miércoles, 10 de enero de 2018

CAPITULO 24





—¡Te juro que voy a matarlo! —gritó Paula, totalmente fuera de sus casillas después de haber caminado más de una hora bajo la lluvia cargando con un perro quejumbroso que sin duda alguna tenía sobrepeso. Lo que desquició por completo a Paula no fue el sobreesfuerzo que había hecho para llegar hasta donde se hallaba su querido vehículo, ni que su caro traje estuviera lleno de pelos o ella tremendamente empapada y hambrienta.


No.


Lo que más la fastidió fue que ella finalmente tenía razón y su coche, su amado y carísimo BMW, estaba arruinado.


Algún vulgar vándalo había roto la ventanilla del copiloto y abierto las puertas del vehículo de par en par, dejando toda la tapicería húmeda por el fuerte temporal. El capó se hallaba alzado, seguramente debido a un fallido y chapucero intento de puentear el vehículo, que finalmente había acabado con el circuito eléctrico estropeado, ya que el coche no arrancaba ni daba señales de vida. La radio había desaparecido junto con su maleta y el escaso equipaje de Henry, y las ruedas habían sido brutalmente rajadas, seguramente por la frustración de no haber sido capaces de apropiarse de tan lujoso presente.


Para terminar de fastidiar, los muy cabrones habían utilizado su coche como si de una papelera se tratase, llenándolo de latas de cerveza, envoltorios de chocolatinas y... ¿cáscaras de pipa?


¡¿Eso eran cáscaras de pipa?!


Paula limpió exhaustivamente su coche con varias de sus toallitas antibacterianas que siempre llevaba en el bolso, y mientras adecentaba ese vehículo, que después de haber sido vilmente profanado nunca llegaría a ser el mismo, no podía parar de mostrar su resentimiento contra el hombre culpable de todos sus males.


—«Tu coche estará en perfectas condiciones mañana por la mañana» —ironizaba Paula burlándose del tono autoritario que Pedro había utilizado con ella—. «Casi nadie pasa por esa desolada carretera, blablablá...» «Tu coche, sin duda, les traerá sin cuidado...» ¡Sí, ya veo lo perfecto que ha quedado mi coche, Pedro Alfonso! — rugió finalmente, enfurecida.


Tras finalizar la desinfección del vehículo, Paula y Henry se adentraron en el húmedo y frío interior, acurrucándose en los asientos traseros sin dejar de tiritar por el gélido viento que arremetía contra ellos a cada momento.


—¡Oh, cuánto odio este apestoso pueblo y en especial a ese insufrible hombre! ¡Como me llamo Paula Olivia Chaves que ese tipo me las va a pagar! —exclamó con enfado mientras frotaba con brío la batería del teléfono con la esperanza de conseguir un minuto de vida de su móvil para pedir ayuda, una ayuda para la que sin duda esta vez no se molestaría en reclamar a ese estúpido neandertal que tan ligeramente la había dejado tirada.


—¡Prepárate, Pedro Alfonso! Aún no conoces el carácter de los Chaves, pero no vas a tardar mucho en hacerlo —declaró rotundamente Paula ante los gruñidos de aprobación de Henry, que sin duda también era un Chaves, ya que había heredado el temperamental carácter por el cual eran tan conocidos esos excéntricos millonarios.




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