía.


Así que Pedro, decidido a darle un espacio a Paula y a no atosigarla demasiado con sus celos, se quedó fuera. 


Aunque, eso sí, pegó bien su oreja, tal y como hacían esas viejas chismosas de las que él mismo tanto se quejaba últimamente, para oír si en algún momento esa profesional charla sobre su cliente cambiaba hacia temas más personales, los cuales no tendría ningún reparo en acallar.


—Esto se pone difícil. Si nuestra cliente quiere, además de su libertad, su dinero y posesiones, lo tenemos complicado, ya que, después de casarse, Lorena avaló a su marido con gran parte de su patrimonio para refinanciar las deudas de él, y ahora el tipo amenaza con dejar de pagar, con lo que los acreedores ejecutarían los avales y se quedarían con todo. Por si fuera poco, ha interpuesto una demanda contra nuestra cliente por abandono conyugal, que es anterior a la petición de divorcio por maltrato que pusimos nosotros —le explicó Manuel a Paula, intentando que ella rebajara sus expectativas sobre ese juicio.


—Creo que Lorena se merece que intentemos devolverle todo lo que es suyo de todas las maneras posibles.


—Me parece perfecto que todavía mantengas esos sueños idílicos donde todo sale bien, pero la realidad es muy distinta, y es muy posible que esa mujer se quede sin nada. Y más aún si nos empeñamos en atosigar al marido con exigencias que entorpezcan nuestros pasos. Aprende de mis
sabias palabras: es mejor no perder demasiado tiempo en este caso; después de todo, esto no nos llevará a ganar prestigio o dinero alguno.


—¡Nunca cometería la aberración de aprender la más mínima cosa de ti! Si eres tan bueno en tu trabajo sólo se debe a que siempre juegas sucio y, aunque en estos momentos me conviene tu ayuda, no es así como quiero llevar este caso.


—¡Por Dios, Paula! ¡Con los años te has vuelto más atrevida y apasionada en lo que haces! Casi no me puedo creer que la mujer que se enfrenta ahora a mí sea aquella misma tímida ratita presuntuosa que siempre me seguía a todas partes —comentó atrevidamente Manuel, mientras dejaba a un lado los informes de ese caso y prestaba la máxima atención a la fémina que tenía ante él, quien parecía haber experimentado un gran cambio desde la última vez que se vieron.


—Por aquel entonces yo sólo era una idiota a la que tú sabías manejar muy bien... Ahora no lo soy, y nunca más me dejaré manipular por un hombre como tú, Manuel Talred —repuso con decisión Paula, ignorando la ávida mirada de
los fríos ojos azules de Manuel y sus absurdos avances que nunca llevarían a nada.


—Me tientas a intentar conseguirte de nuevo. Sabes que soy mil veces mejor que ese veterinario de tres al cuarto y que si sales con él es solamente porque se parece a mí —se jactó con arrogancia Manuel, acorralando a Paula contra la montaña de papeles de la mesa.


Si Manuel esperaba su habitual sonrojo, o timidez ante sus avances y una fácil rendición ante sus encantos, se llevó una gran decepción cuando Paula lo apartó de ella como si de alguien insignificante se tratara para luego carcajearse en su cara haciéndole ver la verdad de sus palabras: él ya no tenía cabida en la vida de Paula, una mujer que era indiferente ante él, porque simplemente estaba enamorada.


—Tú no te pareces en la más mínima cosa a Pedro Alfonso. ¡Él es mil veces mejor que tú!


—¡Ah! ¿Y qué tiene de especial ese niño bonito para que te hayas encaprichado de él?


—Sabe cómo hacer que una mujer olvide sus malos recuerdos, sabe hacerme reír y, lo más importante, me ama como nadie lo ha hecho jamás hasta ahora...


—¡Venga ya, Paula! Si el estar contigo era como hacerlo con un bloque de hielo... ¡No me digas que ahora te gusta el sexo! Porque entonces estoy dispuesto a intentarlo de nuevo... —declaró maliciosamente Manuel, acorralándola otra vez, en esta ocasión contra las estanterías del estudio.


«¡Suficiente!», dijo para sí mismo Pedro mientras se adentraba silenciosamente en la estancia decidido a dejar inconsciente a ese sujeto.


Sus pasos se detuvieron en mitad de la habitación cuando escuchó las palabras de Paula.


—¡Tú eras quien me dejaba fría, Manuel! He descubierto que, con el hombre adecuado, el sexo puede llegar a ser maravilloso —dijo Paula, intentando librarse del agarre de ese mamarracho.


—¿Me puedes decir por qué ese hombre es tan especial para ti? —ironizó Manuel, cogiendo las manos de Paula, que lo golpeaban, con una sola de las suyas, y luego alzándolas por encima de su cabeza a la vez que se negaba a dejarla marchar.


—¡Porque lo amo! —confesó fieramente Paula enfrentándose a esos fríos ojos azules que ahora sabía que en ningún momento habían sentido nada por ella, ya que nunca la habían mirado con la intensidad que llegaban a expresar los hermosos ojos de su eterno enamorado.


Pedro quedó paralizado por unos instantes al oír la confesión que tanto había deseado escuchar salir de los labios de Paula. Después simplemente se acercó a Manuel en dos únicas zancadas y lo apartó con fuerza de Paula como si fuera un simple e insignificante obstáculo colocado en su camino.


—¿Me amas? —le preguntó Pedro, pletórico de felicidad, mientras la acogía con fuerza entre sus brazos.


—Sí —contestó sin dudar Paula, un tanto confusa por la súbita aparición de su amante que, como siempre, surgía en el momento más adecuado.


Pedro no necesitó nada más para sentirse lleno de felicidad en esos instantes, así que, para demostrarle a Paula cuánto le agradecía que al fin hubiera tenido el valor de pronunciar esas palabras, la besó con la pasión de un hombre enamorado.


«Aunque tal vez ese beso arrebatador sirva para algo más», pensó Pedro mientras sonreía maliciosamente a la vez que hacía que Paula se inclinara hacia atrás entre sus poderosos brazos y le mordía levemente sus jugosos labios para luego dedicarles sutiles caricias con los suyos.


Cuando ella gimió excitada por el ardor de los avances de su lengua, Pedro agarró con suavidad sus cabellos y la incorporó, separándose de Paula antes de que ambos perdieran el control de sus cuerpos como siempre hacían en los lugares más inadecuados. Cogió con firmeza la mano de Paula y la animó a seguirlo, y ella, como toda mujer enamorada, no le negó nada.


Desde el suelo, pues con el manotazo de Pedro había ido a parar allí, un hombre atónito los observaba alejarse del despacho.


—Ni se te ocurra volver a acercarte a ella. Tú, definitivamente, no das la talla —se burló el veterinario, mirando a esa sanguijuela con una de esas altivas miradas que los Chaves siempre utilizaban.


Pedro no se quedó para oír las protestas de ese tipo que tan poco le interesaban, porque, sin duda, tenía cosas mejores que hacer que pelearse con él, pensaba mientras miraba a su sonrojada mujer, que seguía su acelerado paso hacia la planta superior, donde una cama los esperaba.


Pero su mala suerte o, mejor dicho, sus inoportunas carabinas, se interpusieron en su camino hacia lugares más placenteros. La inquebrantable figura de una furiosa anciana, acompañada por su rechoncho compañero perruno, los esperaban en lo alto de la escalera con los brazos cruzados y un gesto acusador. De una sola y apabullante mirada acabó con toda la excitación del momento y luego, mientras lo separaba de su sobrina, simplemente le ordenó:
—¡Fuera antes de que le eche a los perros!


—¿Qué perros? Si sólo tiene un chucho con sobrepeso... —replicó sarcásticamente Pedrofastidiado por su destierro mientras los ladridos de un furioso y ofendido animal lo perseguían hasta la salida... aunque resultó bastante divertido ver cómo ese orondo animal intentó seguirlo bajando con dificultad la escalera, y, tras los tres primeros escalones, se negó a descender ninguno más, ladrándole intensamente desde la distancia.


—De verdad que necesitas ponerte a dieta — le comentó Pedro a Henry, haciendo que éste se ofendiera más todavía por lo que significaban sus palabras: una nueva dieta de pienso light.


Paula lo acompañó hasta la salida, y besándolo furtivamente antes de que su tía pudiera reprenderla de nuevo por sus acciones, le susurró «esta noche en mi habitación». Tras esa súbita declaración, Pedro oyó a sus espaldas las exaltadas exigencias de una anciana que le sacaban de quicio.


—¡Y tú, jovencita, a trabajar!


—Si en eso estaba cuando me interrumpiste...


—¡Que yo sepa, lo que ibais a hacer no tiene nada que ver con tu caso! —reprendió la rígida anciana a su sobrina.


—¡Oh, pero si sólo me dirigía a la planta de arriba para pedir tu opinión! —respondió Paula de forma inocente, burlándose de su tía.


—Sí, claro —replicó escépticamente Mirta mientras ponía los ojos en blanco—. Pues mi opinión, jovencita, es que no puedes utilizar las habitaciones de arriba para hacer eso.


—Bueno, tía, ahora que me ha quedado claro, vuelvo a mi trabajo —comentó alegremente Paula.


—¿Por qué estás tan contenta? —preguntó Mirta Chaves, confusa por el repentino buen humor de su sobrina.


—Porque no me has dicho nada de las habitaciones de abajo... —dijo desvergonzadamente Paula mientras, feliz, se alejaba de una anciana que no cesaba de perseguirla, dispuesta a recordarle lo que nunca debía hacer.


—¡Ven aquí, señorita insolente! —intentaba reprender severamente Mirta una vez más a su sobrina, pero, ante el estruendo de su risa, desistió por completo


Al parecer, ese hombre había conseguido que su sobrina volviera a reír con alegría y, aunque esto era un punto a su favor, todavía quedaban muchas cuestiones por responder sobre cómo era en realidad Pedro Alfonso. Mirta esperaba que ese joven muy pronto le mostrara la clase de persona que era y que, finalmente, le demostrara que ella no se había equivocado en su primera elección y así, igual que su marido Henry había sido el único para ella, él sería el único para Paula...








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