martes, 6 de marzo de 2018

CAPITULO 106





Después de algunos meses de duro trabajo, al fin tenía el reconocimiento que siempre había deseado. Podía pasear a mis anchas por el bufete de tía Mirta sin oír tras de mí alguna risita o algún que otro molesto y chismoso susurro, y tras mi nombre ahora sólo se oían halagos y palabras de admiración. Ya no era la abogada del chucho sarnoso, sino una gran profesional cuyos casos salían en la prensa y cuyo nombre, al igual que el ilustre apellido que llevaba, era respetado por todos. Increíblemente, yo, una novata y contra todo pronóstico, había conseguido ganar el juicio de Lorena, un juicio que acabó en la prensa porque alguien anónimamente había gritado el nombre de los Chaves a los medios de comunicación, y éstos quisieron hacer un jugoso reportaje de esa causa, ya fuera para alabar ese famoso apellido o para hundirlo en la miseria.


Por fortuna todo salió bien y la fama de ese caso trajo muchos nuevos clientes al bufete de mi tía, y a mí, un merecido lugar en él. Debería ser la mujer más feliz del mundo, ya que al fin había conseguido alcanzar la meta que tanto había estado persiguiendo, pero esa meta se había quedado atrás después de conocer a un hombre que había cambiado todo mi mundo.


Pedro Alfonso me había hecho ver que el dinero o el prestigio de ese apellido que yo tanto valoraba carecían de importancia si no podía permanecer junto al hombre que amaba. En muchas ocasiones me sentía tentada de coger el teléfono y volver a oír su voz, o de presentarme en Whiterlande para no marcharme jamás de ese pequeño y molesto pueblo que finalmente me había robado el corazón... pero luego desistía de mis impulsivas ideas, consciente de que Pedro no me permitiría quedarme a su lado hasta que decidiera que yo nunca me arrepentiría de esa decisión.


En otros momentos simplemente me deprimía pensando que él me habría olvidado con facilidad y que, seguramente, en esos instantes estaría disfrutando de su alegre vida de soltero en brazos de alguna de las pegajosas mujeres que tanto lo perseguían allí. ¿Cuánto tiempo sería suficiente para que Pedro se diera cuenta de que, a pesar de que todos mis sueños se hubieran cumplido, mi único deseo en esta vida era estar a su lado?


Desde mi nuevo y lujoso despacho, enterrada entre los archivos de un nuevo caso, no podía alejarlo de mi mente. Así que, enfadada con ese hombre y su estúpida idea de alejarme de su lado, decidí anotar en mi agenda electrónica una fecha, dándole a ese obtuso de Pedro un plazo de tiempo para que viniera en mi busca. Si para cuando finalizara ese plazo él no había decidido venir a por mí, sería yo quien iría a su encuentro, para demostrarle que en esta vida él era lo único que me importaba.


Más animada tras adoptar esa resolución, seguí inmersa en mi trabajo ignorando una vez más las llamadas de mi adorable tía, que aún intentaba alejarme de Pedro presentándome a un sinfín de solteros y haciéndome asistir a innumerables y prestigiosos eventos en su nombre con la esperanza de que conociera a algún hombre que me hiciera olvidar a mi veterinario.


Por lo visto, la fama y el éxito atraían a innumerables individuos bastante inadecuados: muestra de ello era el impresentable de Manuel, que todavía intentaba hacerme creer que él era el hombre de mi vida. Pero yo no estaba dispuesta a caer tan fácilmente como antes en esas estúpidas mentiras. Después de todo, yo ya había conocido a ese hombre y, aunque por el momento estuviéramos separados, estaba más que decidida a ir a por él con todas las armas de las que una Chaves era capaz de usar.


De repente, una llamada telefónica interrumpió mis pensamientos. Como eran las cinco, no tuve dudas de que se trataba de un peludo sarnoso que de nuevo reclamaba su cuota diaria de atención.


Definitivamente, no marcharme de casa de tía Mirta había sido un gran error. Por ello estaba decidida a mudarme a un lugar bien alejado de esos dos personajes que siempre se entrometían en mi vida...


Así transcurría mi apasionante día a día: sumergida en el trabajo, rodeada de moscones y con las insistentes llamadas de un baboso enamorado.


—¡Qué más se puede pedir! —declaré irónicamente atendiendo esa insistente llamada que no cesaría hasta que Henry escuchara mi voz. Y, mientras ignoraba los gruñidos de Henry, miré pensativamente la fecha que había señalado rogando porque Pedro no tardase mucho en venir en mi busca, o definitivamente sería yo la que iría a por él.





No hay comentarios:

Publicar un comentario