jueves, 4 de enero de 2018

CAPITULO 6




—¿No le ibas a dar la opción de elegir? — bromeó el esposo de Mirta, alzando una de sus cejas de forma impertinente ante las precipitadas acciones de su mujer.


—Y se la he dado: en ningún momento ha dicho que no. Además, después de ver a esa familia, yo también querría deshacerme a toda prisa de mi apellido.


—¿Y cómo sabes que eso es lo mejor para ella?


—Porque, indudablemente, con o sin nuestro apellido, esa niña es una Chaves en todos los sentidos —contestó dignamente Mirta, elevando su altivo rostro ante las pullas de su marido.


—Mirta... —la amonestó su esposo, algo molesto con su orgullosa respuesta.


—No te preocupes. Sin duda aprenderá todo lo que tiene que saber un Chaves, y lo hará de la mejor: de mí —alardeó Mirta ante su resignado marido.


—Eso es precisamente lo que más me preocupa —confesó el señor Chaves, siendo consciente de que esa pequeña acabaría teniendo, sin duda, el mismo endiablado temperamento que su insufrible, pero queridísima, esposa.


Fue entonces cuando compadeció al pobre idiota que osara enamorarse de Paula cuando fuera mayor.


Algo que, sin duda, le seguiría preocupando aun después de su muerte, porque, a partir de ese día, esa niña sería su pequeña Paula, a la que siempre vigilaría aunque ya no estuviera allí para verla cometer cada uno de los estúpidos errores en los que siempre caían los Chaves al encontrar el amor.





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