miércoles, 7 de marzo de 2018
CAPITULO 111
Cuando Pedro llegó hasta ellas, ante el asombro de una atónita Jennifer, besó teatralmente la mano de Paula para luego pasar a recordarle la promesa que le había hecho en una ocasión y que ella nunca pudo olvidar, a pesar del paso del tiempo.
—Te dije que vendría a por ti, princesa mía— declaró Pedro abiertamente ante todos.
Y Paula, sin poder evitarlo, lo abrazó sin terminar de creerse que ese hombre estuviera realmente a su lado. Los dos, ignorándolos a todos, se alejaron. Y en mitad de una improvisada pista de baile de la que pocos se atrevían a disfrutar, unieron sus cuerpos al son de una música que ocultaba sus palabras, que, después de tanto tiempo, eran tantas que no sabían por dónde empezar.
—Un año sin llamadas, sin cartas, sin venir a verme... ¿se supone que debo seguir amándote? — reprochó Paula, haciendo salir a la abogada que llevaba dentro.
—Un año recortando todos los artículos de periódico donde salía tu nombre, asistiendo a escondidas a algunos de tus casos sólo para verte durante unos instantes, trabajando en mi clínica o para mi padre, e incluso para mi cuñado, para tratar de reunir todo el dinero que me diste y ser un hombre digno de ti... Un año sin poder olvidarme de ti en ningún instante. Un año que para mí ha sido eterno. ¿Cuánto más crees que puede sobrevivir un hombre sin su corazón? —preguntó Pedro, mientras colocaba una de las dulces manos de Paula sobre su pecho, donde su desbocado corazón sólo latía por ella.
—¿Y qué harás si te digo que ya no te quiero? —tanteó Paula, decidida a escuchar la respuesta de ese hombre que nunca la decepcionaba.
—Recuperarte día a día —replicó, mientras con una de sus manos sujetaba con ternura la mano de Paula y con la otra rebuscaba algo en su bolsillo—. Porque, como te dije en una ocasión, nunca te dejaré marchar. Y con esas palabras no me refería a un lugar como mi pueblo o esta hermosa ciudad, sino a mi corazón, que siempre pertenecerá a una única mujer... —confesó, colocando al fin en uno de sus dedos un hermoso anillo y besando con dulzura a Paula—... a la que amo —finalizó Pedro, besando los labios de la persona que más había echado de menos y que tanto había necesitado.
Cuando Pedro acabó su beso y la miró esperando una respuesta a sus sinceras palabras, Paula gritó alocadamente en medio de la seria multitud que los rodeaba.
—¡Te quiero, Pedro Alfonso! —exclamó, rindiéndose finalmente ante las palabras de él.
—¡Te quiero, Paula Olivia Chaves, y me importa una mierda tu apellido! —contestó Pedro, uniéndose a la alegre locura de su mujer y dejando a todo un bufete desconcertado ante tamaña ofensa —. ¿Y sabes lo mejor? Que muy pronto llevarás el mío, ¡y entonces podrás comportarte como toda una Alfonso!
—¿Y cómo se comportan los Alfonso? — inquirió Paula, feliz ante tan tremenda proposición.
—En la vida, como nos da la real gana. Por desgracia, en el amor somos todos unos chiflados atolondrados.
—Creo que me irá bien siendo una Alfonso, porque, desde que te conozco, todo mi mundo ha sido una locura —sentenció Paula, aceptando su nueva vida y abrazando el amor que durante tanto tiempo había buscado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario