miércoles, 3 de enero de 2018
CAPITULO 1
Vivir en un tranquilo y bonito pueblo como Whiterlande, lleno de multitud de casitas de estilo colonial, de dos plantas, todas idénticas y de un anodino y omnipresente color blanco, era bastante aburrido. Que el pueblo siempre permaneciera igual, con los monótonos comercios de toda la vida y los mismos habitantes, que solamente cambiaban en el número de arrugas que tenían, resultaba tedioso. Y, por último, que lo más emocionante que pasara en ese lugar fueran las estúpidas peleas de mi perfecta hermana pequeña, Eliana, con el vecino de al lado, Alan Taylor, era sencillamente patético.
Pero eso, definitivamente, simplificaba mucho la vida en Whiterlande.
Desde pequeños, los niños de este entrañable paraje en el que nunca cambiaba nada sabían dos cosas: a qué iban a dedicarse de mayores y con quién querían casarse.
Yo, Pedro Alfonso, el típico hijo mediano de un ama de casa y un hombre de negocios, tenía muy claras tres ideas:
La primera era que quería ser veterinario, ya que en mi camino siempre se cruzaban decenas de animales desvalidos y, aunque yo intentara evitarlo, sus tristes caritas siempre me convencían para llevarlos a casa, algo con lo que mi madre no estaba de acuerdo en absoluto.
Especialmente en el momento en el que mi hogar comenzó a parecer un pequeño albergue, pero ésas son cosas a las que un niño de apenas doce años no les presta atención.
La segunda idea de la que estaba convencido era que, por nada del mundo, me casaría con una mujer con el carácter de mi madre. Cuando Sara Alfonso se enfadaba, sus indignados gritos resonaban por toda la casa y, si era mi padre el causante de sus airados reproches, éstos podían durar días o incluso semanas.
La tercera, y tal vez la más importante de todas, consistía en que nunca me enamoraría: estaba harto de ver cómo mi padre hacía una y otra vez el idiota detrás de mi madre en todo momento.
Y eso que ya llevaban muchos años de matrimonio.
En definitiva, ésas eran las tres grandes decisiones de mi vida, que, como siempre hacía, tomé precipitadamente un día en el que nada parecía salirme bien. Lo malo de los planes que haces cuando eres un niño es que ninguno de ellos acaba saliendo como habías pensado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario