viernes, 19 de enero de 2018

CAPITULO 56




No, definitivamente no había sido difícil, ¡sino lo siguiente!


Cuando una avalancha de solteros presuntuosos comenzó a invadir Whiterlande, Pedro supo que necesitaría la ayuda de todo el pueblo para alejar a esos hombres de su hermosa Paula, y más si no quería que ésta se enterara de lo que estaba ocurriendo.


Su cuñado Alan volvió a hacerle ese estúpido bailecito triunfal que tanto había comenzado a odiar antes de darle algún consejo. Su padre le prestó su amada escopeta con la que tantas veces había espantado a los pretendientes de Eliana.


El juez Walter se limitó a aconsejarle que no le llamara por nada del mundo, y el desgraciado de su hermano Jose, en cuanto escuchó sus problemas, fue corriendo hasta el bar de Zoe para anotar en la pizarra de apuestas de todo el pueblo su complicada situación; lo más probable era que para apostar en su contra.


Fue algo complejo contar con la ayuda de las ancianas chismosas para que lo informaran de todos los movimientos de esos sujetos, pero, tras confesarles lo enamorado que estaba de esa irascible mujer, las amables viejecitas no dudaron en ayudarlo. Eso sí, después de extorsionarlo un poco con el precio de sus consultas cuando revisara nuevamente a cada uno de esos gordos gatos a los que ellas adoraban.


Las innumerables solteras que siempre acudían a su consulta fueron mucho más fáciles de convencer de lo que Pedro creyó en un principio, ya que, en cuanto oyeron que una avalancha de hombres carentes de compromiso acudirían a Whiterlande, se ofrecieron amablemente a quedarse con cada uno de ellos y despojar así a Paula de cualquier pretendiente que pudiera molestarla.


Todo marchaba según su plan.


Los primeros hombres que osaron preguntar por Paula fueron bombardeados con chismes por las numerosas ancianas cotillas del lugar, que no dudaron a la hora de exagerar sus mentiras sobre la mujer a la que todavía tenían en su punto de mira. Se divirtieron de lo lindo relatando patrañas como que tenía doce hijos, que era más pobre que las ratas o que padecía una enfermedad metal que los médicos aún estaban investigando.


Los pocos que no cayeron ante las calumnias de esas inocentes ancianas quedaron ensimismados ante el hechizo de alguna que otra de las atractivas solteras del pueblo, que exhibían sus encantos con bastante ligereza.


¡Bien! Finalmente con ese plan Pedro había conseguido matar dos pájaros de un tiro: se deshacía de las empalagosas propuestas de alguna de sus clientas y lograba espantar a todo bicho viviente que se acercara a Paula. Incluso algún miembro de la comisaría había aportado su granito de arena mostrando a los ilusos pretendientes la ficha policial de Paula y del cliente al que defendía. Sin duda, la locura de tener a un perro como cliente les ayudaba a creerse las mentiras que propagaban las nobles ancianas, y coincidían con que Paula carecía de cordura y que ese vil anuncio solamente era una trampa para atrapar a algún incauto.


Pedro estaba bastante contento con el resultado de su plan hasta que la insidiosa tía Mirta volvió a hacer una de las suyas y añadió una dirección en el llamativo anuncio donde se anunciaba abiertamente la soltería de Paula: la de su clínica.


Indudablemente, tía Mirta lo estaba retando.


Eso resultó más incuestionable aun cuando destacó con grandes letras rojas esa insultante advertencia hacia su persona en la que lo invitaba a alejarse de su sobrina. ¡Qué pena para ella que Pedro siempre ignorara ese tipo de mensajes cuando no le convenían!





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