miércoles, 7 de marzo de 2018
CAPITULO 110
Paula se había vestido con uno de esos elegantes trajes de noche que en alguna ocasión su tía le había obligado a comprarse. Era negro y largo hasta los tobillos. Por delante, bastante recatado, sin escote alguno y cogido al cuello dejando sólo los brazos y parte de los hombros expuestos; sin embargo, por detrás mostraba tentadoramente toda su espalda hasta el principio de ese lugar donde ésta perdía su nombre.
El único adorno que llevaba eran unos caros pendientes de diamantes, que lucía abiertamente, ya que su peinado consistía en un recatado recogido nada atrayente, y el único toque coqueto que se había permitido eran un par de zapatos negros de pedrería, con unos afilados tacones de aguja.
Una vez más, Paula asistía a una de esas aburridas fiestas del bufete que se organizaban en las opulentas oficinas para que todos los socios capitalistas observaran en qué se había invertido su dinero. Una cena tipo bufé frío, música en vivo y montones de petulantes y arrogantes abogados... eso era lo normal en esos anodinos eventos.
Como siempre, tía Mirta los esquivaba como a la peste, y era ella, su única sobrina, la que tenía que aguantar cada uno de los insufribles comentarios hacia los Chaves, ya fueran insustanciales halagos o malévolas críticas sobre su labor en la abogacía.
Desde que ganó su primer caso, nadie había vuelto a meterse con ella, tal vez porque les demostró a todos de qué pasta estaba hecha y que ese apellido que llevaba nunca le vendría grande.
Quizá, si alguien se hubiera interesado en conocer la verdad, habría averiguado que todo su aguerrido comportamiento en el juzgado aquel día se debía únicamente a una persona en concreto.
Después de que Manuel la dejara sola para defender a Lorena en un complicado caso, ella pidió un receso que aprovechó para esconderse en los baños, sin saber qué hacer o cómo proceder.
En esos instantes estaba muerta de miedo. Sabía que tenía que defender a Lorena, pero no quería perder y arrastrar con ella a una mujer que se había convertido en su amiga. Increíblemente, la persona que menos esperaba encontrar allí apareció en el momento más oportuno. Pedro se adentró en el baño de mujeres y, saltándose todas las normas y convenciones sociales, cerró el pestillo. Luego, simplemente cogió las temblorosas manos de Paula entre las suyas y le
dijo: —Haz lo que mejor sabes hacer, princesa: defender a aquellos que quieres con toda la pasión de la que eres capaz. Y demuéstrales a todos... no que eres una Chaves, sino que eres mi amada Paula, una mujer con un genio de mil demonios que siempre sabe cómo hacerse escuchar.
Tras esas tiernas palabras, Pedro le dio un gentil beso en los labios y desapareció, pero mientras ella presentaba sus alegatos, mientras defendía a Lorena poniéndose en la piel de su cliente y mostrando a todos el miedo y la impotencia que se podía sentir en situaciones como ésas, Paula sabía que Pedro la estaba observando a cada paso que daba y eso le dio fuerzas para ganar.
Después de ese día no lo había vuelto a ver y, tras un año, Paula se preguntaba si ese hombre al que aún amaba la habría olvidado o todavía guardaría algún grato recuerdo de la mujer que una vez había amado.
Definitivamente, el plazo que había apuntado en su agenda electrónica hacía algún tiempo que había finalizado, y ese hombre debería comprender que, indudablemente, ellos debían estar juntos, ya fuera en Boston o en el pequeño pueblo en el que sus vidas se habían cruzado. Y si aún no lo entendía, ya se encargaría ella de que lo hiciera cuando fuera en su busca. Porque, evidentemente, ya era hora de que los dos volvieran a encontrarse.
Mientras pensaba cómo comunicarle a tía Mirta que a la mañana siguiente partiría en busca del hombre al que amaba, Paula se apoyaba en una de las columnas del bufete sosteniendo entre sus manos una elegante copa de un seco Martini, a la vez que se dejaba ver por todos para dejar constancia de que una Chaves había hecho acto de presencia en ese evento.
Porque por nada del mundo pensaba acercarse a esa despreciable sanguijuela de Manuel para felicitarlo por alcanzar una posición que, sin duda, solamente había conseguido con engaños y mentiras.
Como Manuel estaría ocupado durante toda la noche recibiendo felicitaciones y halagos de todos, por lo menos Paula se libraría de aguantar una velada llena de amargos reproches y estúpidas mentiras, o eso era lo que pensaba hasta que a su espalda resonó la chillona voz de una arpía, que ella conocía bastante bien.
—¡Oh, pero si es Paula Olivia Chaves, la última promesa de la abogacía! ¡Y, para variar, ha vuelto a venir sola a uno de estos eventos! — recalcó la pérfida bruja, que de nuevo era la prometida de Manuel y que últimamente se creía que todas las mujeres iban detrás de su futuro marido.
—Hola a ti también, Jennifer —saludó Paula, levantando con ironía su copa y deseando tener algo más fuerte entre sus manos para soportar los desvaríos de esa bruja.
—¿A qué has venido? Ya te digo que, si piensas intentar recuperar a Manuel, no tienes ninguna posibilidad: ya hemos comprado una casa, y muy pronto tendremos la fecha para nuestra boda. Además, a mí no me va pasar como a ti, porque yo soy suficiente mujer para él y...
En el instante en el que la mente de Paula comenzaba a divagar sobre algún aburrido programa de televisión para ignorar las necedades de esa idiota, alzó la vista de su solitario Martini para ver delante de ella la imagen más seductora de todas: un atractivo hombre de hermosos ojos azules, revueltos cabellos rubios y un impresionante cuerpo que hasta ahora no había tenido el placer de apreciar ataviado con un elegante e impecable traje, que se dirigía hacia ella con paso decidido.
—Todo tuyo —dijo con despreocupación Paula mientras entregaba su copa distraídamente a una boquiabierta Jennifer, refiriéndose con esas palabras tanto a su bebida como a su exnovio, que ya no tenía cabida alguna en su vida—. Para tu información, yo no cometo dos veces el mismo error. Ni me quedo con artículos de saldo: sólo de primera calidad —declaró, decidida a ir al encuentro de Pedro porque ya había esperado durante demasiado tiempo por algo que debería haber tenido el valor de reclamar como suyo.
—¿Ah, sí? ¿Y dónde está ese maravilloso hombre tan adecuado para tu prestigioso apellido? —preguntó despectivamente la infame mujer sin percatarse del apuesto individuo que se aproximaba a ellas.
—No te preocupes por mí, querida Jennifer; aunque llega un poco tarde, finalmente ese hombre ha venido...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario