domingo, 21 de enero de 2018
CAPITULO 63
Descansaba mi dolorido cuerpo bajo la cálida ducha aún rememorando en mi mente cada una de las licenciosas caricias de mi amante. No podía evitar sonrojarme ante el recuerdo de cómo sus labios y su lengua habían devorado cada parte de mi cuerpo. Pedro era el único hombre que me hacía experimentar algo nuevo con cada una de sus caricias.
Pensé por unos momentos en lo diferentes que eran Pedro y el tipo que ya formaba parte de mi pasado: mientras que entre Manuel y yo siempre parecía faltar algo a pesar del impecable porvenir que se nos presentaba al compartir el mismo entorno y tener las mismas ambiciones de futuro, entre Pedro y yo todo era perfecto.
Y eso que no nos parecíamos en nada: él era irritante, en ocasiones se comportaba como un niño pequeño y su seriedad era altamente cuestionable. Pero, a pesar de todo, siempre me hacía reír en los peores momentos y era una persona sincera, algo que definitivamente en mi mundo escaseaba.
No podía evitar disfrutar como una cría con cada una de las estúpidas peleas que mantenía Pedro con Henry, ese altanero perro mimado, ni enfadarme cuando aireaba descaradamente detalles de nuestra relación ante todos, declarándome como suya sin importarle mucho mis protestas.
A veces era un bocazas sin cuidado, que hablaba antes de pensar, y en otras ocasiones era un hombre irresistible cuando sus sinceros ojos no podían evitar decir la verdad, aunque ése no fuera el momento adecuado para ello.
Pedro era un hombre «que no debería dejar escapar», según todas las viejas cotillas de Whiterlande y sus impertinentes consejos sobre cómo llevar mi vida amorosa. Era un hombre «pecaminoso», según las fastidiosas solteras del pueblo que se pegaban a él. Era un hombre al que yo aún no sabía cómo describir, aunque en ocasiones el calificativo de «mío» merodeaba por mi cabeza y en más de un instante había tenido ganas de gritarlo a los cuatro vientos.
Pero me resistía a hacerlo.
Había tantas cosas que nos separaban, que la inseguridad se adueñaba de mí cuando él intentaba decirme esas palabras de amor que toda mujer añora... pero, a pesar de mi insistencia por dejar de lado ese tema tan cuestionable como era el amor, sus penetrantes ojos siempre me miraban confesándome todos los sentimientos que yo intentaba acallar en sus labios.
Poco a poco me fui rindiendo a él y olvidando todo el dolor de un enamoramiento pasado que, comparado con ese fuerte sentimiento que me invadía, tan sólo había sido un capricho juvenil.
Hacía unos años me habría hundido ante el recuerdo de un hombre que había representado todos mis sueños para darse a conocer como una farsa. Ahora su recuerdo me era indiferente, ya no me dolía, y su imagen lentamente se iba borrando de mi mente.
En verdad desconocía cómo reaccionaría si viera a Manuel de nuevo delante de mí, sólo tenía claro que Pedro, con sus constantes muestras de amor, estaba haciendo que se desvaneciera el dolor de mi alma y me hacía recordar el pasado con la leve idea de que simplemente fui una idiota más entre muchas otras que creen en los hombres tan falsos como Manuel.
Cerré los ojos bajo los cálidos chorros de agua que despejaban mi mente de todos los malos recuerdos del pasado hasta que unas atrevidas manos me hicieron olvidarme de todo. Unos poderosos brazos me atrajeron hacia un fuerte y conocido cuerpo que siempre me acogía.
Apenas había espacio alguno entre nosotros: su varonil pecho unido a mi espalda, su erecto miembro rozando mi trasero y sus labios posados en mi cuello marcándome como suya con sus ardientes besos.
Una de sus manos acarició mis senos, pellizcando con atrevimiento mis pezones, mientras la otra descendía con lentitud por toda mi anatomía hasta dar con mi zona más íntima. Mi cuerpo esperaba expectante la deliciosa tortura de sus manos cuando, ante mi sorpresa, Pedro desprendió la ducha de masajes de su soporte y la dirigió hacia mi lugar más sensible mientras me mantenía apoyada sobre su duro pecho y me exigía mantenerme abierta ante el placer de ese inquietante chorro de agua que me hacía estremecer a cada instante.
Su otra mano siguió torturando mis pechos y sus labios se dedicaron a darme suaves besos en el cuello, aumentando mi excitación cuando describía en mi oído todo lo que deseaba hacerme en esos instantes.
Cuando volví mi rostro en busca de uno de sus besos para acallar los gemidos que escapaban a mi control, Pedro me sonrió pícaramente antes de aumentar la presión de la ducha y abrirme más a ese placer.
Me rendí ante un arrollador orgasmo cuando finalmente sus dedos penetraron en mí, moviéndose sin piedad ante mis gritos de goce.
Cuando me derrumbé, exhausta, sobre el cuerpo que siempre me sostenía, él me besó con dulzura en la frente y me indicó que recogiera la ducha que había quedado olvidada en el suelo de ese erótico lugar. Al agacharme ingenuamente para recoger ese inusual instrumento de tortura, Pedro colocó mis manos sobre la mampara llena de vaho y besó mi nuca antes de introducirse en mi interior de una dura embestida, reclamando el placer que había pospuesto hasta ese momento. Sus manos volvieron a juguetear con mi cuerpo y su lengua lamió cada una de las gotas de agua de mi espalda.
Esta vez llegamos juntos al orgasmo y yo no pude evitar gritar el nombre del único hombre que conseguía volverme loca.
Finalmente, fue él quien me ayudó a lavar mi extenuado cuerpo después de esa relajante ducha que me había hecho olvidar todas mis dudas, ya que ahora sólo podía pensar en Pedro y en que, a partir de ese instante, las cálidas duchas ya no volverían a relajarme nunca más, sino a excitarme con alguno de esos pecaminosos recuerdos que él había grabado en mi mente.
Con una satisfecha sonrisa, pensé en las posesivas palabras que había oído confesar a Pedro mientras yo fingía dormir unos minutos antes y, al parecer, no podía negar que éstas comenzaban a acercarse a la realidad: yo empezaba a ser suya y de nadie más. Mi alma lo sabía, mi cuerpo no podía negarlo en ningún momento. Ahora sólo faltaba que mi cobarde corazón reconociera esa simple verdad ante todos, aunque eso tal vez llevaría un poco más de tiempo, ya que apenas comenzaba a recomponerse y temía volver a errar ante ese gran desconocido que es el amor.
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Muy buenos los 3 caps. Me imagino el diálogo entre Pedro y Henry jaja.
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