miércoles, 17 de enero de 2018

CAPITULO 49





Pedro devoró su boca como si hubiera sido un placer que se le hubiera negado durante mucho tiempo. Mordisqueó sus labios con dulzura, haciéndola reaccionar a cada uno de sus besos. Su lengua se adentró en la boca de Paula exigiendo
una respuesta y, si al principio su respuesta fue fría, esto no tardó en cambiar cuando las caricias de Pedro le recordaron los momentos de una noche que ella no lograba apartar de su mente.


Él la atrajo hacia su cuerpo para que comprobara la intensidad de su deseo sin dejar de rogar ser aceptado con la dulzura de sus caricias, y ella no pudo negarse a ninguno de sus avances porque, a pesar de que intentara negarlo con toda su alma, su corazón comenzaba a sentir algo por ese idiota que no sabía lo que era el amor.


Pedro apoyó a Paula contra la dura estantería mientras sus manos recorrían muy despacio las curvas de su cuerpo y sus besos descendían por su cuello. Después se deshizo de la ropa de Paula con lentitud, apartando de su camino uno de esos rígidos trajes chaqueta que tanto le molestaban.


Lo primero en ser desechado fue la horrenda chaqueta que ocultaba gran parte de sus encantos, que fue despreocupadamente arrojada lejos.


Luego, desabrochó poco a poco la blusa con su ardorosa boca, besando cada nueva porción de piel que se revelaba a sus ojos mientras sus manos acogían los turgentes senos, acariciándolos tentadoramente por encima de su lujoso sujetador con cierre delantero que no tardó mucho en desaparecer para descubrir los incitantes pechos que tanto lo atraían.


Cuando Paula fue despojada de su blusa, Pedro alzó su cuerpo hasta que sus tentadores pechos quedaron al alcance de su boca, que no dudó ni un instante en devorar con la lujuria que lo invadía en todo momento cuando estaba junto a esa intrigante mujer.


Ella se removió inquieta entre sus brazos, gimiendo por el placer obtenido y por el que reclamaba su cuerpo, y se movió sugerentemente contra la poderosa anatomía de Pedro sin poder evitar sentirse cada vez más húmeda y excitada por el modo en que él la hacía delirar, por la tortura que sus labios prodigaban a su cuerpo.


Él lamió con lentitud sus senos, dedicando su tiempo a cada uno de ellos. Luego sopló su cálido aliento sobre los erguidos pezones y, por último, los torturó con sus pérfidos dientes, haciéndola gritar su nombre.


Paula se derrumbó contra el duro estante, abandonándose al éxtasis de sus caricias, cuando las manos de Pedro bajaron por su cuerpo hasta alcanzar el final de la falda, que fue subiendo lentamente hasta su cintura, dejando su nueva ropa interior expuesta a su ávida mirada.


Esta vez Pedro no se limitó a apartar la liviana barrera que separaba sus cuerpos, simplemente la arrancó con brusquedad, haciéndola a un lado mientras sus dedos acariciaban el húmedo interior de Paula, imposibilitándole el negar su deseo.


—Tu cuerpo me dice que esta noche no me olvidarás con facilidad... —susurró Pedro sensualmente al oído de esa desesperante mujer, sin cesar en sus caricias—. Ahora quiero saber qué me dirás tú cuando mi cuerpo se hunda duramente en el tuyo haciéndote mía —exigió con firmeza mientras adentraba uno de sus dedos en su húmedo interior, arrancando algún que otro desgarrador gemido.


—Podría... decirte... que esto es... un error... —declaró entrecortadamente Paula sujetándose con fuerza al hombre que de nuevo le hacía recordar lo que era sentirse una mujer deseada.


—¿Lo harás? —preguntó burlonamente Pedroconocedor de su respuesta.


—No, porque los Chaves... nunca cometemos errores... —respondió con arrogancia Paula mientras movía su cuerpo buscando el placer que Pedro se negaba a darle.


—Entonces, ¿tu ex qué era? —pregunto maliciosamente Pedro, sin dejar de torturar el cuerpo de Paula al prometerle un goce que nunca le llegaba a conceder.


—Manuel sólo fue... un contratiempo... —gimió Paula al sentir cómo Pedro introducía otro de sus ágiles dedos en su interior.


—¿Y yo? ¿Yo qué soy? —preguntó seriamente Pedro, exigiéndole una respuesta.


—Aún no lo sé —confesó Paula revelándole finalmente la verdad que su corazón quería ocultar.


—No te preocupes, yo te ayudaré a averiguarlo —concluyó Pedro, alzándola entre sus brazos como si de la carga más preciada se tratase.


Luego simplemente la depositó encima de la áspera alfombra de su despacho, se alejó de ella unos segundos para desprenderse de su ropa y, cuando se acercó nuevamente, la ayudó a desprenderse de las suyas con sensuales caricias que no dejaron de hacerle desear el calor de ese cuerpo que ya conocía.


Pedro se alzó sobre ella, besó con dulzura sus labios, su cuello, sus senos, su ombligo y, con ambas manos, abrió sus tersos y firmes muslos, para luego acariciar su clítoris, haciéndola temblar de placer en el proceso y, cuando su cuerpo se movió reclamándolo, Pedro utilizó su juguetona
lengua para hacerla llegar al orgasmo con lentos movimientos, mientras sus dedos marcaban el ritmo adentrándose una y otra vez en su húmedo interior.


Paula se convulsionó de puro goce, y fue entonces, mientras las olas de placer todavía envolvían su cuerpo, cuando Pedro se introdujo dentro de ella de una profunda y brusca embestida.


Paula volvió a gritar sumida en el placer de un nuevo orgasmo. Pedro marcó el ritmo con sus poderosas arremetidas exigiéndole a su cuerpo que lo acompañara nuevamente a las cúspides del éxtasis y, aunque ella lo miró asombrada, su cuerpo respondió siguiendo cada una de sus demandas.


Pedro gritó su nombre mientras se derramaba en su interior, y de sus labios inconscientemente se escapó alguna estúpida confesión de amor. Ella mordió de nuevo su hombro, acallando una vez más las palabras que nunca quería volver a repetirle a un hombre, porque para ella el peor error de su vida había sido el pronunciar alguna vez «te quiero».


Ambos permanecieron abrazados en la áspera y fría alfombra del suelo sin saber cómo expresar los miles de pensamientos contradictorios que rondaban sus mentes.


—Paula, yo... —intentó comenzar Pedro para expresar sus más profundos sentimientos, haciéndole saber lo que todos ya conocían: que lo que sentía por ella sólo podía ser llamado amor.


Paula silenció su boca con una de sus manos, sabiendo que todavía no estaba preparada para escuchar nuevamente esas palabras, y él la miró sin saber cómo acallar lo que su corazón ansiaba gritar. Finalmente fueron interrumpidos por un sutil toque en la puerta, desde donde, por primera vez, Nina hizo su trabajo e informó a Pedro de que sus clientes lo esperaban.


Pedro, por unos instantes, se resistió a dejar marchar a Paula. Luego besó la misma mano que había acallado su boca y rogó el perdón con cada una de sus palabras.


—Yo no soy especial, pero tú sí, Paula Olivia Chaves, y definitivamente seré yo el que no podrá olvidarte cuando decidas dejarme atrás — confesó Pedro.


Y, sin poder afrontar su mirada demasiado tiempo por miedo a su respuesta, simplemente le dio la espalda a Paula y comenzó a vestirse en silencio mientras rogaba poder hacerle cambiar de opinión sobre ellos en apenas dos meses.



No hay comentarios:

Publicar un comentario