domingo, 4 de marzo de 2018

CAPITULO 99




Cuando llegaron a la clínica, Pedro ordenó a Paula que siguiera presionando la herida mientras él preparaba todo el material necesario para la intervención de Henry, y apartó de su mente cualquier pensamiento que no fuera salvarle la vida.


No le preocupaba tanto la pérdida de sangre, que al ser de color oscuro sólo podía provenir del circuito venoso y, por tanto, era una hemorragia más sencilla de controlar. Lo que más le inquietaba eran los posibles daños internos en algún órgano y, sobre todo, las infecciones que podían sobrevenirle por la suciedad de la herida.


A contrarreloj, Pedro depositó a Henry en la mesa de operaciones, le colocó una vía con suero y, antes de decidir qué tipo de anestesia utilizar, se dispuso a limpiar la herida con bastante precisión para ver hasta dónde habían llegado los daños. A pesar de haberle ordenado a Paula salir del quirófano, ésta se negó a hacerlo, así que, dándole algo para mantenerse ocupada, Pedro le dio instrucciones.


—Cámbiate de ropa, ponte esa bata de quirófano estéril —indicó Pedro, señalándole la ropa de más que guardaba en los armarios—, lava tus manos hasta los codos con ese gel antibacteriano y no olvides los guantes y la mascarilla. Necesito que me ayudes, ¡y por lo que más quieras, no te desmayes! —finalizó severamente.


Paula hizo con celeridad todo lo que Pedro le había ordenado y, cuando estuvo junto a él, observó con admiración cómo hacía su trabajo, algo en lo que hasta entonces no se había parado a pensar: sin duda, Pedro Alfonso era un maravilloso veterinario.


Hasta ese momento él nunca le había permitido pasar más allá de la zona de recepción, tanto por su miedo ante la visión de la sangre, que ahora parecía cosa del pasado, como por no estar lo suficiente cualificada para ayudarlo. No obstante, ahora le pedía su apoyo y ambos sabían que era fundamentalmente para que ella mantuviera su mente ocupada hasta que todo hubiera terminado y Henry se encontrara mejor, porque, si alguien podía curar a Henry, ése era Pedro.


Paula vio cómo su serio semblante evaluaba los daños mientras poco a poco limpiaba y desinfectaba la herida. Paula le fue pasando gasas y suero hasta que la limpieza de la zona afectada mostró algunas esquirlas de cristal incrustadas en la piel. Antes de empezar a hurgar en la lesión, Pedro sedó a Henry y lo intubó hábilmente. Tras comprobar sus constantes vitales, comenzó a retirar minuciosamente cada pequeño trozo de cristal.


—No es tan grave como pensaba —comentó Pedro, tranquilizando a Paula, cuyas manos temblaban ante la mera visión de la sangre—. La herida no es demasiado profunda, y no tiene dañado ningún órgano vital. No obstante, tiene desgarrado algo del tejido muscular. Ahora sólo se trata de coser y administrar algún que otro antibiótico para prevenir cualquier posible infección. Será mejor que esperes fuera, no quiero tener dos pacientes a los que atender esta noche — concluyó Pedro, señalando la palidez de su rostro.


—Prefiero ayudarte —replicó dubitativa Paula, mientras admiraba al hombre que nunca podría dejar de amar.


—Bien... Entonces pásame esas pinzas —le ordenó mientras comenzaba a suturar con celeridad.


Sus manos eran rápidas; sus acciones, efectuadas con determinación y precisión, y cada poco preguntaba por las cifras que aparecían en la pantalla que mostraba las constantes vitales del animal. Antes de que pudiera darse cuenta, todo había terminado: Pedro desentubaba a Henry y éste comenzaba a recuperar la conciencia. Por último, Pedro le inyectó unos antibióticos y empezó a limpiar el material quirúrgico y el pequeño quirófano.


—Puede que, cuando Henry recupere la conciencia, vomite, por la anestesia. Tendré que hacerle un seguimiento para que su herida no se infecte, y si decides marcharte pronto de este lugar, debes darme el número de su veterinario para que le pase el historial de Henry —dijo Pedromientras tiraba sus guantes manchados de sangre sin dejar de observar las reacciones de su paciente —. Esta noche se quedará conmigo, quiero asegurarme de que no surge ninguna complicación. Como no tengo ningún otro animal en la clínica, le habilitaré una cama en mi despacho y pasaré la noche vigilándolo en ese viejo sofá


—Gracias —susurró Paula mientras se dirigía al baño de recepción para cambiarse de ropa.


Entre tú y yo aún hay mucho que decir... — señaló Pedro antes de que Paula saliera de la habitación—. Pero éste no es el mejor momento para ello, así que cámbiate y llama a esa vieja entrometida. Seguro que está inquieta por el estado de Henry.


—Creí ser bastante clara cuando te dije que entre tú y yo ya estaba todo dicho —replicó Paula, mientras sujetaba la puerta negándose a mirar directamente esos ojos azules que tanto la atraían.


—Ésas fueron tus palabras. Todavía no has escuchado las mías, pero, antes de irte, lo harás — aseguró Pedro, sujetando el brazo de Paula con firmeza y obligándola finalmente a mirar la determinación escrita en su rostro.


—No sé si quiero escuchar lo que tienes que decirme, Pedro, porque últimamente tus palabras sólo saben herirme, y estoy harta de que me hagan daño —declaró Paula, zafándose del agarre del hombre que todavía amaba y apresurándose hacia la seguridad de una habitación cerrada que ocultara las lágrimas que comenzaban a asomar a su desolado rostro, porque en esos momentos se había dado cuenta de que Pedro era el hombre con el que ella siempre había soñado. ¡Lástima que los sueños nunca se hicieran realidad y el hombre al que amaba no la quisiera a ella!




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