martes, 9 de enero de 2018
CAPITULO 23
¡Todo era culpa de ese hombre! ¡De ese odioso y primitivo neandertal que no había prestado la más mínima atención a sus palabras y únicamente se había quejado de lo cansado que estaba! ¿Y qué? Ella sí que estaba cansada después de toda una noche sin dormir por culpa de los lamentos de su compañero, de tratar con la cabezota de su tía, que no podía darle por una sola vez la razón, de entrar esposada en un horrible pueblo y de ser tratada desde el principio como la bruja del cuento... ¡Y todo porque no se había amilanado y
llorado ante las burlas de los estúpidos que querían meterse con ella y con Henry, sino que alzó dignamente su rostro y defendió su orgulloso apellido como toda una Chaves!
Pero ¿qué sabría ese hombre acerca de lo que significaba que todos se mofaran de uno sin que pudiera hacer nada para detener las burlas? Por lo poco que Paula había podido vislumbrar, él era el niño bonito del pueblo, alguien al que todos adoraban.
Después de salir de la comisaría, había intentado alquilar algún vehículo en más de un establecimiento, pero, tras dar su nombre para la ficha, sorprendentemente todos los coches estaban ocupados o fuera de servicio. Había caminado más de dos kilómetros antes de hallar a una pequeña pensión en la que admitieran animales.
Se trataba de una agradable casa regentada por una amable anciana. Paula intentó evitar hasta el último momento dar su nombre o el de Henry, para así hallar un lugar en el que pasar la noche, pero un vistazo de esos inquisidores y ajados ojos hacia sus elegantes ropas lo dijeron todo. Y, antes de que las palabras salieran de la boca de la agradable abuelita, Paula ya sabía lo que iba a decir: que todas las habitaciones estaban ocupadas, a pesar de que segundos antes la mujer aseguraba justamente lo contrario.
Tan sólo pensar en la sonrisa de satisfacción que pondría ese tipo al verlos aparecer a ella y a Henry para reclamar su ayuda, le hizo desistir de volver a adentrarse en ese estúpido pueblo. Así que siguió andando hacia donde se hallaba su vehículo, pese a que sus pies estuvieran doloridos por sus elegantes pero incómodos zapatos, pese a que Henry no hiciera otra cosa que quejarse o pese a que el estómago de ambos comenzara a rugir con desaprobación ante la falta de alimento.
Paula continuó caminando cuando, de repente y de un instante a otro, comenzó a caer un auténtico aguacero que los empapó, por completo y en unos segundos, tanto a ella como a su peludo amigo, quien, harto de esa molesta situación, se ocultó bajo un árbol, se tumbó en el húmedo suelo y se negó a moverse ni un milímetro, exigiéndole a Paula con sus ladridos que llamara de una vez a ese estúpido hombre al que tanto odiaban y que parecía ser su única salvación.
—¡Está bien, está bien! Hasta yo sé cuándo he perdido. No hay más remedio que hacer esa llamada... —cedió finalmente Paula, acallando las quejas del molesto can.
Al fin, tras refugiarse junto a Henry debajo del árbol, sacó su móvil y se resignó a hacer la desagradable llamada en la que, sin duda, tendrían que arrastrarse ella y su orgullo para conseguir que ese individuo moviera el culo de su acolchado asiento en busca de su persona.
Suspiró un tanto frustrada y accedió a lo inevitable. Marcó lentamente el número de la arrugada tarjeta y esperó, y esperó, y esperó... ¡Y el muy estúpido seguro que se había quedado sin batería! Eso o simplemente le había dado un número falso para burlarse de ella.
Tras esa inútil llamada, la batería de su propio móvil se agotó, por lo que no pudo contactar con nadie más que la socorriera a ella o al saco de pulgas. Hastiada por todo, Paula rompió en mil pedazos la inservible tarjeta, metió bruscamente el móvil en su bolso e intentó proseguir su camino, pero su quejumbroso compañero se negó en redondo a moverse.
—¡No me jodas, Henry! ¡Vamos! ¡Muévete! — exigió una exasperada Paula dando algún que otro toque con sus finos zapatos al orondo cuerpo de Henry.
El molesto perro no se movió ni un milímetro.
Simplemente la miró lastimosamente desde el suelo, con su larga lengua hacia fuera expresando su eterno cansancio.
—¡Vamos, Henry! Si encontramos el coche, seguro que estaremos calentitos y cómodos durante toda la noche.
Ante las palabras de confort, Henry alzó su rostro emocionado.
—Tan sólo tenemos que andar un poquito más —anunció Paula señalándole una mínima distancia entre dos de sus dedos, la cual parecía suponer mucho para Henry, ya que volvió a tumbarse en el suelo.
—Si no me acompañas, te pienso dejar aquí solo durante toda la noche, y puede que haya animales salvajes o algo peor, ¿qué harás entonces, eh? —preguntó la chica utilizando la última de sus cartas, el miedo.
Pero Henry parecía estar más exhausto que asustado, ya que se tumbó rígidamente en una extraña postura de lado y sacó la lengua desfallecido, haciéndose el muerto de una forma bastante teatral pero realista. Sin duda alguna, todo el que pasara junto a él creería que ese saco de pulgas había exhalado su último aliento.
—¡Hacerte el muerto no te librará de los animales salvajes! Así que dime: ¿cómo piensas llegar hasta el coche si te niegas a moverte?
Henry se sentó de forma lastimera y alzó su afligido rostro con un gimoteo profundo y constante a la vez que alzaba sus patas delanteras en pos de Paula.
—¡No! ¡Me niego en redondo a cargar contigo y estropear aún más mi traje con tus pelos y...!
Los gimoteos de Henry aumentaron, y sus penosos ojos parecieron tornarse más grandes y desvalidos ante las negativas de Paula.
—¿A quién narices pretendo engañar? Si finalmente voy a hacer lo que tú quieras... — Definitivamente, Paula se rindió a lo inevitable, cargando con el lamentable cánido. »¡Pero que conste que esto no significa que me gustes! —intentó dejar claro ella ante los babosos lametones de Henry, que no hacían sino aumentar su enfado ante esa desagradable situación.
Paula marchó así decidida hacia el único lugar del que nadie osaría echarla: su lujoso y nuevo BMW último modelo, que la estaría esperando con su habitual esplendor y su cálido equipamiento, lo que lo convertía en un acogedor lugar donde pasar la noche.
O eso era lo que ella pensaba...
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Re lindos los 3 caps.
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