lunes, 5 de marzo de 2018

CAPITULO 104





Decidido a que Paula escuchara cada una de mis palabras antes de dejarla marchar para que no le quedara duda alguna de lo que sentía, la llamé nada más levantarme. Para mi desgracia, la persona que contestó al teléfono no fue otra que la arisca tía Mirta, quien desahogó conmigo cada una de las quejas que tenía sobre el comportamiento de mi revoltosa sobrina, Helena. 


Mientras me preparaba para ir en busca de Paula, simplemente dejé que la anciana se despachara a gusto con su enrabietado sermón sobre el traumatizante daño psicológico que había sufrido ese chucho sarnoso de Henry mientras yo abandonaba mi móvil encima de la mesa y no prestaba demasiada atención a sus palabras. En ocasiones me acercaba y musitaba estar de acuerdo con esa loca mujer, pero, mientras ella proseguía con su interminable discurso, tuve tiempo de desayunar, darme una ducha, decidir qué ponerme para estar meramente presentable ante los ojos de Paula y comprar un bonito presente con mis escasos recursos.


Creo que finalmente tía Mirta se dio cuenta de que nadie la escuchaba cuando en mitad de su discurso sobre Henry me hizo una nueva declaración de guerra intentando separarme otra vez de la mujer a la que amaba.


—¡Y sin duda a Henry le quedarán secuelas sobre el maltrato recibido y...! ¡Señor Alfonso! ¡Señor Alfonso! ¿Me está escuchando? ¡Si no lo está haciendo, pienso que lo hará cuando le notifique que me pienso llevar a mi sobrina de este pueblucho en este mismo instante! ¡Y no intente acercarse a ella! ¡He dado órdenes a Víctor de impedirle la entrada en mi propiedad!


—¡¿Ni siquiera va a permitir que me despida de ella?! —grité furioso, dejando de ignorar a esa irritante anciana y apretando con fuerza el teléfono entre mis manos.


—No le prohibiré verla, señor Alfonso, pero tampoco se lo pondré fácil... —declaró, vanagloriándose, mientras me colgaba. Y esta vez fui yo el ignorado cuando cada una de mis siguientes llamadas fueron rechazadas. Intenté desesperadamente contactar con Paula una y otra vez, pero la respuesta siempre era la misma. Ante mis ojos veía cómo ella se alejaba sin escucharme, sin entender por qué la había apartado de mi lado y con un nuevo daño en el corazón del que esta vez yo era responsable.


Como sabía que las órdenes de esa anciana siempre eran cumplidas a rajatabla por sus fieles empleados, ni me molesté en acercarme a su casa.


Me pregunté cómo podía llegar a la mujer que amaba para hacerle comprender que lo nuestro aún no había terminado. Mientras caminaba con celeridad hacia mi vehículo, comenzó a llover. 


Ignoré la inclemente meteorología, que sólo era un obstáculo más en mi camino para llegar a Paula en el menor tiempo posible, y, mientras conducía como un loco hacia mi incierto destino, supe cuál era el lugar indicado donde esperarla, un sitio que sin ninguna duda ella no podría olvidar y en el cual no podría ignorarme ni a mí ni a ninguna de mis palabras. Y aunque tuviera que esperar todo el día bajo la lluvia, ¿qué era eso en comparación con estar toda una vida separados si ella no llegaba a comprender que yo aún la amaba?



1 comentario:

  1. Ayyyyyyyy es un tierno Pedro. Y qué divertido lo que se mandaron Helena y Roan jajaja

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