sábado, 3 de marzo de 2018
CAPITULO 97
Paula no comprendía por qué el hombre que decía amarla la apartaba de su lado y por qué, de repente, surgían tantas dudas en la mente de Pedro cuando algo que siempre había tenido claro él era precisamente que no quería separarse de ella.
¿Acaso era que Pedro no había sido sincero en sus palabras? ¿Es que sólo había jugado con ella?
Al parecer, su capacidad de juzgar a los hombres era nula, y la persona que le había devuelto la confianza en sí misma acababa de convertirse en el que más daño le había hecho jamás... Tanto tiempo temiendo pronunciar unas palabras que se había negado a volver a repetir durante años y, cuando al fin habían emergido de sus labios, sólo habían servido para dejarle claro que el hombre en el que había confiado era una farsa.
Su tía tenía razón en ser precavida, ya que los hombres sólo iban detrás de su dinero o del poder de su apellido. Pero Pedro había sido tan distinto desde un principio que por unos instantes llegó a pensar que en verdad la amaba... para luego darse de bruces con la irónica realidad de que él no la quería a su lado...
Paula había tenido que salir de la habitación negándose a escuchar ninguna más de sus baratas excusas porque su rostro comenzaba a mancharse con unas lágrimas que demostraban todo el dolor que unas simples palabras habían infligido a su maltrecha alma.
A ella nunca le gustaba mostrar su debilidad, pero, mientras antes permitía que los consoladores brazos de un hombre la protegieran, ahora quería correr lo más lejos posible de ellos, porque, si la abrazaba de nuevo, Paula se derrumbaría en
ellos y olvidaría su fría fachada de mujer ofendida para suplicarle que le revelara el motivo por el cual nunca nadie podría amarla como necesitaba.
Dispuesta a concentrarse en otra cosa que no fuera su dolor, Paula bajó hacia donde Víctor se encontraba haciendo su guardia, y le rogó que alejara a Pedro de esa casa antes de que cambiara de opinión y decidiera escuchar alguna de sus estúpidas justificaciones sobre por qué tenían que alejarse, si justamente un hombre como él era lo que siempre había estado esperando su herido corazón.
Después de que Víctor viera sus lágrimas, no tuvo que volver a repetírselo y marchó furioso en busca de su hasta entonces loco amante, decidido a sacarlo a patadas de esa propiedad.
Paula, todavía abatida por todos los sentimientos que se agolpaban en su interior, se sirvió un té de los que tanto le gustaba a su tía tomar en los momentos de crisis, y se dirigió hacia su habitación.
Mientras subía la escalera, vio cómo Víctor empujaba a Pedro, todavía a medio vestir, hacia la salida. Pedro forcejeó con él para llegar hasta ella y, cuando Víctor lo retuvo con una de sus efectivas llaves, Pedro la miró con sus fríos ojos azules exigiéndole ser escuchado.
—No me vas a dejar explicarme, ¿verdad? — preguntó Pedro, resentido con la altiva mirada que Paula le dirigía mientras se alejaba de él.
—Entre tú y yo, Pedro Alfonso, ya está todo dicho —declaró, siguiendo su camino e ignorando los reclamos de un hombre que, a pesar de todo, seguía gritando que la amaba.
Antes de dirigirse hacia una habitación donde sólo tendría malos recuerdos, decidió pasar por la de Lorena para ver cómo se sentía. Si estaba despierta, tal vez pudieran ultimar algunos de los pasos que seguir en su declaración.
Cuando llegó al pasillo, Paula vio la sombra de un individuo cerca de la puerta de Lorena y, antes de que pudiera gritar dando el aviso, el rudo personaje llegó junto a ella y con gran rapidez la acorraló contra la pared con su fuerte cuerpo mientras una de sus manos apretaba con fuerza su garganta, usando la otra para tapar su boca, impidiéndole gritar.
Paula forcejeó, luchó y se debatió con el intruso para lograr introducir aire en sus pulmones.
Pateó su cuerpo sin que ese tipo se inmutara, arañó sus brazos y las manos que mantenían un terrible agarre sobre su dolorida garganta, pero en vano.
«¿Es así como voy a morir? —pensó Paula cerca de la inconsciencia cuando las fuerzas comenzaron a abandonar su cuerpo—. ¿Por las manos de un hombre furioso y sin haber conocido el amor?» Y aun en esos críticos momentos, su mente voló hacia Pedro y supo que sí, que había conocido el amor, aunque había tenido la desgracia de que éste no le correspondiera. Tras meditarlo unos segundos, que era el poco tiempo que le quedaba, supo que, a pesar de todo, nunca cambiaría ni uno solo de los instantes que había disfrutado con el hombre que amaba.
Luego, sonrió irónica a la muerte y se dejó llevar hacia el vacío de la inconsciencia. Antes de desvanecerse por completo, llegó a oír unos feroces gruñidos que hacían frente a su agresor.
—Mi héroe... —susurró sarcásticamente Paula, pensando que la tendencia de ese chucho a perseguirla a todos lados no era tan mala después de todo.
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