martes, 13 de febrero de 2018
CAPITULO 95
Fue Paula la que alzó esta vez sus brazos alrededor de mi cuello y me atrajo hacia ella.
Besó mis labios con una dulzura que pocos podían admirar en ella, y con sus delicadas manos exigió que eliminara la barrera que representaba mi ropa entre nuestros desnudos cuerpos.
Cuando forcejeó torpemente con mi camiseta, yo me despojé de ella arrojándola sin miramientos a un lado mientras dirigía una de sus manos hacia donde mi pecho latía descontroladamente por cada una de sus caricias. Le repetí una vez más cuánto la amaba y ella aceptó nuevamente cada una de mis palabras.
—¿Sabes que mi corazón sólo late así de desesperado cuando tú estás conmigo? —confesé, ganándome de nuevo una de sus sonrisas—. Ninguna otra mujer lo ha hecho enloquecer como tú —revelé, queriendo pedirle que no se alejara nunca de mi lado, pero, en ese instante, las palabras de una anciana mujer hicieron eco en mi mente y me callé, besando con desesperación las manos que pronto me llevarían a la locura. Sobre todo cuando comenzaron a acariciar mi pecho con esas afiladas uñitas a las que tanto les gustaba dejar marcas en mi piel.
Rodé en la cama sin abandonar su agarre y coloqué a mi hermosa diosa encima de mi excitado cuerpo para deleitarme mejor con cada una de sus curvas. Sus senos desnudos, con los pezones erguidos por la excitación de nuestros cuerpos, fueron una tentación que no pude resistir, y me acomodé para deleitarme con su sabor sin dejar de sonreír ante los gemidos de placer que escapaban de sus labios. Jugueteé con ellos a mi antojo besándolos, lamiéndolos, mordiéndolos...
Al percatarme de que Paula se comenzaba a mover sobre mí con más inquietud, dirigí una de mis manos a través de su ropa interior y la hallé húmeda y preparada para recibirme. Le quité sin dudar el resto de las escasas prendas que ocultaban su cuerpo a mi ávida mirada y yo me despojé rápidamente de lo que quedaba de mi ropa. Paula me recorrió con sus ardientes ojos llenos de deseo y comenzó a acariciarme muy despacio con la fina línea de sus uñas: desde el cuello fue bajando despacio por mi pecho, luego por mi cintura y más allá. Cuando llegó a mi erecto miembro, me excité aún más, agrandando con el deseo de la espera mi protuberante erección.
El recorrido que hicieron sus uñas fue repetido a continuación por las delicadas yemas de sus dedos... Ahí me estremecí de placer, expectante ante su siguiente paso, que no fue otro que cubrir todo mi cuerpo con deliciosos besos.
Cuando por último fue su lengua la que continuó con estos ardorosos juegos, mi cuerpo por poco explotó de goce en el instante en que Paula rodeó con ella mi pene, y yo, como
cualquier hombre, llegué a mi límite. Así que, simplemente, me adentré en su interior con una feroz embestida.
Paula gimió inquieta, por lo que cesé los rudos embates que exigía mi cuerpo. La volví a colocar, como la diosa que era, encima de mí y acaricié su excitado clítoris a la vez que mi boca nuevamente devoraba el pecado que representaban para mí sus jugosos senos. Ella no tardó mucho en alzarse sobre mí, exigiendo que me moviera en su apretado interior y yo le permití marcar el ritmo con su necesitado cuerpo.
Cuando Paula comenzó a moverse descontroladamente, acallé su boca con mi mano, sabiendo que pronto le sobrevendría un potente orgasmo. Ella, sin poder remediarlo, mordió mi mano en el momento en el que llegó a la cúspide de su placer, pero yo me negué a apartarla de sus labios porque entonces fui yo quien dirigió el placentero ritmo y, cogiendo con brusquedad su cadera con mi otra mano, seguí el instinto de mis impetuosas embestidas, que me decían que ella era todo lo que necesitaba.
Paula apenas terminó de gritar mi nombre por el orgasmo anterior cuando éste nuevamente acudió a sus labios, y en el momento en que sus dientes volvieron a marcar mi piel, yo me derramé en su interior, derrumbándome ante el asombro de un placer del que nunca volvería a disfrutar si la dejaba marchar, porque nadie nunca podría compararse a la mujer que llevaba grabada tanto en mi corazón como en mi alma.
Cuando ella se acurrucó contra mi pecho como una complacida gatita y me confesó una vez más su amor, supe lo que tenía que hacer, ya que mi conciencia no paraba de gritarme cuál era mi deber, pero una vez más hice caso a mi corazón que me rogaba: «Tan sólo un minuto más».
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Ahhhhh no te puedo creer que la va a dejar. Excelentes los 3 caps.
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