martes, 9 de enero de 2018
CAPITULO 22
¡Desquiciante mujer!
Paula Olivia Chaves era la más cabezota y orgullosa de cuantas mujeres había conocido. Pedro llevaba horas sentado en el incómodo sillón de su despacho aguardando a que ella y su chucho hicieran su sublime aparición. Había cerrado la clínica temprano para que la humillación de esa damita fuera menor, y se había enterrado entre decenas de papeles que tenía que revisar, pero no podía concentrarse en nada. Sólo podía pensar en las penurias que esos dos estarían pasando y en por qué narices no se decidían a ir a su clínica cuando ambos eran su responsabilidad y él nunca podría negarles su ayuda.
Estaba comenzando a anochecer y Pedro estaba más que seguro de que ninguno de los rencorosos vecinos del pueblo habrían decidido apiadarse de esos dos. No podía mantenerse ni un minuto más en su duro sillón, así que se dedicó a pasear su intranquilidad de un lado a otro de la pequeña estancia, refunfuñando sobre los motivos por los que no debía ir en su busca cuando eso era lo que tanto ansiaba.
Tras oír el primer trueno de la noche, que anunciaba una inminente tormenta, Pedro dejó de ponerse excusas a sí mismo y cogió su abrigo dispuesto a hacer una vez más lo que tantas veces había hecho de pequeño: recoger de la calle a unos pobres seres desvalidos.
¡Qué pena que uno de ellos fuera peligroso, y no precisamente el que usaba collar!
Poco antes de salir de su clínica, el teléfono de su despacho comenzó a sonar, por lo que Pedro corrió hasta quedar casi sin aliento para contestar con regocijo a las súplicas de la señorita Desdeñosa, que tanto había tardado en darse cuenta de que necesitaba su ayuda.
—¡Por fin llamas, princesa! Parece que te ha llevado tu tiempo entrar en razón. Si me suplicas un poco, tal vez me decida a ir a por ti...
—Creo que te equivocas de persona, hermanito. Y si así es como tratas a tu princesa, dudo mucho que vuelva siquiera a hablarte — reprendió severamente Jose a su hermano menor.
—Como yo trate o deje de tratar a esa mujer no es asunto tuyo. ¿Se puede saber para qué llamas a estas horas en las que estoy tan ocupado?
—Para informar al cabeza hueca de mi hermano de que su móvil está apagado, así que posiblemente se haya quedado sin batería. Para recordarte que tienes a dos prófugos a tu cuidado que hace dos horas salieron caminando del pueblo en pos de un vehículo abandonado en una cuneta ahora oscura y desolada. Y para hacerte finalmente la pregunta del millón: ¿por qué no estás allí con tu peligrosa reclusa en vez de contestando al maldito teléfono? —le reprochó Jose, bastante enfadado con la negligencia de Pedro hacia una desvalida mujer que era digna de su respeto, ya que en esos tres meses de penurias no sólo tendría que cargar con su molesto animal de compañía, sino que también debería tratar con su despreocupado hermano, que la mayoría de los días ni siquiera sabía dónde dejaba su desastrosa cabeza.
—Estaba saliendo para allá ahora mismo, no hace falta que me gruñas. No sabía que mi móvil se había quedado sin batería y tan sólo estaba...
—Esperando a que una mujer a la que has ofendido se arrastrara ante ti para pedirte perdón, cuando los dos sois igual de culpables en este lamentable asunto. Pues siento informarte de algo que pareces no haber comprendido todavía: esa mujer es muy orgullosa y para nada se parece a esas barbies sin cerebro a las que estás acostumbrado. ¡Así que no esperes que ella vaya a ti para curar tu ego herido y haz el favor de mover tu estúpido trasero y encontrarla, o llamo a ese irritante juez que tan claramente te ha descrito los tortuosos trabajos a los que te sometería si a esa señorita o a ese chucho les pasaba algo estando bajo tu cuidado!
—¡No serías capaz! —exclamó Pedro espantado.
—Por supuesto que no. Ese hombre aún me da miedo, a pesar de que hace años que ya no soy un crío. Pero mi pulso no temblará para llamar a nuestra querida hermanita y contarle todo lo ocurrido hoy. Ella se encargará del resto... Ya sabes cómo es Eliana y de parte de quién se pondrá después de escuchar cómo has dejado una vez más una de tus responsabilidades de lado.
—¡Esa mujer no es una responsabilidad, es una tortura, y mi insufrible y entrometida familia también! —soltó Pedro enfurecido poco antes de colgar el teléfono y adentrarse en medio de la lluvia en una vieja y destartalada camioneta, que apenas funcionaba, para buscar a una impertinente mujer que no lo soportaba y a un altivo perro que simplemente lo odiaba.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario