miércoles, 10 de enero de 2018

CAPITULO 26



Definitivamente, ese hombre era tan estúpido e inadecuado como todos los que había conocido, y a Henry parecía molestarle más que ningún otro, ya que, en vez de marearse y vomitar como normalmente hacía, mostraba su enfado hacia ese sujeto mordiendo disimuladamente la tapicería de ese viejo cacharro que los llevaba a algún acogedor lugar en el que entrar en calor. El chucho no cesó de mostrar su desagrado hacia ese individuo que no hacía otra cosa que mirarla solapadamente una y otra vez con un rostro serio y lleno de preocupación cuando creía que ella no lo veía. 


Después, cuando sus miradas se encontraban, sonreía burlonamente riéndose de ella.


¿Cuál sería la verdadera cara de ese sujeto: la estúpida sonrisa o el serio hombre preocupado?


En fin, Henry seguía a lo suyo arrancando poco a poco trozos de los maltrechos asientos sin que ese cretino se diera cuenta de nada. Finalmente, antes de que Henry arrancara otro pedazo de la tapicería de esa tartana que los llevaba a su nuevo destino, uno que esperaba que estuviera a decenas de kilómetros de ese hombre al que tanto detestaban, el odioso tipo volvió a hablar, estropeando el agradable momento de paz del que disfrutaban hasta entonces.


—Por lo que puedo deducir, no has encontrado ningún lugar donde pasar la noche, ¿verdad? — recordó jocosamente Pedro a su enfadada acompañante.


—Pensaba pasarla en mi cálido y acogedor coche, el cual un estúpido me aseguró que estaría en perfectas condiciones. Pero... ¡oh!, sorprendentemente ese idiota se equivocó y, como yo decía en un principio, mi BMW está arruinado. ¿Quieres que te recuerde el nombre de ese imbécil? —ironizó Paula, recordándole una vez más que ella había tenido razón.


—Vale, princesa, lo siento. Siento ser tan estúpido y estar tan cansado por mi vulgar trabajo que únicamente quisiera derrumbarme exhausto en mi acogedora cama. Siento ser tan idiota porque, a pesar de ello, me he pasado horas empapado bajo la lluvia buscándote a ti y a tu chucho desde que desapareciste. Y lo que más siento en estos momentos en los que estoy hambriento, mojado y cansado, es el haberte encontrado a ti y a esa masa de pelos que no cesa de gruñirme y destrozar la vieja tapicería de mi auto. ¿Sabes por qué? Porque eso significa que tú y tu chucho ahora volvéis a ser mi responsabilidad.


—Yo...


—Mejor cállate, princesa, si tu bonita y altanera boca no tiene nada bueno que decir — declaró Pedro enfadado, borrando de su rostro esa afable sonrisa con la que siempre deleitaba a todos—. Iremos a mi apartamento, y pasarás la noche allí junto a ese peludo presuntuoso — informó con firmeza Pedro sin dar lugar a queja alguna por parte de sus forzosos invitados—. Mañana me encargaré de encontrar un agujero lo suficientemente profundo donde quepáis los dos.
Eso sí, me aseguraré de que sea sumamente elegante y alejado de mi persona y, claro está, no me olvidaré de indagar cuántas estrellas tiene para que sea apto para tu remilgada naricita. ¿Tienes algo que objetar?


Paula se acurrucó más bajo la vieja manta que comenzaba a enfriarse por sus mojadas ropas, bufó enfadada por el trato recibido y le dirigió una de esas furiosas miradas que lo sentenciaban a muerte poco antes de poner la música más estruendosa y lamentable que encontró en la vieja radio de la camioneta, dando lugar a que Pedro adquiriera el peor dolor de cabeza de la historia.


Eso sí, ella no añadió ni una sola palabra más.


No hay comentarios:

Publicar un comentario