viernes, 19 de enero de 2018

CAPITULO 57





Paula introducía en el ordenador datos atrasados de las fichas de algunos pacientes cuando por la puerta de la clínica entró un hombre que contrastaba bastante con los habituales clientes del lugar.


Un caro traje Armani engalanaba su apariencia de niño rico, junto con algunos ostentosos complementos, como un reloj Rolex de oro y un broche de corbata de diseño, a juego con unos enormes gemelos.


Si la apariencia de este arrogante sujeto, que no hacía otra cosa que mirar la pequeña recepción por encima de sus distinguidos hombros, le llamó un poco la atención a Paula, su curiosidad se incrementó cuando se percató de que, en sus manos, portaba un elaborado ramo de rosas, y que junto a él no había mascota alguna.


Ese atractivo caballero le hizo comenzar a sospechar que allí ocurría algo raro. Paula lo miró más detenidamente para asegurarse de ello.


Se trataba de un hombre rubio, de aproximadamente un metro ochenta y cinco de estatura, ojos azules y una bonita sonrisa.


Exactamente todas y cada una de las características físicas por las que ella se sintió atraída por su ex en un principio y que no había dejado de alabar en todo momento alrededor de su tía cuando se encontraba locamente enamorada de ese farsante.


—¡Mierda, tía Mirta, no me jodas! — susurró Paula, intentando huir de la recepción antes de que ese tipejo comenzara con su presentación y unos falsos halagos que sólo perseguían su dinero.


Paula se tapó el rostro con una de las viejas carpetas e intentó pasar junto a las viejas cotillas que, tal y como ella predijo en una ocasión, invadirían la clínica de Pedro en busca de algún suculento escándalo. Desafortunadamente, en su huida se interpuso uno de los adorables perros labradores de la señora Manfred, al que pisó el rabo en sus prisas por alejarse de un nuevo oportunista que seguramente había sido conducido hasta ella por su adorada tía, que ilusamente creía que ella volvería a cometer el error de enamorarse.


Al bajar la carpeta ante los lamentables gemidos del pobre animal y excusarse una y mil veces con la alterada mujer que la fulminaba con una mirada asesina, Paula se dio cuenta de que el sujeto la había reconocido como su próximo objetivo, ya que se le iluminaron los ojos mientras
se dirigía hacia ella.


«¡Mierda! Tía Mirta lo ha vuelto a hacer», pensó Paula.


Seguro que había colocado otra vez su foto en alguna página de contactos, y junto a su nombre había añadido una abultada cifra como hizo la última vez que ella se negó a seguir uno de sus consejos de alcahueta. Ahora tendría que buscar en todas esas absurdas páginas hasta dar con su perfil y borrar todos sus datos de él. Mientras tanto, debería aguantar el asedio de esos insufribles individuos que solamente intentaban conquistar su dinero, y quitárselos de encima uno a uno con alguna que otra imaginativa mentira.


—Veo que las fotos de tu perfil de Only you no te hacían justicia. Aunque tengo que admitir que, entre todas ellas, mi preferida es en la que vistes con ese atractivo uniforme de animadora — comentó atrevidamente el joven, ofreciéndole a Paula las caras flores que llevaba como obsequio.


Paula le dirigió una de sus más falsas sonrisas mientras aceptaba el caro presente y pensaba seriamente en quemar todos los álbumes de fotos de su tía para que algo así no volviera a suceder jamás.


Intentó inventar una rápida excusa con la que deshacerse de ese tipo, pero, como apenas había tenido tiempo de prepararse para esa sorpresa de su querida tía, lo único que se le ocurrió fue decir algo que estuviera muy cerca de la verdad para no ser pillada en el engaño.


—Verá usted, ¿señor...?


—Hindman, Andrew Hindman Wellington II — anunció pomposamente el tipejo mientras besaba gentilmente su mano—. Para servirle...


—Señor Hindman, esto es un terrible malentendido. Yo no me he hecho ningún perfil en ninguna página de contactos. Ocurre que mi tía no acepta la relación que tengo con mi actual novio y por eso insiste en este tipo de bromas pesadas.


—Entonces, tal vez debería hacerle caso a su tía y cambiar de novio, señorita Chaves—apuntó engreídamente el insistente individuo mientras la recorría de arriba abajo con su escrutadora mirada, seguramente evaluando cuántos millones valdría cada parte de su cuerpo.


—No siempre es bueno ceder a las locuras de mi querida tía, señor Hindman. Así que ahora que sabe que no estoy disponible, si me hiciera usted el favor de marcharse para que pueda desempeñar mi trabajo, se lo agradecería enormemente — declaró al fin Paula, algo molesta con la engreída actitud de ese tipejo mientras le devolvía con brusquedad su incómodo presente.


—No creo que desista de usted, querida Paula. Al fin y al cabo, no todos los días se le presenta a uno el placer de poder disfrutar de una mujer que vale diez millones de dólares... — manifestó insultantemente el mamarracho, avivando el mal genio de Paula.


—Lo que usted quiera. Pero tengo que advertirle de que en esta clínica trabaja mi novio, y es bastante celoso con cualquier hombre que se acerque a mí, así que lo mejor para usted sería marcharse cuanto antes, no sea que lo pille en uno de esos días en los que pierde la cabeza y la sangre no tarda en correr...


—¡Bah, qué estupidez! Ningún hombre es tan celoso, y menos de algo que aún no le pertenece, porque, por lo que puedo ver, ningún anillo descansa todavía en sus lindos dedos —insistió el persistente hombre apropiándose nuevamente de una de sus manos.


Y así fue como Pedro los pilló cuando salió del quirófano, bisturí en mano, tras conseguir curar a un inquieto animal que no permitía que nadie cosiera su herida abierta ni que lo anestesiara, por lo que en el proceso de cirugía le dio bastantes problemas y le manchó todo el uniforme con su sangre de una forma muy escandalosa. De esta guisa salió Pedro, sin ni siquiera cambiarse porque Nina le había informado de lo que ocurría en la recepción justo cuando se disponía a dejar su teñido instrumental para esterilizarlo.


El guapo veterinario marchó decidido hacia ese tipo que no era capaz de aceptar las negativas de Paula, más que dispuesto a hacerle comprender, a ése y a cuantos hombres se le pusieran por delante, que cuando Paula decía «no» era «no», y punto.


Así que esperó hasta que ese sujeto se percatase de su presencia, algo que no tardó en ocurrir cuando se adentró en la sala de espera provocando más de un gritito de exagerado asombro de las propietarias de sus pacientes que atrajeron la atención de ese individuo hacia él, haciendo que su cara se descompusiese en cuanto Pedro le sonrió con una pérfida sonrisa aprendida de las pésimas películas de terror que su hermano Jose le obligaba a ver en alguna que otra ocasión, momento que aprovechó para enseñarle su fiel herramienta de trabajo.


Luego, simplemente hizo una pequeña observación que convenció al insistente visitante de alejarse con gran rapidez de su clínica.


—Por lo que veo, usted es el siguiente — anunció un molesto Pedro, fulminando con la mirada la osada mano que agarraba la de Paula.


En verdad era un comentario de lo más común en el trabajo que Pedro desempeñaba, pero, por lo visto, el pesado no pensó igual y soltó con rapidez la mano de Paula, dejando atrás sus empalagosas flores poniendo pies en polvorosa
para no volver jamás. Cuando el rostro de Pedro, lleno de satisfacción, se giró para volver a su trabajo, una inquisitiva mirada de una desconfiada gatita lo reprendió.


—Tú lo sabías, ¿verdad? —preguntó Paula, recelosa ante la actuación de Pedro.


—No sé de qué me hablas —intentó eludir Pedro sin dar una respuesta en concreto.


—¡Tú sabías lo que había hecho mi tía, pero lo que no sé es por qué narices no me lo has contado! ¡Dime todo lo que sepas! —exigió Paula molesta.


—Me niego a hablar a no ser que sea en presencia de mi abogado —bromeó Pedro, tratando de evitar el mal carácter de Paula.


—¡Yo soy tu abogada, idiota! —gritó ella, atrayendo la atención de todas las cotillas del lugar, que no despegaban sus ojos ni oídos de esa enervante discusión.


—Entonces me niego a hablar hasta que mi abogada y yo estemos desnudos en mi cama — sugirió Pedro pícaramente mientras devoraba a Paula con una de sus ávidas miradas.


—¡Eso sólo ocurrirá en tus sueños, Pedro Alfonso! —declaró ella enfadada, dándole la espalda despectivamente mientras volvía a su sitio tras el mostrador.


—Y, por lo visto, también en la mesa de mi despacho —replicó el joven y soltero veterinario dando lugar a otro jugoso cotilleo que avivaría los cuentos de esas chismosas que siempre rondaban la sala de espera.


Finalmente, Paula volvió a esconderse detrás de los archivos, y esta vez era por su rostro avergonzado por las maliciosas palabras de ese hombre, porque cada una de ellas era cierta, ya que ellos habían probado en más de una ocasión la mesa de ese despacho. Era algo de lo que no se
arrepentía, pero de lo que comenzaba a avergonzarse. Y más después de ver cómo ese bruto no podía mantener la boca cerrada cuando el momento lo requería.


Y ése era uno de esos momentos, pensaba Paula en el instante en que una nueva llamada de su tía, esta vez dirigida a la clínica de Pedro, fue atendida por el orgulloso propietario sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo.



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