miércoles, 7 de marzo de 2018

CAPITULO 109





Mirta Chaves observaba desde su despacho del bufete, al que ya acudía muy pocas veces, cómo había cambiado su sobrina en el último año.


Después de su primer juicio, en el que el infame Manuel Talred dejó sola a una novata ante un complicado proceso pretendiendo poner en ridículo su ilustre apellido, Paula había conseguido triunfar en el caso de Lorena. Su primer
pleito en solitario, tras el cual, y gracias a su sobrina, esa mujer consiguió recuperar todos sus bienes y anular su matrimonio, además de librarse del bruto de su exmarido.


¡Quién hubiese podido llegar a averiguar, salvo su minuciosa sobrina, que Lorena se había casado siendo menor y sin el permiso de familiar alguno! Paula no llegó a realizar una petición de divorcio, sino que mostró ante los tribunales cómo el maltrato de ese hombre había comenzado antes del matrimonio y se había aprovechado de una inocente menor atándolo a él de por vida. Ante esos hechos, los avales aportados por Lorena fueron anulados, y sus posesiones le fueron devueltas.


El arresto del exmarido de Lorena por allanamiento e intento de asesinato no le favoreció en absoluto y, cuando el abogado de ese impresentable se quiso hacer oír, Paula ya tenía al juez en el bolsillo. Ésa fue la primera vez que Mirta disfrutó con la innata maestría que mostraba su sobrina en un juzgado.


A ése le siguieron muchos más triunfos. Sin duda, Paula era digna de su apellido, pero había algo que no terminaba de gustarle a Mirta, y era ese triste semblante que siempre cubría su rostro cuando finalizaba su trabajo. Paula únicamente vivía para el bufete, se negaba a salir, a divertirse o a desconectar, y Mirta sólo conseguía obligarla a abandonar su doliente encierro cuando se trataba de algún asunto relacionado con el trabajo.


Mirta Chaves sabía en lo que estaba pensando su sobrina en todo momento, que no era otra cosa que en aquel insufrible individuo que, a pesar de todo el tiempo que había pasado, todavía seguía empeñado en demostrarle a todos lo adecuado que era para su sobrina. Y poco a poco, con su empecinado comportamiento, lo estaba consiguiendo.


Increíblemente, Pedro Alfonso había sido capaz de devolverle casi todo su dinero en un tiempo récord, lo cual sólo podía significar que, si el señor Alfonso quería algo, indudablemente más tarde o más temprano lo conseguía.


Y ese hombre, en definitiva, quería a su sobrina.


Tal vez su carrera no fuera lo primero para esa Chaves en concreto como en un principio sí lo fue para ella misma, ya que Paula no tenía vida fuera del trabajo, y la pasión que había demostrado en su primer caso iba disminuyendo cada día.


Si pudiera, Mirta le diría nuevamente a su sobrina que ese hombre no era el que ella se merecía, ¡pero cómo decirle eso, si el viejo juez de ese olvidado pueblo la llamaba a cada instante para contarle que Pedro coleccionaba como un adolescente enamorado cada recorte de prensa donde salía Paula, que acudía a sus juicios cada vez que podía para observarla desde lejos como un mero espectador, que la seguía amando desde la distancia como el primer día y que tenía exactamente el mismo rostro desolado que mostraba su sobrina, únicamente por permanecer alejado un día más de la persona que amaba...!


Definitivamente, Mirta ya no se opondría más a que ese joven formara parte de su familia.


Ahora sólo faltaba pensar cómo atraerlo desde ese olvidado pueblo hasta su bulliciosa ciudad.


Mientras ideaba alguno de sus alocados planes, la llamaron desde recepción para indicarle que un mensajero había dejado un sobre para ella.


Mirta hizo que uno de los becarios se lo llevara a su despacho y, después de despedirlo con un simple movimiento de mano, lo abrió con desgana a la espera de hallar otra pesada invitación a alguna fiesta o alguna queja de un resentido exempleado.


Cuando leyó el mensaje, Mirta supo que ya no tendría que llevar a cabo ninguno de sus planes.


Después de todo, Pedro Alfonso ya estaba allí. Así lo demostraba la nota que dejó despreocupadamente sobre su mesa, y que decía:
Último pago, vengo a por ella.


Tía Mirta sonrió y, decidida a ayudar a ese atolondrado hombre, hizo que le enviaran una invitación que él no pudiera rechazar. Ésa fue la parte fácil. La difícil sería convencer a su sobrina para que acudiera a tan distinguido lugar.


Después de llamarla por teléfono y sacarla de su despacho, donde estaba enterrada bajo una montaña de papeles, Mirta intentó convencer a Paula para que asistiera de nuevo a algún evento donde la comida no fuera insulsa y el tema principal no fuese el último juicio celebrado.


Para su desgracia, el único acontecimiento que tenía lugar ese día tal vez no fuera demasiado adecuado y su sobrina se resistiera a ir con uñas y dientes, pero si por algo eran conocidos los Chaves era por el gran poder de persuasión que ostentaban y, sin duda, ella aún era la mejor en ese
aspecto.


—Tía, ¿para qué me has hecho venir? Todavía estoy con el caso Merlin, las alegaciones son dentro de unos días y aún no sé qué decir.


—Paula, quiero que salgas.


—¿Tienes un nuevo caso para mí? —preguntó prudentemente, prevenida ante las trampas que siempre le ponía su anciana tía para que acudiera a alguna cita.


—No, esta vez tendrás que asistir como mi representante a un evento social.


—¿De qué se trata esta vez: de apadrinar una foca, de asistir a una función de ancianos del coro o de entregar un exorbitante cheque en alguna de esas pomposas galas benéficas? —comentó Paula con hastío mientras revisaba su apretada agenda.


—Tendrás que asistir a la fiesta de celebración con motivo del nombramiento del nuevo socio del bufete.


—¿Y quién es el iluminado en esta ocasión?


—Manuel Talred.


—¡Estás loca o has perdido el juicio si piensas que voy a darle la mano a ese tiparraco que me dejó sola para que arruinara mi primer juicio! ¡¿Es que has comenzado a chochear o no conoces a tu sobrina?! ¡Por nada del mundo pienso asistir a ese evento! Manda a Hector, o ve tú misma, ¡pero definitivamente, olvídate de mí!


—Irás tú porque eres una Chaves y, por tanto, la que mejor me representa. Con tu presencia le demostrarás a ese tipejo que ya no te importa en absoluto y también demostrarás a todos que las palabras que él dejó caer un día en sus oídos contra ti sólo eran maliciosas mentiras.


—¡Ésta es la última vez que me manipulas, tía Mirta! ¡Y ése será el último evento al que vaya en tu nombre! Desde mañana pienso mudarme a una nueva casa lo más lejos posible de tus artimañas.


—Lo sé —suspiró resignada tía Mirta, pidiéndole a Paula un último favor—. Por favor, asiste a ese evento. Es importante para mí y, sin duda, para ti también lo será.


—Lo dudo mucho —replicó Paula, bastante molesta, mientras salía airadamente del despacho de su tía dando un fuerte portazo con el que mostrar su descontento.


—¡Niños! Nunca son demasiado mayores para tener sus berrinches... —opinó con sabiduría la anciana mientras observaba cómo su sobrina se alejaba de su vida para comenzar a volar por sí misma. Ya era hora de dejar de protegerla. Ahora era toda una Chaves y, sin duda alguna, sabría caminar por sí sola tan bien como lo había hecho ella misma en su momento.




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